Por Xavier Grau
22/02/2016
Isabelle Geffroy, Zaz, la menuda cantante nacida en Tours el primero de mayo de 1980, ha sido la última gran estrella en sumarse a la retirada del luto de la noche de París tras un año 2015 sangriento que sumió a la ciudad de la luz en el pozo oscuro de la desesperación del terrorismo.
La pequeña fée –el hada- de la canción francesa, la Edith Piaf del siglo XXI, más por similitud como estandarte que como semblanza artística, ha vuelto a recalar en la renacida sala de l’Olympia camino de una gira inmensa que la devolverá de nuevo a la capital el próximo mes de noviembre. Casi a concierto semanal hasta entonces, recorriendo todo el país y algo del Este de Europa. Presenta el espectáculo que recupera el cancionero mítico de los grandes de la chanson; dos veladas con todo el papel vendido y una coyuntura de excepción. Para acceder al recinto, triple barrera de seguridad: registro de bolsos y mochilas, escáner electrónico y cacheo a consciencia espectador a espectador: “Les hommes à droite, les femmes à gauche, ¡merci!”
Desde algunas horas antes, la arteria artística más selecta y cosmopolita de la gran Paname, el boulevard des Capucines, reúne una audiencia entre transversal y altermundista fiel a la cantante francesa. Se distribuyen sus seguidores por fragmentos en el popular Café de l’Olympia de la esquina, la más brillante brasserie Capucine con su estrafalaria lámpara rosada en el primer piso y el más alejado pero más económico American Dreams que aprovecha el rebufo de su happy hour para ofrecer cerveza a unos insólitos dos euros.
En el hall del lujoso Hotel Scribe alguien con entradas reservadas también para l’Olympia relee la placa que narra una historia de 1895; el día que los hermanos Lumièrie presentaron en ese mismo lugar –por entonces el Salon Indien del Grand Café- el invento de su cinematógrafo ante treinta y tres atónitos espectadores curiosos. Hoy, en su puesto, el elitista bar L’Obscur sirve cócteles a base de vodka, violeta, moras, trufa y caviar a 95 euros la copa.
Zaz y sus músicos comienzan el ensayo en el escenario rutilante de ese París mítico que reúne en pocos pasos la Opera Garnier, el Café de la Paix, el Grand Hotel Intercontinental, las Galerías Lafayette. En el económico Monop de la Madeleine, abierto hasta medianoche, varios sin techo se acurrucan ya en la puerta del almacén bajo plásticos y cartones ajados por la humedad. Tan cerca y tan lejos de de la gloria de las lentejuelas del espectáculo, también en el portón del Zara cercano se refugia una mujer mayor con gesto de veteranía e intemperie.
Zaz alivia el luto de París abriendo el espectáculo de Laurent Seroussi ante las cerca de 1.800 almas que acuden al gran templo del número 28 del boulevar.
Un traslúcido telón recoge la proyección, a mayor recuerdo de las cabeceras del cine mudo. Imágenes de la torre Eiffel, el Paris de los años 20 y la silueta del sombrero ya mítico del inspirador Maurice Chevalier. Curiosamente, dos portales más abajo, en el número 24, residió la que fue su amor durante diez años; a “Mistinguett – Gloria del Music-Hall- que residió en el edificio hasta 1956” reza a placa de la fachada hoy en obras.
La cantante de voz ronca y ojos chispeantes aparece tras el telón radiante de energía. Viste chaqué holgado y zapatillas negras contorneadas de piedrecillas brillantes. Y al segundo uno levanta el alma más chauvinista de la clientela cantando por Chevalier:
Paris sera toujours Paris!
La plus belle ville du monde
Y sigue, entre la explosión de aplausos del variado respetable –desde críos de ocho y nueve años que zarandean sus melenas a señores nonagenarios y elegantes atraídos por el tercer disco de Zaz, Paris, producido por su casi coetáneo Quincy Jones. Y canta el hada:
Malgré l’obscurité profonde
Son éclat ne peut être assombri
Zaz muestra en la pupilita de sus ojos la alegría de volver a l’Olympia. Declara sus primeros nervios. Encoje los hombros modestamente. Sonríe con picardía. Salta entre sus músicos con la gracia de los mimos de cara blanca y el descaro de los emergentes. Enlaza sin pausa los temas básicos del álbum de 2014 que canta a la alegría de vivir en la capital de Francia: Paris canaille de Léo Ferré, J’aime Paris de Cole Porter o Sous le ciel de Paris de Edith Piaf, que tiene versión bien pronunciada junto a Pablo Alborán:
El cielo de París canta al amanecer eterna canción de amor de esta vieja ciudad
El escenario del show es un haz de luz que recorta la silueta de tejados y buhardillas típicas de la ciudad. De contraluces y de sombras que recrean cada pieza de un espectáculo 2.0. Respetuoso y contenido, con la elegancia precisa, nada ostentoso, para una ciudad que sangra desde enero y noviembre de 2015 por unos atentados que no acierta a comprender. Mientras, las tertulias de la tele analizan el islamoizquierdismo, cuentan como Hollande cubre los Campos Elíseos de banderas cubanas para recibir a Raúl Castro y avanzan que la alcaldesa Anne Hidalgo lanza la audacia de reducir a diecisiete los arrondissements (distritos) de la capital en una mini-revolución administrativa sólo apta para atrevidos. Sin complejos, canta Zaz por Marie-Paule Belle:
Je ne suis pas parisienne. Ça me gêne, ça me gêne.
Con su energética manera de abordar los temas clásicos y las nuevas composiciones de Raphael o Goldman, Zaz ha batido records desde su primer trabajo en 2010. Más de tres millones de discos vendidos de sus dos primeros álbumes le han conseguido una gira mundial multitudinaria cuyo éxito ha plasmado en la película Sur la route (Pathé Live), un film que sigue sus vivencias y sus conciertos a través de los cinco continentes.
Zaz es hoy la artista depositaria de la esencia del pasado artístico de la escena francesa y garantía de futuro sin fronteras. Aúna el coraje para reivindicar la solidaridad y la defensa del medio ambiente, el compromiso y la actitud contestataria. Su mayor fuerza como artista y como activista es creer en su energía radiante. Así ha creado Zazimut, un personal proyecto para aprovechar su fama y ayudar a causas justas, para fomentar una firme creencia: todos somos responsables y nuestras acciones conforman el mundo en el que vivimos. Así lo canta en Les passants:
Sus rostros como máscaras me dan la impresión repugnante de que fingir está de moda
Y desde la sala hecha mítica por generaciones de estrellas, la mejor vocalista del jazz manouche francés cultivado a pie de calle, lee un manifiesto de apoyo al movimiento Parents/Professeurs:Ensemble! Propone la movilización popular para salir de la crisis educativa y del sistema cuya discriminación intuye el ciudadano de a pié como caldo de cultivo de las tragedias del Charlie Hebdo y de la sala Bataclán. Según este movimiento, la comunidad no debe perder la confianza en su fuerza y en su capacidad de organizarse ante su Estado. Ese Estado, esa República de la justicia, la igualdad y la fraternidad que se pretende recordar con una plaquita colgada de la verja Les Tuileries, frente al Hotel Meurice. Tras ella, en un banco tranquilo de ese jardín, muchos han podido leer la reeditada biografía de Luis XIV escrita Max Gallo (XO Éditions) y en la que el académico recuerda las palabras del Père Charles de La Rue a propósito del Rey Sol: “Existen los defectos, el sol tiene sus manchas. Pero el sol siempre es el sol”.
A las tres horas del espectáculo casi catárquico, la Pizzeria Firenze, en el 24 de la rue de Caumartin, enciende las luces de su local repleto de fotos dedicadas de viejos artistas que pasearon su gloria por el vecino l’Olympia. Los jóvenes fans de Zaz dejan el eco de sus aplausos dentro de la sala y se agolpan en la puerta trasera de la rue Bruno Coquatrix –¡a mayor gloria del emperador!- para conseguir, tal vez otras tres horas más tarde, un autógrafo de la diva alternativa.
En la otra esquina, junto a los contenedores, un joven menos afortunado, hijo de tercera generación de emigrantes y de piel oscura, pide una moneda. Se anticipa a la desconfianza del clima enrarecido disculpándose para no infundir miedo: “Monsieur, je ne sui pas méchant”.
Los espectadores que pasan de largo a su lado entornan los ojos. Al final de la rue Royal, cerca de la Place Vendôme, en la noche húmeda de este París contradictorio y convulso, intuyen todavía el fantasma, todo él glamour popular, de Christiane Taubira abandonando en bici la sede del ministerio de Justicia.
Unos minutos antes, Zaz, en su empeño por alejar a París de la tristeza, el dolor y la rabia, ha cantado por Edith Piaf:
Dans ma rue il y a des ombres qui s’promènent Et je tremble, et j’ai froid et j’ai peur.