Por Gorka Landaburu e Iñigo Aduriz | Foto Ángel Santamaría
07/04/2017
Tras la entrega de armas “ahora tiene que terminar ETA como organización”. Con estas palabras se ha expresado el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero en una conversación que publica Cambio16 en su número de abril que sale este viernes a la venta.
Zapatero, que reconoce que el terrorismo de ETA fue el asunto que “más tiempo, esfuerzo y angustia” le llevó cuando era presidente del Gobierno, aboga ahora por dejar a los ejecutivos vasco, español y francés que trabajen “discretamente” para lograr el final definitivo de la banda, aunque eso implique que algunas de esas gestiones no salgan necesariamente a la luz. El exjefe del Ejecutivo asegura, por ejemplo, no estar de seguro de no se haya hecho nada en cuanto a la flexibilización de la política penitenciaria hacia los presos terroristas. “Hay cosas que se hacen y a veces no aparecen”, advierte.
Lo que sí tiene claro quien durante ocho años ocupó la Presidencia del Gobierno es la importancia que han jugado la discreción y la a su juicio sensatez del lehendakari Iñigo Urkullu en el desenlace de la historia del terrorismo en el País Vasco. Por eso se atreve a dar “un consejo” a Rajoy: “Que escuche a Urkullu”. El dirigente del PNV fue una de las figuras clave tanto en las conversaciones y el proceso de paz que se abrieron en 2006, como en la tregua de 2010 y 2011 que concluyó con el anuncio del cese definitivo de la violencia por parte de la banda terrorista. “En el combate por acabar con ETA, en el que el diálogo fue una herramienta muy importante, quien me acompañó más, quien tuvo más comprensión y ayudó en la sombra sin querer ninguna medalla fue el actual lehendakari. Su comportamiento en esos años fue fundamental”, remarca Zapatero.
Por eso es imprescindible, en su opinión, que Rajoy y el presidente vasco mantengan “una estrategia compartida” sobre todos los aspectos que tienen que contribuir a ese paso de la disolución de ETA, “que es más emblemático que otra cosa, porque la violencia ha terminado”. A raíz de su experiencia y como recomendación tanto para su sucesor en la Moncloa como para quienes lleguen en el futuro, Zapatero lo tiene claro: “Yo me fiaría de la política de Urkullu”.
“Lo importante es el fin de la violencia, obviamente, pero normalmente la desaparición de las siglas lleva su tiempo. Hay que contemplarlo con tranquilidad porque el poder simbólico que representa ETA para parte de ese mundo que cayó en el fanatismo o en la locura de la violencia necesita digerirse”, apunta Zapatero, que cree que una vez consolidado el final de la actividad armada, el sellado definitivo al pasado de terror que ha vivido la ciudadanía debe cumplir con una serie de requisitos.
El primero, que “no puede haber una democracia sin memoria”, de forma que las instituciones y los distintos agentes implicados y afectados por la violencia construyan un relato consensuado del pasado, que se base en la reparación de las víctimas y en el recuerdo a lo sucedido para que no se vuelva a repetir. Zapatero cree, asimismo, que “tiene que haber un fin definitivo para todas las conciencias que han podido estar cerca, entender o simpatizar con ETA” porque solo así llegará “la conciliación social” entre vascos.
Lo más importante, en su opinión, es que el final de la banda “es la victoria de la cultura, el triunfo de la palabra y de la no violencia”. En algún momento “la cultura hizo que una parte de la izquierda abertzale dijera: ‘hasta aquí hemos llegado. Esto fue un gigantesco error’”. El expresidente del Gobierno advierte de que, en todo caso, ese colectivo “nunca se va a culpabilizar” y eso es algo que se deberá tener en cuenta en los próximos años. “Y es que yo pienso en alguien que ha estado en ese mundo poniendo bombas y creo que si uno asume que es un monstruo, su vida se acaba”. Ser consciente de esa condición no es óbice para que Zapatero recalque la necesidad de que la izquierda abertzale haga autocrítica. “Nosotros debemos facilitarla y debemos hacerlo por la grandeza de la democracia que está en que hasta quienes han ofendido más brutalmente a los derechos humanos saben que son sujetos de derechos y pueden cambiar de opinión”.