A escasos días que celebremos la Nochevieja, Pedro Sánchez ha asumido que no será investido con las campanadas de fin de año, y que tendrá que esperar, por lo menos, a la cabalgata de los Reyes Magos o la Epifanía.
Esta tensa y desesperante espera para ver nacer al nuevo Ejecutivo salido de las urnas, marca toda la tensión y el despropósito que hemos vivido estos diez meses de incertidumbre, perplejidad y vacilación de toda una clase política que no ha sabido asumir su responsabilidad.
Llevamos más de mes y medio de tira y afloja para configurar un Ejecutivo que saque de la parálisis a un país que necesita más que nunca urgentes medidas y reformas profundas en todos los ámbitos y especialmente en lo social.
Lo sorprendente es que sigamos sin saber casi nada de los contenidos de la negociación ni de los acuerdos que puede haber entre el PSOE y Unidas Podemos y menos los que se van cocinando entre los socialistas y ERC.
Este secretismo se puede comprender en el fragor de una negociación y en la necesidad de votos y apoyos precisos para la investidura. Pero no pueden dar lugar a ningún chantaje ni presiones que debiliten aún más el acuerdo final.
Es evidente que el futuro de Pedro Sánchez está en manos de los republicanos catalanes. Sin embargo, esta dependencia se debe plasmar en un acuerdo político realista y sólido que vaya más allá de la imprescindible investidura; que alcance también a los presupuestos y permita desbloquear el conflicto catalán.
Se podrá y, como no, criticar el pacto con Podemos y los independentistas. Pero es lo que hay y no hay otra alternativa, porque el centro derecha no lo ha querido.
Ahora sí, todas las partes tendrán que explicar con luz y taquígrafos el alcance de los acuerdos.
No hay tiempo que perder y aunque sea antes o después de Reyes urge la configuración del nuevo gobierno para evitar un mayor deterioro de nuestra principal institución.
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