¿Se imaginan qué sería del mundo y cuáles serían los resultados si en España votáramos con los mismos criterios con los que se analiza a deportistas y entrenadores? ¿Votaría usted al mismo candidato? Pareciera que somos mucho más racionales y objetivos cuando evaluamos a los deportistas y sus entrenadores que al escoger a los políticos. Al votar han prevalecido las circunstancias individuales y emocionales sobre lo racional y objetivo. Obvia y lamentablemente nos hemos sumergido en la política de espectáculo. No de resultados.
La mayoría de los electores, por ejemplo, evalúa con un alto componente de objetividad a los futbolistas y sus directores técnicos. Toman en cuenta la trayectoria, estadísticas y resultados del futbolista o del director técnico. Dejan en un segundo plano la personalidad, apariencia física, popularidad, vida personal, conducta fuera de la cancha, empatía u oratoria, entre muchos otros. Sin embargo, cuando evalúan a un político que decidirá sobre el futuro de su comunidad se fundamenta en factores subjetivos y en circunstancias personales. En particular, factores emocionales de felicidad, éxito, tristeza, resentimiento, frustración y ánimo de venganza. Lo racional lo deja en un segundo plano o, peor, lo descarta del todo. No revisa trayectoria ni historia; propuestas ni promesas incumplidas, tampoco su compromiso con la libertad y las democracias.
Es un desenfoque paradójico. Tomamos más en serio el deporte que la político. Le damos más importancia a una actividad recreativa destinada a generar emociones, que a un acto esencialmente racional. Nuestra responsabilidad ciudadana de elegir los gobernantes. En la política las emociones se han venido imponiendo y han dominado. Decidimos emocionalmente y los grandes triunfadores son los demagogos y la política del espectáculo. Irónicamente, en el deporte usamos la cabeza y, por contra, en la política, la superficialidad y la emoción.
¿Votaría al candidato de su preferencia si aplicara los mismos criterios objetivos con los que puntúa a los deportistas?
Dada la importancia de las elecciones del 28 de mayo y todo lo que está en juego (unidad, crecimiento económico y estado de bienestar) bien podríamos detenernos un momento y realizar un ejercicio de auténtica y pura reflexión. Teniendo siempre presente que España, con sus defectos, pocos o muchos, no deja de ser uno de los mejores países del mundo y que esa realidad no es permanente, sino frágil. Nuestro voto es esencial para que perdure y se fortalezca. Ya lo dijo Abraham: “Una papeleta electoral es más fuerte que una bala de fusil”.
La reflexión debe ser un verdadero examen sobre cuánto sabemos de cada candidato, comenzando por el nuestro. Su plan de gobierno, su experiencia y posible tren ejecutivo, entre otros, como hacemos en el deporte. Luego identifiquemos las emociones que condicionan el análisis, las positivas, su simpatía y popularidad, o negativas como el resentimiento, venganza y castigo (el voto de castigo normalmente termina castigando al votante). Una vez calibrados ambos elementos, desde ese estado de conciencia escojamos al candidato que tendrá la gran responsabilidad de atender los desafíos locales y nacionales de España.
Hago dos llamamientos adicionales. El primero, no subestimar la capacidad de sabotearse a sí mismo, pensando que la reflexión antes de votar no es necesaria, porque tu ego te indica que eres racional. Francisco de Goya decía que la razón, tan admirable e importante, solo representaba una parte del universo psicológico humano. También es importante recordar con humildad a Ortega y Gasset cuando decía: “Saber que no se sabe constituye tal vez el más difícil y delicado saber”.
El segundo, no minimizar la importancia de la reflexión, ya Mahatma Gandhi, un humano evolucionado y sabio, anticipaba que un voto es un acto puramente religioso, que no se puede tomar en un arrebato de pasión. Se puede tomar solo con la mente purificada y compuesta y con Dios como testigo. En consecuencia, la reflexión es para todos y más ahora en momentos decisivos.
Finalmente, es oportuno mencionar la necesidad de colaborar en acallar el ruido de la política del espectáculo haciendo un ejercicio verdadero de autocontrol de nuestras emociones y, en consecuencia, exigirle a los candidatos hacer política de verdad. En la medida en que la mayoría de las personas estén enganchadas en lo emocional el objetivo de los políticos será buscar sus votos en el espectáculo, que deja fuera la verdadera política, la que conversa, discute y plantea posibles soluciones a los problemas de la ciudadanía. Con la política del espectáculo perdemos el foco de lo importante y relevante, tanto los políticos como el país y cada votante.