Por Ricardo Ginés
22/01/2017
Siguen una tradición de nomadismo que perdura ya desde hace siglos. Pero ahora no es difícil ver una antena de televisión sobre sus tiendas de campaña. O un improvisado panel solar sobre la recubierta del camión en marcha para así poder tener siempre bien cargado el móvil.
Son los yörük: nómadas de Anatolia cuyo origen se pierde cerca de China y que no aguantan el sedentarismo de hoy en día. “Procedemos de Asia central y por tradición no nos quedamos demasiado tiempo en ningún sitio. Un día estamos aquí, el otro allá…”, indica Mehmet, que ahora vive en Borçak Yaylasi, a decenas de kilómetros de Mersin, al sur de Turquía. Su camión lleva al frente el nombre de su hijo, Erdem, y el lema yörükoglu, es decir, hijo de yörük, que a su vez procede del verbo yürümek, caminar en turco. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, que escribía Antonio Machado.
“Ahora nos desplazamos de forma moderna: en camiones, tractores, taxis… Antes, en cambio, había dromedarios. Todavía nos movemos andando hasta 150 kilómetros con los animales“, añade Mehmet. En el verano la familia ha vivido en la región de Toroslar, al norte, que es más escarpada. Y ahora poco a poco desciende a otros pastos con su rebaño de cerca de 500 ovejas –“van ellas solas, hacia abajo”– porque el invierno está acercándose y ya sacrificó y vendió alguno de sus animales. En cambio, con los calores del verano, “no aguantan y suben ellas mismas hacia las alturas”. Aquí está, por así llamarlo, su campamento base. Pero arriba se encuentra otro, mucho más rural y precario: sin electricidad ni agua. Mientras Duygu, su esposa, hace el té y el café de hospitalaria bienvenida a los visitantes, seguimos escuchando atentamente a Mehmet, de ascendencia turcomana y que habla un turco difícil de entender puesto que está lleno de atavismos lingüísticos, palabras en desuso o infrecuentes para la zona urbana.
Al igual que su idioma se amplía en el tiempo, su espacio nomádico no se limita a la región montañesa de Toroslar (Tauro). Alcanza mucho más terreno y llega incluso al oeste –como demuestra el festival de lucha de dromedarios en Selcuk, cerca de Esmirna– y así hasta los Balcanes. Serik, en la provincia de Antalya, en el sur de Turquía, está considerada la capital de los yörük y es ahí donde anualmente se reúnen en una fiesta sus diferentes asiret (clanes tribales). De hecho, durante siglos, camellos y dromedarios, conocidos como los barcos del desierto, eran el principal modo de transporte en el Oriente Medio y en el imperio otomano. Entre las tradiciones venidas del pasado y que todavía se mantienen vivas entre los yörük destacan los “diseños nómadas” de alfombras con sus característicos símbolos del dragón, el aguila, la serpiente, la flecha, la tierra, el árbol de la vida y el asta del carnero.
Serik, capital del grupo
Nos encontramos en un paraje que por su belleza de pinos y grandes vistas a las montañas contrasta con la ciudad de palmeras que es el centro urbano de Mersin.En todo caso, el de aquí es un sitio tranquilo, apacible y silencioso, solo acompañado esporádicamente de algún cacareo y los sonidos de los pájaros a lo lejos. Eso sí, aquí, desde luego, hace más frío que en Mersin, ciudad de palmeras en la ribera turca, sobre todo cuando el sol se esconde tras las montañas de enfrente. Pero el clima sigue siendo relativamente cálido. Dentro de escasas semanas, empero, estos parajes se volverán demasiado fríos y habrá que cambiar de nuevo de emplazamiento.
Fatalmente, el mayor problema ecológico de estas laderas parecería insólito si no fuera bien conocido en este tipo de enclaves agrestes pero todavía cercanos relativamente a la ciudad: domingueros campan a sus anchas los fines de semana y dejan todos sus residuos detrás esparcidos por la tierra. El ganado los come y al poco, apenas un día después, muere porque su estómago no puede digerirlo. Esta es la primera causa de muerte para los rebaños, que están más seguros, de forma lógica, cuanto más lejos de la civilización.
“No puedo quedarme en una villa de lujo en Mersin, tengo que moverme”, enfatiza Mehmet, alérgico al sedentarismo.Pero al mismo tiempo dice que su forma de vida está destinada a desaparecer. “Poco a poco ya no quedan pastores, nuestro trabajo se va extinguiendo paulatinamente”. Mehmet no lo ve para una futura generación. Además, a decir verdad, en las inmediaciones, varios ex-yörük ya han encontrado un lugar fijo y se han vuelto sedentarios. Y, sin embargo, no hay remordimiento por parte de Mehmet: “Es una vida dura, pero libre a cambio”. Y basada en la autarquía, se podría añadir: esforzarse en la medida de lo posible y depender de uno mismo. Todos los alimentos básicos –queso, mantequilla, leche, frutas y verduras– no hace falta comprarlos en tiendas, que tampoco es que estén cerca.
La casa –una tienda de campaña básicamente bien protegida de la lluvia con una capa especial de nylon, con su lavadora y su refrigerador– bien puede montarse en apenas dos horas de forma manual. La última capa, que parece de aluminio, brilla ahora bajo el sol en otro día de libertad para Mehmet, Duygu y el pequeño Erdem.