Por Cambio16
03/02/2016
Forcada, pirene, gonfaus, moneu y querol. Así se han bautizado las variedades de uva desconocidas que la familia Torres ha rescatado del olvido. Desconocidas por tratarse de variedades ancestrales que dejaron de cultivarse después de la devastación causada por la filoxera a finales del siglo XIX y desaparecieron del panorama vinícola español, a excepción de alguna cepa aislada que logró sobrevivir en estado salvaje.
De las cerca de 50 variedades recuperadas a día de hoy, Torres se ha focalizado en seis de ellas, las que muestran mayor potencial enológico y con las que está experimentando con vistas a elaborar vinos capaces de emocionar.
Torres ha elegido el congreso vinícola Enofusión, celebrado la semana pasada en Madrid, para presentar por primera vez en público los resultados tangibles del proyecto de recuperación de variedades ancestrales en el que la familia lleva trabajando más de treinta años.
La quinta generación, con Miguel Torres, director general, y Mireia Torres, directora de I+D+i, está impulsando con fuerza este proyecto, a medio camino entre arqueología y viticultura, que contribuye a recuperar el patrimonio vinícola catalán.
Vinos inéditos, únicos en el mundo, que Josep Sabarich, director técnico de Bodegas Torres, junto al sommelier de la bodega Sergi Castro, desgranaron frente a más de 80 personas. «Es apasionante, como enólogo, trabajar con variedades de las que no sabemos nada en absoluto y tener la oportunidad de experimentar. Es como enfrentarse a un lienzo en blanco», dijo Sabarich.
Las cinco variedades catadas proceden de distintos lugares de Catalunya y llevan por nombre un topónimo de la zona donde fueron localizadas, a falta de referencias bibliográficas con el nombre original de la variedad. Torres las ha plantado de manera experimental en aquellas fincas donde mejor se han adaptado.
Cada una de estas variedades ha pasado por un largo proceso que puede durar entre 5 y 10 años – o incluso más – y que implica el saneamiento y reproducción in vitro de la cepa original, la adaptación al campo de la variedad, microvinificaciones y el registro en los organismos pertinentes.
A nivel enológico, todas ellas tienen, según Sergi Castro, «un denominador común: la mediterraneidad». «Cada sorbo es una explosión de fruta, intenso, con buena acidez”, señaló. La explicación, según Sabarich, se encuentra en dos factores que son recurrentes en estas variedades: «el tamaño de las bayas, más bien pequeño, y el hecho de que en la fase final de maduración todas ellas tienden a una cierta deshidratación, lo que concentra los aromas y la acidez».
Todo lo que atañe a estas variedades recuperadas se lleva a cabo con suma delicadeza y con el mínimo de interferencias aromáticas para conocer la variedad en estado puro: se vendimian a mano, se utiliza una levadura neutra, las maceraciones son cortas, algunos vinos envejecen en barricas de roble francés de segundo uso, etc.
«No hemos querido hacer vinos corpulentos, hemos buscado la sutileza en el proceso de elaboración», explicó Sabarich. Y reconoció que, después de muchos ensayos, «estamos solo empezando a conocer estas variedades y ya se muestran muy expresivas. Estoy convencido que podremos hacer vinos muy interesantes con ellas».