Por Juan Emilio Ballesteros
Decía el diestro Rafael El Gallo, convencido de que el toro siempre avisa, que él había inventado la suerte taurina de la espantá porque le había salido del corazón… y por falta de piernas. Para entender qué ha empujado a José Antonio Viera a dar la espantá después de 35 años en el PSOE habría que preguntarse a quién beneficia su acto de rebeldía, pero sobre todo a quién perjudica.
Aparentemente, el dimisionario líder de la todopoderosa agrupación socialista sevillana –cuyo poder ha marcado los designios del partido desde Suresnes–, gozaba hasta su imputación por el Tribunal Supremo en el sumario de los ERE del respaldo sin fisuras de todos sus compañeros de militancia, incluida la presidenta de la Junta y secretaria general de los socialistas andaluces, Susana Díaz, que intenta ahora a la desesperada marcar distancias y se refiere a su mentor como «ese señor». Sin embargo, Díaz avaló la presencia de “ese señor” en las listas como número dos de la capital andaluza –detrás de Alfonso Guerra– al Congreso de los Diputados, donde ha permanecido refugiado desde entonces, escondido en su escaño, sin decir esta boca es mía, hasta el punto de que no hay registrada ninguna iniciativa parlamentaria que lleve su nombre. El díscolo diputado sólo estampaba su firma en la nómina.
No se equivocan quienes piensan que, lógicamente, quien más se beneficia de su aforamiento es él mismo, que consagró el fondo de reptiles que dio lugar a toda la trama y que garantizó el fraudulento reparto de subvenciones. Él era el consejero de Empleo entonces y, sin la protección del suplicatorio, habría acabado como su sucesor en el cargo: en la cárcel. No obstante, el portazo de Viera beneficia igualmente al resto de los que con él se sentarán en el banquillo: los dos expresidentes andaluces, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, y el exconsejero Gaspar Zarrías, una huida hacia adelante que asegura que el sumario no regresará a manos de la jueza instructora, Mercedes Alaya, y que todos ellos serán juzgados por el Supremo.
Sea como fuere, la jugada descoloca a la cúpula socialista, tanto en el ámbito andaluz como en el federal, y obliga a exigir a cara de perro que entregue el acta de diputado. El exconsejero lo tiene claro. Piensa plantar batalla y no consentirá que le hagan el hueco. Por eso ha pedido su baja como militante –no esperó siquiera la expulsión, hasta en eso se adelantó– y se ha pasado al Grupo Mixto. En el PSOE se lavan las manos. A fin de cuentas, ¿qué más pueden hacer? Así lo han entendido el resto de las fuerzas políticas. También Ciudadanos, que sostiene con sus votos la presidencia de Susana Díaz en la Junta. Muchos lamentan ahora el apoyo que le brindaron y quisieran desdecirse de sus palabras, pero ya es tarde para las disculpas. No hay vuelta atrás.
En el PSOE fijaron esa responsabilidad en la frontera de los directores generales. El listón ha subido y ya supera a los consejeros. El auto de imputación del Supremo no plantea incertidumbres y las certezas son tan demoledoras y tozudas como los hechos. Los imputados son responsables de prevaricación administrativa.
Resulta descabellado argumentar que existió una trama conspiratoria de altos funcionarios para habilitar, a espaldas de los responsables políticos, un sistema ilegal para beneficiar a una red clientelar con el objetivo político de ganar elecciones. Chaves y Zarrías, por ejemplo, reconocen que el fraude fue ridículo en comparación con los beneficios sociales de las ayudas. Que al amparo del sistema existiesen chorizos que se quedasen con el dinero resulta vergonzoso, según su testimonio. Juan Cornejo, secretario de Organización del PSOE andaluz, ha llegado a decir que Chaves y Griñán son «dos grandes caballeros que se visten por los pies y dos grandes personas». De Viera no ha dicho nada. Debe pensar que no se viste por los pies o que no cultiva habilidades especiales, como el propio Zarrías, que protagonizó un bochornoso espectáculo en el Senado cuando, en 1991, voto «con los pies» usurpando de esta manera la identidad de un compañero de bancada.
El caso es que Viera no es más que la sublimación de lo que significa el control absoluto del aparato en el partido, cuando el poder se ejerce sin discusión ni oposición alguna. Una lección que su patrocinada Susana Díaz ha aprendido hasta alcanzar el grado de maestra. Se hizo con el control de la agrupación socialista sevillana después de traicionar a José Caballos, un líder duro e implacable que logró sobrevivir políticamente al acoso de Alfonso Guerra, que ejerció durante el gobierno de José Rodríguez de la Borbolla y que sucumbió ante Viera tras perder el favor de Chaves. En aquel enfrentamiento, un Caballos sitiado, y ya defenestrado, se revolvió contra Viera afirmando: «Yo tengo los bolsillos de cristal». A Viera lo cogió descolocado, hasta tal punto que no pudo sino balbucir: «Pues yo tengo el alma de cristal, no los bolsillos».
Una respuesta premonitoria y desafortunada a tenor de la que se le ha venido encima. Ambos, Caballos y Viera, son maestros de profesión, aunque este último también ejerció de entrenador de fútbol. A esta profesión se aferró desesperadamente ante el juez durante el interrogatorio cuando, con la boca seca, el ánimo hundido y sin argumentos, se quejaba amargamente: “Sólo soy un maestro, yo no sé de leyes”, una circunstancia que no le impidió repartir groseramente entre sus amigos 50 millones de euros en la comarca sevillana de la Sierra Norte, según la investigación.
Con todo, lo que peor lleva es que le den lecciones de lealtad quienes, después de haber sido sus más fieles colaboradores, se aúpan sobre su cadáver político y lo dan por amortizado. Por eso carga duramente contra Susana Díaz, a la que asegura responder “como un señor” recordándole que durante los seis años que fue su secretaria de Organización le enseñó a ser una persona “leal y democrática”. Añade que Chaves se merecía algo más de un PSOE que no ha sido en modo alguno generoso con sus líderes caídos en desgracia. Ahora sólo es un tránsfuga y ya ningún socialista cierra filas como antaño.
En realidad, la caída de Viera, escenificada ahora con la espantá, comenzó cuando en el congreso federal se alineó con Alfredo Pérez Rubalcaba frente a Carme Chacón. Fue después de que Griñán llamara a Susana Díaz para que ejerciera de secretaria de Organización en la ejecutiva regional. Viera comprobó amargamente que Susana ya no respondía a sus llamadas telefónicas. Supo entonces que todo había acabado. Fue el principio del fin. Desde entonces, la presidenta de la Junta no ha vuelto a hablar con “ese señor” que tiene el alma de cristal, pero no los bolsillos.