Por Arantxa Rochet
14/01/2017
Carlos López-Otín (Sabiñánigo, Huesca, 1958) está convencido de que una sociedad informada y con conocimiento hará un uso más razonable de los retos que la biología planteará en el futuro y que serán muchos. Pero entre los mismos no está erradicar totalmente el cáncer, porque “es imposible” y tampoco lograr “la eterna juventud o la inmortalidad”. El verdadero desafío, lo urgente, es evitar las muertes antes de tiempo. Él lleva más de 40 años investigando con ese fin. Junto a su grupo de la Universidad de Oviedo ha descubierto más de 60 nuevos genes humanos asociados a distintas enfermedades.
Además, en colaboración con el Hospital Clínico de Barcelona y otros centros españoles, ha descifrado el genoma de la leucemia linfática crónica como parte del gran proyecto internacional de los genomas del cáncer. Actualmente, 500 pacientes con esa enfermedad tienen el suyo descodificado y se ha podido dibujar el mapa de su dolencia o las mutaciones que la provocan. En paralelo, en su laboratorio han descubierto dos nuevos síndromes de envejecimiento prematuro y han definido las claves moleculares de ese fenómeno así como las posibilidades de control metabólico de la longevidad.
Es un líder de fama internacional, pero no puede ser más cercano: “Las enfermedades a todos nos alcanzan, a todos nos igualan y por tanto a todos nos preocupan. La mayoría de ellas surgen por variaciones en nuestro genoma que nos hacen más susceptibles a unos u otros daños y por interacciones inadecuadas con el ambiente”, explica. Podría trabajar en cualquier lugar del mundo, pero este oscense decidió quedarse en España. Su determinación fue irse a Oviedo después de que, como todo doctorando, viajara y viviera en diferentes países: “Me pareció que en un lugar pequeño podía desarrollarse muy bien mi vida personal. Y me gustaba también mucho la docencia como complemento a la investigación”.
Carlos asegura que el reto de construir un laboratorio de la nada y empezar con estudiantes muy jóvenes fue más difícil de lo que hubiera sido en otro lugar, pero “cualquier logro o descubrimiento era para nosotros algo grandioso”. Además, el paso del tiempo le ayudó a hacer patria. Más de 10.000 alumnos asturianos han asistido a sus clases y “eso da un sentido de pertenencia. Me siento parte del paisaje asturiano”.
Es Honoris Causa por la Universidad de Zaragoza y por otros centros. Son sólo algunos de los reconocimientos que acumula y que han hecho que su nombre suene como posible Premio Nobel. Y es que sus hallazgos permitirán, con el tiempo, la erradicación de enfermedades hereditarias o la curación de muchos tipos de cáncer, sobre todo los prematuros. A eso ha dedicado toda su vida. A los 16 años ya estaba en la Universidad, dispuesto a estudiar Químicas, pero enseguida se dio cuenta de que a esa materia le faltaba un componente que le interesaba muchísimo: explicar la vida. “Es lo mejor que tenemos, lo que a todos nos une, por lo que tener la oportunidad de investigar sus secretos es un privilegio”. Fue por ello por lo que se puso a estudiar también asignaturas de Medicina y, finalmente, acabó en Madrid en la especialidad de Bioquímica. Esas primeras clases orientaron para siempre su vocación.
Hablando de la vida, es tentador preguntarle por el secreto de la inmortalidad. Pero nada más lejos de sus planes como investigador. Ese secreto, según cuenta, “ya lo han descubierto las células tumorales”. Y el envejecimiento y el cáncer, que son dos de los objetivos centrales de estudio de su laboratorio, tienen aspectos absolutamente paralelos: “Ambos son procesos biológicos, complejos, naturales y los dos forman parte de nuestra propia evolución. El envejecimiento es la pérdida de la armonía molecular en términos de pérdida de funciones. El cáncer también es una pérdida de armonía, pero causada por una ganancia aberrante de funciones bioquímicas. Una célula se vuelve egoísta, inmortal y viajera, capaz de colonizar otros tejidos. Esto surge también por acumulación de daños genómicos”.
El cáncer, podría decirse, es el precio que tenemos que pagar por vivir más. Por eso, erradicarlo totalmente no es factible, ya que si vivimos mucho no es posible dejar de acumular daños en el genoma. Sin embargo, sí tiene claro que la longevidad es “plástica” y que, “sin duda, se vivirá más en el futuro. Pero lo que importa no es vivir más, sino vivir mejor”. Buscar la inmortalidad sería “forzar al máximo los parámetros que construyen un organismo, los parámetros biológicos”, sintonizados después de 3.500 millones de años de evolución. “Vivir más a través de manipulaciones genéticas e intervenciones todavía no factibles pero sí en un futuro, supondrá que ya no hablemos del Homo Sapiens sino del Homo Sapiens 2.0”.
Además, hay cosas más urgentes: evitar la muerte a destiempo. El próximo año, más de 100.000 españoles fallecerán de cáncer y muchos otros de enfermedades cardiovasculares o neurodegenerativas. Una gran cantidad de ellos lo harán antes de los 50 años. Evitar esto es lo que busca López-Otín en cada placa de ensayo. Y para ello se sirve de hallazgos tan significativos como la reprogramación celular, un procedimiento ideado por un científico japonés, Shinya Yamanaka.
El proceso consiste en volver atrás las células en el tiempo: “Yo tomo una célula de mi mano, de la piel, adulta, y la puedo devolver a un pasado casi embrionario, en mi caso hace 58 años. Y esa célula la puedo convertir entonces a voluntad en una neurona o en un hepatocito. El potencial de esta aproximación es extraordinaria para crear órganos y tejidos derivados de los propios de uno y renovarlos, aunque hoy por hoy no es esa su aplicación fundamental, porque aún faltan pasos para demostrar su seguridad”.