Por ÓSCAR ABOU-KASSEM
¿Qué hacer cuándo uno ha alcanzado el objetivo por el que ha estado luchando toda una vida? Una respuesta podría ser disfrutarlo. Otra, buscarse nuevos retos. En el caso de Frank Underwood su ambición es tal que este mundo se le queda pequeño. El protagonista de la serie House of Cards interpretado por Kevin Spacey se ha convertido en dos temporadas en el mayor conspirador del planeta.
No es nuestra intención desvelar lo sucedido. Afortunados aquellos que tienen la suerte de poder sorprenderse por primera vez con lo que Frank y su esposa Claire son capaces de hacer. Sin entrar en detalles, podemos afirmar que la carrera de Underwood entra a partir de este viernes en una fase en la que tendrá que justificar aquello de que el mérito no es llegar a la cima sino mantenerse en ella. “La democracia está sobrevalorada”, es uno de sus lemas.
El desafío más inmediato será superar la serie de mentiras y crímenes sobre las que se sustenta su poder. Con más de un cadáver en su armario, Underwood tendrá que apartar en la próxima temporada ese lado vulnerable de la legión de enemigos que ha creado. La mayoría de ellos, aliados traicionados y usados para impulsar su carrera. “Sólo se tarda diez segundos en acabar con la ambición de una persona”, le gusta proclamar.
Y es que el concepto de las personas que tiene el personaje interpretado por Spacey es engañosamente simbiótico pero de finalidad parásita. Cuando Frank ve a una persona sólo piensa en qué puede obtener de ella. Las maquinaciones se suceden hasta que alguien se encuentra en deuda con Underwood. Y deberle un favor se acaba pagando caro.
Frank es sólo leal a sí mismo. Ni siquiera a su esposa, una turbadora Robin Wright, con la que mantiene un acuerdo en el que sólo ellos conocen las cláusulas. De ese contrato privado se deduce que el objeto del mismo es que la ambición personal de ambos logre los máximos resultados.
House of Cards, es la versión de David Fincher de la serie homónima británica. Pero también es a las series sobre la Casa Blanca el reverso tenebroso de lo que era El Ala Oeste, donde todos sus inquilinos tenían un buen corazón, principios y sólo buscaban lo mejor para el país.
La serie también da una vuelta a las relaciones con la prensa y la erótica del poder. “En la vida todo tiene que ver con el sexo, menos el sexo. El sexo tiene que ver con el poder”, explica el bueno de Frank.
A la espera de la inminente tercera temporada los fans de la serie se encuentran en un estado similar al presidente Barack Obama, quien al principio de la segunda temporada pidió a través de su cuenta de twitter que nadie hiciera spoilers. Por el bien de todos esperamos que lo único que Obama haya copiado a Underwood sea el doble golpe de nudillos contra la mesa.
Para hacer menos dura la espera Netflix calienta motores y ha colgado un nuevo tráiler: