La recuperación del sector turístico ha revivido los fantasmas del pasado y los aspectos negativos de una masificación que ha dado alas al fenómeno de la turismofobia. Xavier Canalís analiza los pros y los contras de un modelo cuyos aspectos positivos quedan a veces solapados por los efectos indeseables de la masificación. Canalís no deja títere con cabeza a la hora de criticar a multinacionales que quieren controlar el mercado de forma poco ética o cuando demanda diálogo, coordinación y consenso entre todos los actores.
Los turistas vuelven a viajar en masa por Europa tras un parón de dos años provocado por la pandemia. Pero la recuperación de los viajes también está reactivando ciertos discursos que magnifican los aspectos negativos del turismo, al mismo tiempo que desprecian los impactos positivos. La turistificación y la turismofobia regresan como fantasmas del pasado.
Xavier Canalís es un periodista especializado en el sector turístico. Licenciado en Ciencias de la Información por la UAB, desde 2009 forma parte de la redacción de Hosteltur, medio de referencia para los profesionales del turismo en España y Latinoamérica. En 2019 publicó el libro Turisme i turistes. De l’hospitalitat a l’hostilitat (Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona), donde analiza cómo el turismo se ha convertido en el movimiento de personas más grande en la historia de la humanidad, las repercusiones de este fenómeno y sus retos de futuro en un mundo global.
Con el fin de la pandemia, vuelven las avalanchas de visitantes y los centros urbanos de destinos codiciados se convierten en una especie de parque temático para el turismo. ¿Qué efectos produce la masificación?
Si eres un turista, está claro que la calidad de tu experiencia será peor. No es lo mismo pasear tranquilamente por las calles de una ciudad o las salas de un museo que tratar de abrirse paso. Si eres un vecino, los efectos de la masificación están documentados en varios estudios: disminución de la calidad de vida por ruidos; encarecimiento de los servicios; sustitución de comercios tradicionales por negocios enfocados al visitante, etc.
Ahora bien, en el centro de una ciudad, ciertas calles y plazas pueden estar abarrotadas a la misma hora en que una calle de al lado puede estar mucho más tranquila. Además, pueden aplicarse medidas para mitigar la masificación y disminuir las molestias, por ejemplo, desviando flujos de turistas hacia otras zonas menos concurridas mejorando la señalización; moviendo zonas de aparcamiento de autocares; reduciendo el número de personas en los grupos guiados; abriendo los museos horas antes con precios rebajados, etc., pero siempre usando el bisturí, no la brocha gorda.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de turistificación, a ciudades convertidas en destino turístico o a destinos turísticos convertidos en ciudades?
Las primeras ciudades que se convirtieron en destinos turísticos fueron París, Roma, Londres, Nueva York… Luego, a partir de la década de los noventa, las aerolíneas low cost hicieron posible que muchas más ciudades en Europa entraran en el ‘radar’ de los viajeros.
El problema es que en muchos casos este proceso de “turistificación” se llevó a cabo en pocos años y sin apenas planificación. Si una ciudad quiere atraer industrias, planifica un polígono industrial con una serie de servicios. Pero a la hora de atraer una actividad económica como es el turismo, simplemente se fueron imponiendo las dinámicas del mercado, las leyes de la oferta y la demanda. Y claro, esa falta de previsión generó efectos colaterales.
¿Conduce inevitablemente la turistificación a la gentrificación?
Podemos considerar la “gentrificación” como la expulsión de los vecinos de los barrios, que son substituidos por turistas y nuevos residentes con más poder adquisitivo. Sería un concepto similar al ‘síndrome de Venecia’.
Sin embargo, en Madrid o Barcelona intervienen otros factores que a menudo se olvidan. Este tipo de ciudades, además de turistas que realizan cortas estancias, también atraen residentes temporales de larga estancia como pueden ser estudiantes universitarios nacionales e internacionales, profesores venidos de fuera, trabajadores cualificados nacionales o extranjeros, directivos de empresas y sus familias, científicos, académicos, diplomáticos, artistas, creadores, militares…
Si vamos sumando esta “larga cola”, el resultado es una demanda extraordinaria de foráneos que también contribuye al encarecimiento de bienes y servicios, de la vivienda, etc. Pero de estos nunca hablamos y lo cierto es que también contribuyen a la gentrificación. Solo nos fijamos en los turistas, los culpables de todos los males, que son el chivo expiatorio.
¿Sucumbirá el turismo en las grandes capitales al síndrome de Venecia?
Dependerá de la geografía. No es lo mismo el centro histórico de Venecia, asentado en una serie de islas sobre una laguna, que Madrid.
Turistificación se interpreta en clave negativa. Sin embargo, el concepto define un modelo de especialización territorial elevada. ¿Es posible regular y limitar este modelo para explotar su impacto positivo?
Sobre el papel, es posible. Hay muchos intentos y enfoques diferentes. Venecia lanzará un sistema de entradas para acceder a la ciudad. Barcelona implantó en 2015 una moratoria turística que impide la construcción de nuevos hoteles en el centro y que ha sido objeto de varios recursos en tribunales.
Baleares ha aprobado este año un decreto ley de “Sostenibilidad Turística”, otra moratoria que incluye una prohibición de nuevas plazas de alojamiento durante los próximos cuatro años. Sin embargo, poniendo el énfasis en las limitaciones, habrá menos oferta de alojamiento disponible, lo cual encarecerá los precios: ¿no estaremos creando entonces un turismo solo para los más adinerados? Deberíamos recordar que el derecho a disfrutar de vacaciones pagadas fue una conquista social de la clase trabajadora, al menos en Europa.
¿Todo se reduce a una cuestión de planificación y crecimiento?
No lo sé. Dependerá de quién y cómo planifique. Creo que, si la planificación se hace exclusivamente desde los despachos oficiales, sin el consenso del sector turístico, podríamos encontrarnos con efectos colaterales completamente inesperados.
Por ejemplo, si establezco una moratoria que impide la construcción de nuevos hoteles, ¿no estoy favoreciendo en el fondo a las empresas hoteleras ya establecidas, poniendo barreras a la competencia y restando incentivos para que los antiguos establecimientos se vayan renovando año tras año?
Al final nos podemos encontrar con una ciudad que tenga una planta hotelera envejecida, entrando en una espiral de decadencia. Opino que deberíamos ser más imaginativos y sentar a todas las partes implicadas para encontrar soluciones.
¿Se ha politizado e incluso ideologizado este debate estigmatizando el modelo?
Creo que el debate está ideologizado desde los años sesenta. Desde esa época, ciertas élites tanto de derecha como de izquierda asocian turismo a estigmas como “desarrollismo”, “ladrillo”, “sector de bajo valor añadido”, “urbanismo salvaje”, “precariedad laboral”, etc.
Las circunstancias políticas y económicas hicieron que el turismo no se desarrollase en nuestro país del mismo modo que en Suiza, por poner un buen ejemplo. Los estigmas siguen pesando en contra del modelo turístico español porque hay muchos problemas que persisten. Dicho esto, creo que es un error confundir la parte por el todo. Hoy, la industria turística española cuenta con empresas que son referentes mundiales en gestión hotelera o en tecnologías de la información aplicadas al mundo de los viajes.
Pero muchos siguen denostando el turismo y lo asocian a “España, país de camareros”, olvidándose de muchas otras profesiones que trabajan en esta industria: cocineros, agentes de viajes, organizadores de congresos, conductores, pilotos de avión, controladores aéreos, ingenieros informáticos, arquitectos, interioristas, conserjes, directores de hotel, recepcionistas, guías turísticos…
La economía compartida ha dado alas a plataformas digitales como Airbnb. ¿Qué beneficios aportan?
En mi opinión, la llamada “economía compartida” es un camelo. Si tengo un bocadillo y te doy la mitad, estaré compartiendo mi comida contigo. Pero si te ofrezco la mitad de mi bocadillo por un euro, entonces estamos hablando de otra cosa completamente diferente. Bajo ese señuelo de “economía compartida” o “colaborativa”, operan multinacionales valoradas en miles de millones de dólares que se han convertido en gigantes de la intermediación. Nos ofrecen casas de alquiler por días, servicios de taxi, actividades en el destino, comida a domicilio…
Pero no está claro qué impuestos pagan, ni cómo quedan protegidos los trabajadores y por supuesto a nadie le gusta la idea de que le metan un piso turístico en su bloque de viviendas. Creo que la desregulación de este sector explica en gran medida el aumento de la turismofobia. Es como una vuelta al capitalismo salvaje. Francamente, creo que estas plataformas aportan más desventajas que beneficios.
¿Benidorm es el paradigma de un modelo turístico que proyectó a España y que hoy está caduco?
No creo que el modelo turístico español de sol y playa esté caduco. Las vacaciones en la playa continúan siendo el tipo de vacaciones más deseada por los turistas europeos. Solo hay que ver dónde va la gente y qué aeropuertos reciben más tráfico en verano. Se trata de hacer mejoras continuas sobre ese modelo: renovando establecimientos; añadiendo nuevos atractivos para desestacionalizar como por ejemplo turismo deportivo, convenciones, eventos, sénior o adults only; aplicando medidas para ser más eficientes en el consumo de energía y agua; mejorando el reciclaje, etc.
Benidorm, por otra parte, es uno de los mejores inventos que ha producido España. Antes de la pandemia, sus 40.000 plazas hoteleras alcanzaban ocupaciones del 80-90% prácticamente todo el año, lo que da muchísima estabilidad al empleo. Además, gracias a su alta densidad, sus consumos de electricidad, agua, etc., son mucho más eficientes en comparación con otros municipios llenos de segundas residencias. Y lo más importante, desde sus inicios Benidorm ha hecho felices a millones de personas que han disfrutado allí sus vacaciones.
Magaluf y el turismo de borrachera. ¿No hay forma de erradicar esta lacra?
Se puede y se debería. Basar tu modelo de negocio en las juergas etílicas no es ético ni bueno para la salud de esas personas. Además, al destino le acaba costando un montón de dinero, tanto en limpieza, horas extras de agentes de policía, ambulancias, etc., como en lucro cesante, porque el turismo de borrachera espanta a otros segmentos como el turismo familiar, deportivo, reuniones de empresa, etc.
Para erradicarlo, se tienen que sentar administraciones públicas, empresas, sindicatos, expertos, etc., y consensuar una hoja de ruta de salida, aunque sea a cinco o diez años, pero no solo mediante normativas que prohíban los tours de chupitos, la barra libre de alcohol o la venta indiscriminada de bebidas a todas horas, sino también ofreciendo incentivos para la renovación y reposicionamiento de hoteles. Algunos destinos ya están por la labor.
Sevilla ha acogido la final de la Europa League. La ciudad abrió sus puertas a 150.000 hinchas. Tras su paso, el debate está servido: ¿promocionan la ciudad o evidencian los efectos indeseables de este turismo tan particular?
Leí que sólo uno de cada cuatro hinchas tenía entrada para presenciar la final. Me parece que ha sido una situación bastante excepcional, provocada tras dos años de pandemia, confinamientos y restricciones a la movilidad porque, al permitirse de nuevo los viajes en 2022, se ha producido un efecto “descorche de botella de champán”. Es decir, miles de personas viajaron a Sevilla con la excusa del partido para vivir una especie de ritual de grupo, aunque fuese viendo el partido a través del televisor de un bar o de una pantalla gigante. Pero de los 150.000 seguidores, también hubo muchos que hicieron gasto en hoteles, restaurantes, etc., y que se comportarían de manera civilizada. ¿Sevilla sacó provecho de este partido para su promoción, valió la pena o al final fue lo comido por lo servido?
En todo caso, creo que el “turismo de eventos”, sean unos Juegos Olímpicos, una Expo, una final europea, etc., es un arma de doble filo. Cualquier ciudad que presente su candidatura a este tipo de actos, tiene que calcular muy bien los costes y beneficios, también los costes ocultos.
¿Las ecotasas sirven de algo?
Para recaudar dinero son muy efectivas. Otra cosa es cómo se emplea luego el dinero recaudado. Teóricamente, una “ecotasa” debería emplearse para proyectos relacionados con la sostenibilidad.
Por eso, insisto, de nuevo, en la idea de que es necesario reunir a todos los sectores implicados en una misma mesa. En este caso, para decidir con el máximo consenso posible cuál sería a mejor manera de invertir ese dinero.