Por Cambio16
04/07/2017
El glaciar Thwaites, ubicado en la Antártida Occidental, es tan remoto que tan solo 28 seres humanos han puesto sus pies sobre él. Sin embargo, posee una importancia vital para el planeta, destaca el escritor estadounidense Jeff Goodell en la revista Rolling Stone.
Uno de esas personas afortunadas es Knut Christianson, glaciólogo de la Universidad de Washington (EE.UU.), quien ha estado allí en dos ocasiones para medir la topografía del lugar y la evolución de sus bordes y su textura.
Según describe el columnista, lo que hace Christianson allí es «mapear un futuro desastre global«. «A medida que el planeta se calienta, determinar exactamente cómo de rápido se funde el hielo y se elevan los mares puede ser una de las cuestiones más importantes de nuestro tiempo», añade.
«Si va a haber una catástrofe climática, lo más probable es que comience en el Thwaites«, vaticina Ian Howat, glaciólogo de Ohio, también citado en el artículo.
Lo alarmante en relación a esta masa de hielo -una de las más grandes del planeta- es que «en lugar de fundirse lentamente como un cubito de hielo un día de verano, es más como un castillo de naipes«. Es decir, explica el periodista, «es estable hasta que lo empujan, tras lo cual, se derrumba». Goodell apunta que este proceso no va a ocurrir de la noche a la mañana, pero sí en cuestión de décadas. «Y su pérdida desestabilizará al resto del hielo de la Antártida Occidental, que desaparecerá también», advierte.
«La mitad de la población mundial vive a menos de 80 kilómetros de la costa. Billones de dólares en inmuebles se alzan en las playas y se agrupan en ciudades al nivel del mar como Miami y Nueva York. Un largo y lento ascenso de las aguas en las próximas décadas puede ser manejable. Un aumento más abrupto no lo sería», alerta el escritor estadounidense.
Según este, el nivel del mar subirá cerca de tres metros en muchas partes del mundo, mientras que en otras, como Nueva York y Boston, debido a la forma en la que la gravedad actúa sobre el agua, podría subir hasta cuatro metros. «La Antártida Occidental podría hacer a las costas del mundo lo que el huracán Sandy le hizo a Nueva York en pocas horas», explica Richard Alley, geólogo de la Universidad Estatal de Pensilvania.
Una cuenta atrás
«Nos gusta pensar que el cambio ocurre lentamente, sobre todo en un paisaje como la Antártida. Pero ahora sabemos que esto no es así», afirma Christianson. En esta línea, el columnista indica que, hasta hace poco, «la mayoría de los científicos no se preocupaban demasiado por la Antártida» -el lugar más frío del planeta-, pero en los últimos años, «las cosas se han vuelto cada vez más raras» en el continente helado.
El «primer evento alarmante» tiene que ver con el colapso repentino de la plataforma de hielo Larsen B en 2002. A pesar de que no elevó el nivel del mar (puesto que ya estaba flotando) sí que contribuyó a que los glaciares detrás de la misma «fluyeran hacia el mar hasta ocho veces más rápido que antes».
En esta línea, Goodell hace referencia a la amenaza de que la plataforma de hielo Larsen C –que ya presenta una grieta de 160 kilómetros– corra la misma suerte. «La Antártida solía ser el elefante dormido. Pero ahora se está moviendo», apunta Mark Serreze, cabeza del Centro Nacional de Nieve y Datos de Hielo de EEUU.
La catástrofe parece inminente: en 2014, dos científicos del hielo de gran prestigio –Eric Rignot de la NASA e Ian Joughin de la Universidad de Washington- publicaron dos documentos separados que llegaron a la misma conclusión: «Nuestras simulaciones proporcionan una fuerte evidencia de que el proceso de desestabilización del manto de hielo marino ya está en marcha en el glaciar Thwaites», reveló Joughin.
«La amenaza es clara», hace hincapié el periodista, indicando que «en un mundo racional» esta situación daría lugar a un cese de la contaminación y a una mayor inversión en investigar lo que realmente está sucediendo en la Antártida Occidental. «En cambio, los estadounidenses eligieron a un presidente que cree que el cambio climático es un engaño (…) y en su lugar gasta casi 70.000 millones de dólares para construir un muro en la frontera con México y otros 54.000 millones para reforzar el Ejército», concluye.