Si los resultados de las elecciones de abril habían provocado algún que otro insomnio, las del pasado 10 de noviembre pueden producir más que una pesadilla.
El preacuerdo exprés firmado entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias que unos días antes se tiraban los trastos a la cabeza, ha descolocado a todos y provocado una gran inquietud sobre todo en el campo de los conservadores.
Sánchez ha elegido el suyo y le avala su resultado electoral que por mucho que no haya conseguido lo pretendido, al convocar nuevos comicios, ha vuelto a ganar las elecciones.
Falta por conocer la letra pequeña de este preacuerdo o que forma tomará el acuerdo y pacto de coalición progresista que pretende con la formación morada.
Para eso Pedro Sánchez necesita para su investidura el apoyo o la abstención de ERC. Los republicanos e independentistas catalanes se posicionan por ahora por el no. Pero es más que probable que finalmente opten por abstenerse y apuesten por abrir una vía de diálogo con el gobierno central para desbloquear el conflicto catalán como les ha prometido el actual presidente en funciones.
Todo queda en el aire. Y lo que nos espera es un auténtico campo de minas. Sin embargo, habría que llamar a la reflexión y no olvidarnos del resultado inamovible que han dado las urnas.
Referirse al apocalipsis, crear alarmismo al decir que vuelve el comunismo y que España va directo al abismo si se firma el acuerdo PSOE–Unidas Podemos, como vaticinan algunos, es además de una osadía mal intencionada, no tener en cuenta la realidad democrática.
En este país tenemos el defecto de tomarnos todo a la tremenda, de apropiarnos de la bandera, de la Constitución, de los símbolos o de creer solamente en nuestra verdad.
España no se va a desmembrar con un gobierno de coalición progresista. PSOE y Unidas Podemos llevan tiempo gobernando en coalición en ayuntamientos y CCAA. Y no se ha roto nada.
Es evidente que si cuaja el pacto demonizado por los supuestos “defensores de la patria o de sus intereses” no va a ser ningún camino de rosa y que se puede convertir en un riesgo de inestabilidad endémica con una legislatura de vértigo.
Pero no olvidemos ni frivolicemos. La democracia es también pactar y acordar y sobre todo gobernar aunque no le guste a la otra mitad.
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