El calentamiento global, la crisis energética y el agotamiento del modelo de consumo aceleran el cambio climático y disparan todas las alarmas ante la grave amenaza que se cierne sobre la vida en el planeta. Para revertir esta situación, se propone una nueva revolución industrial para descarbonizar la economía, pero las medidas que se implementan, como la plantación masiva de árboles, gravar las emisiones o la instalación de parques eólicos y fotovoltaicos no han aportado soluciones eficientes.
El científico Víctor Resco de Dios afirma que en parte son ecomitos basados en falsas creencias medioambientales que están asentadas en el imaginario popular y que tienen más sustento político que científico. De forma clara y contundente, sin concesiones, desenmascara todos los bulos y, contra las mentiras de la inacción climática, propone más ciencia, más cultura, más ingeniería y más humanismo.
La Tierra no se curará con ideas, sino con propuestas solventes. El investigador Víctor Resco de Dios entiende que nuestra sociedad es rica en líderes de opinión, pero pobre en líderes de conocimiento. Y para revertir la degradación ambiental acelerada por el cambio climático y combatir al mismo tiempo la pobreza y la desigualdad, se precisan líderes muy preparados, que los futuros presidentes encargados de tomar las decisiones y ponerlas en práctica entiendan la raíz, y la complejidad, de los procesos responsables por la crisis ambiental global, así como su solución, pero sin incurrir en los ‘ecomitos’: las falsas creencias que están instaladas en el imaginario popular sobre aspectos ecológicos y ambientales.
En Ecomitos: los bulos ecológicos que agravan la crisis ambiental (Plataforma Editorial, 2024), Víctor Resco de Dios sostiene que estamos alterando el planeta a una escala que hay quien considera que hemos entrado en el Antropoceno: una nueva edad caracterizada por la omnipresente huella humana. El libro trata sobre cuestiones avanzadas de sostenibilidad ambiental para preparar a los futuros presidentes y líderes que diseñen el Pacto Verde para abordar cuestiones complejas que están a caballo entre los campos de la ecología, ingeniería, humanidades y economía, y reconciliarnos así con la naturaleza con el propósito de revertir la crisis ambiental global.
Contra los mitos ecológicos y la inacción climática
Víctor Resco de Dios es científico y trabaja en la mitigación de algunos de los principales problemas que amenazan a la sostenibilidad de nuestra sociedad, tales como el cambio climático, los incendios forestales o la contaminación. Doctor por la Universidad de Wyoming, es profesor de Ingeniería Forestal e investigador en la Universidad de Lleida y publica regularmente columnas científicas en diversos medios de comunicación de prestigio internacional, entre los que se encuentran National Geographic y la BBC.
Ha escrito un libro sobre incendios forestales, más de cien artículos en revistas científicas y actualmente es uno de los científicos más citados del mundo en el campo de la biología. También coordina la Unidad Mixta de Investigación entre el Centro Tecnológico Forestal de Cataluña y Agrotecnio (JRU CTFC-Agrotecnio) y anteriormente ejerció como profesor en Western Sydney University (Australia) y en Southwest University of Science and Technology (China).
En Ecomitos, se establece muy claramente que los grandes agentes contaminantes pretenden traspasar su responsabilidad a la sociedad en su conjunto y, de forma individual, a cada uno de los ciudadanos, a los que estigmatizan por su estilo de vida insostenible.
Sin embargo, todos nosotros somos víctimas: “Necesitamos extirpar todas las falacias y demagogias ecológicas que se han instalado en el imaginario colectivo. En contra de lo que generalmente se argumenta, nosotros somos en primer lugar víctimas del cambio climático. Somos nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos, quienes sufriremos las consecuencias de la crisis ambiental global. Y frente a eso, la ciencia y la cultura conforman el único paraguas posible, el único escudo, pero también la única metralla que vale la pena usar.
Introduce su libro con una frase del físico Richard Feynman, uno de los científicos más populares del siglo XX –el chico que toca los bongos en la película Oppenheimer–: “Si la teoría no se ajusta a la realidad, se trata de una teoría errónea”. Me recuerda un viejo aforismo periodístico: “No dejes que la verdad te estropee una bonita historia”. En la época de la posverdad, ¿a qué intereses sirve el relato que estamos construyendo sobre el cambio climático?
Se están construyendo distintos relatos en función del sector, pero quizás el dominante sea el de una sensación apocalíptica. Emergencia climática, ebullición global… son términos recientemente acuñados y que buscan imprimir la sensación de que nos quedamos sin tiempo para evitar una catástrofe irrevocable. Aunque estos mensajes tengan una buena intención, el fin del mundo ha sido anunciado ya muchas veces antes.
Creo que la continua exposición a mensajes catastrofistas puede fomentar el hastío en la población, o que se perciba como que se está exagerando un problema que de por sí ya es bastante grave. Si este año la ONU ya hablaba de “ebullición global”, ¿qué dirá dentro de unos años? No dudo de las intenciones, pero este relato catastrofista no siempre beneficia a la lucha contra la crisis ambiental. Al revés, puede alimentar la inacción y el retardismo.
En Ecomitos destapa las contradicciones en las que caemos al abordar el cambio climático, los bulos ecológicos que a su juicio agravan la crisis ambiental. ¿Qué es un ecomito y por qué es tan complicado determinar la ecorrealidad?
Por ecomitos me refiero a los bulos ambientales, a las falsas creencias que están instaladas en el imaginario popular sobre aspectos ecológicos y ambientales. El problema no es tanto que sean falsos, sino que están muy expandidos. Las medidas para mitigar la crisis ambiental, en muchas ocasiones, se basan en ecomitos. La población cree que se está progresando en la mitigación climática, pero la realidad es que enfrentarse a la crisis global con ecomitos es como enfrentarse a molinos creyendo que son gigantes: una aventura que no acabará muy bien.
Resulta difícil desprenderse de ellos porque están en sintonía con las ideas que intuitivamente consideramos positivas para el medio ambiente. El reciclaje, por ejemplo, parece una buena idea, pero solo el 1% del plástico producido a nivel mundial se recicla más de una vez, por lo que el problema de los residuos lo debemos solucionar de otra forma.
Entre el negacionismo y el catastrofismo, usted apela al sentido común. Al desenmascarar la superchería, no deja títere con cabeza. ¿Por qué ese desencuentro entre humanidades, ciencias e ingenierías que reduce tanto la visión global del problema?
El divorcio entre humanidades, ciencia e ingenierías surge de la cantidad creciente de información y de la necesidad de especialización. También encontramos que en las bases de datos científicas las revistas de ciencia tienen mayor “impacto” que las otras. Es decir, quedan mejor posicionadas en los ránquines bibliométricos y, por tanto, gozan de mejor reputación, como si fueran más serias. Esto puede fomentar una especie de cientifismo, y los aspectos sociales muchas veces se obvian en los proyectos relacionados con el medio ambiente, de manera que se desarrollan medidas sin tener en consideración a la población que ahí vive.
En realidad, el cambio climático existe desde siempre, pero ahora el calentamiento global está provocado por la acción del hombre. ¿Qué caracteriza el Antropoceno y por qué la huella humana es tan peligrosa para el planeta?
Los cambios climáticos “naturales” que han ocurrido a lo largo de la historia de la Tierra no tienen nada que ver con el actual, que es mucho más rápido. Un cambio en la temperatura de más de 3 °C en un siglo, que es la ruta en la que estamos ahora mismo, es algo inaudito y sin parangón.
Ahora bien, debemos recordar que la crisis ambiental va mucho más allá del cambio climático. Estamos inmersos en una crisis energética. Nuestro consumo de plásticos es tal que hasta en las analíticas se empieza a detectar la presencia de microplásticos, con consecuencias todavía desconocidas para nuestra salud.
La biodiversidad está siendo erosionada por nuestra acción continua, y la contaminación sigue en aumento. Es por ello que hay quien considera que estamos alterando el planeta de manera que hemos entrado en el Antropoceno: una nueva edad caracterizada por la omnipresente huella humana.
¿Por qué el calentamiento global es solo parte del problema, pero no es el principal problema?
El clima asienta las bases sobre la que se establece toda sociedad. Cualquier sacudida climática se traslada sobre nuestra economía instantáneamente. Pero los problemas que antes comentábamos sobre la crisis energética, los plásticos, la contaminación o la crisis de la biodiversidad no son aspectos menores. Si consideramos al calentamiento global como el único o el principal problema ambiental corremos el riesgo de incurrir en la miopía climática.
¿En qué consiste la miopía climática y qué consecuencias podría tener si no se actúa con celeridad?
Por miopía climática me refiero a las acciones que tomamos con el objetivo de reducir las emisiones, pero sin consideración alguna por las consecuencias que ello podría acarrear sobre otros aspectos de la sociedad o del medio ambiente.
Las instalaciones descontroladas de energía solar, por ejemplo, pueden aumentar aún más la temperatura en las ciudades, diezmar la biodiversidad en entornos naturales, o aumentar la injusticia social ya que el trabajo infantil está a la orden del día en las actividades mineras que acompañan a eso que llaman transición energética. Debemos desarrollar una conciencia global del problema antes de tomar decisiones, y no centrarnos únicamente en un aspecto de la crisis ambiental global.
Los líderes actuales defraudan. Reclama líderes preparados para revertir la degradación ambiental porque “nuestra sociedad es rica en líderes de opinión, pero pobre en líderes de conocimiento”. ¿Cómo llenar ese vacío?
Ese es el objetivo del libro: mostrar que ser líderes de conocimiento en la cuestión ambiental está al alcance de todos. Se trata de problemas complejos, por supuesto, pero también son cuestiones fáciles de entender cuando se explican bien. Pretendo que el libro sea un arma para protegernos contra los intereses gubernamentales y de los diferentes grupos de presión para poder desenmascarar las mentiras con las que tapan la inacción climática, y poder atacar de vuelta con ciencia y cultura, con ingeniería y humanismo, que es la única metralla que sé disparar.
¿En qué escenario climático nos encontramos realmente? ¿Estamos cerca del planeta invernadero?
La temperatura global ya ha aumentado 1,3 °C de media, y los acuerdos implementados a día de hoy nos están conduciendo a un aumento de más de 3 °C a finales de siglo. Hay quien considera que eso puede desestabilizar el sistema climático, de manera que alcancemos un valor de 10 °C de calentamiento, como en el Paleoceno.
Esto es porque los aumentos de temperatura dispararían las emisiones de CO2 procedentes, por ejemplo, de la quema de los bosques boreales o amazónicos, lo que intensificaría el cambio climático hasta llegar a los 10 °C antes comentados. Es un escenario absolutamente dantesco y, aunque es posible, pero los modelos climáticos no predicen esa respuesta a día de hoy, por lo que consideramos que es poco probable.
En 2004 se produjo un punto de inflexión cuando la petrolera británica BP reconoce el impacto climático de su negocio y surge el concepto de huella de carbono. La responsabilidad por el cambio climático dejó de ser de las grandes corporaciones y pasó a ser de los ciudadanos. ¿Por qué denomina a esta perversidad “la gran trampa”?
Porque, efectivamente, se trata de una trampa perversa. De repente ya no eran las petroleras las causantes del cambio climático, sino nosotros, los ciudadanos, a través de nuestro estilo de vida “insostenible”. El concepto de la huella de carbono se desarrolla desde BP porque querían pasar la pelota de la responsabilidad corporativa por el cambio climático a nuestro tejado, al de la responsabilidad individual. Y así, de la noche a la mañana, lograron no solo que dejáramos de considerar que el problema se debía a los sistemas de producción y a nuestra dependencia del combustible fósil, sino que se debía a que nuestro estilo de vida era contaminante.
Pero la realidad es que las emisiones vienen determinadas por el contexto económico y social del país en el que uno habita. De hecho, un indigente en los Estados Unidos tiene una huella de carbono superior a un ciudadano medio en España, precisamente por las diferencias entre el contexto socio-económico y de los modos de producción, transporte y construcción entre ambos países. Por tanto, aun cuando pretendamos tener un modo de vida de bajo impacto, o incluso viviendo en la indigencia, no lograremos tener una huella sostenible si no vivimos en un país preparado para ello.
¿El marketing verde no es más que una forma de greenwashing?
El greenwashing pretende hacernos creer que algo contaminante es en realidad ecológico. No es más que una forma de marketing verde donde se vende la idea de que se está haciendo algo por el medio ambiente cuando solo se está alimentado a los ecomitos.
¿Es posible cambiar nuestro estilo de vida sin transformar el modelo económico? ¿No podemos influir en este cambio desde nuestra condición de consumidores?
Es difícil que logremos solucionar el problema ambiental a través de nuestras acciones individuales porque el 50% de las emisiones proceden del 10% más rico de la población. Por tanto, las acciones más efectivas se centran actuando sobre esa minoría acaudalada y contaminante. Por desgracia, limitar las emisiones de los grandes multimillonarios no entra en la agenda de ningún gobierno. Desde nuestra condición de ciudadanos podemos y debemos exigir a quien tiene competencias, que es el gobierno, para que tome las riendas en el asunto.
Las energías alternativas y renovables también contaminan. ¿Qué efectos tiene la instalación de huertos solares y parques eólicos sobre la biodiversidad?
La principal razón que explica la pérdida de biodiversidad es la transformación de hábitats. Es decir, la conversión de un monte en una ciudad o en una industria. Y precisamente eso es lo que hacen los huertos solares y los parques eólicos: rompen el monte para transformarlo en una explotación industrial de generación de electricidad.
Asimismo, son muy poco eficientes, de manera que requieren degradar grandes extensiones de terreno. Y, además, requieren de una gran expansión de las actividades mineras, sobre todo en el sur global, donde las condiciones laborales son esclavistas en muchos casos. Evidentemente, las energías solar y eólica son parte de la solución al cambio climático, pero solo si se implementan correctamente, ya que también generan muchos daños colaterales.
La Unión Europea ha incluido la energía nuclear en su taxonomía verde generando una encendida polémica. ¿Sin la nuclear es posible la descarbonización?
Sería mucho más difícil. La energía nuclear no emite CO2. Todas las energías contaminan, y debemos sopesar los pros y los contras de cada fuente de energía de forma tranquila, sosegada, rigurosa y desmitificada.
Los informes de la ONU, del IPCC, del Centro Común de Investigación de la Unión Europea y de la OMS, así como los estudios de científicos independientes, todos coinciden en que la energía nuclear es la que menos contamina, y también la que menos riesgos tiene para la salud. Esto es lo que nos dicen los estudios independientes, pero hay una gran reticencia a aceptar la realidad por los ecomitos que han envenenado el imaginario colectivo.
¿Los biocombustibles constituyen otro caso de miopía climática?
Los biocombustibles deberían ser parte de la solución, pero la forma cómo se han implementado hasta ahora constituye otro caso de miopía climática. Tras la directiva europea que fomentaba el consumo de biocombustibles, se deforestó Indonesia para plantar aceite de palma, y Brasil para cultivos de soja. Como resultado, las emisiones de estos biocombusibles son mayores que las de los combustibles fósiles y, además, han redundado en pérdidas de biodiversidad y en graves impactos sociales.
El plástico no se recicla. Con esta afirmación desmonta todo un entramado que camufla el problema del plástico y la falacia del reciclaje. Un maquillaje tóxico lo denomina. ¿Cómo afrontar este reto?
Solo el 1% de todo el plástico producido ha sido reciclado más de una vez a nivel global. El resto sigue en uso, ha sido incinerado, o está tirado en algún vertedero o en la naturaleza. El reciclaje de plástico, por tanto, no forma parte de la solución porque es una quimera.
Debemos velar por la sustitución del plástico por otros materiales menos contaminantes como el papel o duraderos como el vidrio, según la necesidad. Tampoco podemos obviar la necesidad de reducir el consumo y de reusar. El reciclaje es tóxico en el sentido de que crea la ilusión de que podemos consumir sin parar porque se va a reciclar. Pero eso no ocurre así.
¿Plantar árboles es la solución a la crisis climática global? ¿Cómo se deben gestionar los bosques?
El 30% de las emisiones a día de hoy nos salen “gratis” desde el punto de vista climático porque las asimilan los bosques. Es decir, los bosques eliminan el 30% del CO2 fósil a través de la fotosíntesis (lo transforman en madera, raíces, etc.), y al cambio climático solo contribuye el CO2 atmosférico. Pero estamos viendo aumentos significativos en la mortalidad arbórea y en la afección por los incendios, lo que puede disminuir este “sumidero” de carbono terrestre.
Aquí es donde la gestión forestal, que implica cortar árboles de forma sostenible y sin deforestar entra en juego: es más probable la supervivencia de 100 árboles por hectárea, que no de 1.000 por hectárea, porque en el primer caso habrá más agua por árbol. Por tanto, cortar árboles es parte de la solución a la crisis climática y, cuando se realiza de forma sostenible, también ayuda a la preservación de la biodiversidad.
Las plantaciones, sin embargo, suelen conllevar bosques olvidados. Lo vemos por desgracia cada verano en España, donde las antiguas repoblaciones abandonadas arden como cerillas recurrentemente, aunque muchas estuvieron bien planificadas cuando se realizaron. Por tanto, las plantaciones abandonadas aumentan el riesgo de incendio forestal y, además, son poco efectivas asimilando carbono.
¿A qué se refiere cuando afirma que estamos pasando del Antropoceno al Piroceno?
El 95% de los bosques de nuestro entorno ha estado gestionado por el hombre durante los últimos 12.000 años. Durante la Edad del Hombre, el Antropoceno, nosotros consumíamos el exceso de biomasa de nuestros bosques, de manera que los incendios eran raros.
Ahora, con el abandono rural, cada vez hay más bosques en Europa (y no más deforestación, como popularmente se cree) y, como nadie aprovecha el exceso de biomasa, es el fuego quien lo consume. Por eso digo, de manera informal y metafórica, que estamos entrando en la Edad del Fuego, porque ya no es el hombre quien gestiona nuestros ecosistemas, sino que es el fuego.
En una reciente comparecencia en el Parlamento Europeo, con motivo de la tramitación de la Ley de Restauración de la Naturaleza, pudo comprobar una vez más cómo los imponderables políticos anulaban los criterios técnicos, evidenciando que “hay diferentes perspectivas sobre la verdad”. ¿El enemigo en casa?
Lo preocupante de este caso fue que no se trataba de un político, sino del responsable de bosques de la Dirección General de Medio Ambiente. Es decir, de un alto funcionario. Dentro de esta dirección general en particular, nos encontramos con muchos técnicos que intentan implementar su ideología, caiga quien caiga, y haciendo oídos sordos frente a las evidencias.
Aunque la expresión “también existen las verdades alternativas” la acuñaron en el equipo de Trump, lo cierto es que se trata de una visión muy expandida incluso entre ciertos sectores técnicos. Esto tiene graves consecuencias tanto para la naturaleza, como para el mundo y desarrollo rural, y puede incluso llegar a amenazar a nuestra seguridad alimentaria.
Frente al Sistema de Intercambio de Emisiones (SIE), y su floreciente mercado de derechos de emisiones, usted propone el impuesto al carbono. ¿Por qué?
Los estudios realizados hasta la fecha nos muestran como las bajadas en las emisiones propiciadas por los impuestos, o por los SIE, son limitadas e insuficientes. Sin embargo, aunque el SIE goza de mejor prensa que los impuestos, agrava más la injusticia social.
Las empresas energéticas han sido las grandes beneficiadas tras la implantación del SIE, con unos beneficios anuales estimados en unos 8.000 millones de euros en la Unión Europea, debido a fallos en el diseño. El impuesto al carbono que propongo, en cambio, es un impuesto que grava a la empresa, pero que se devuelve al ciudadano en la declaración de la renta, de manera que no propicia esta desigualdad.
“Yo creo en un activismo basado en las evidencias, no en las ideologías, y que lo ejercen todas las personas que en su día a día contribuyen a crear un mundo mejor, cada uno desde su parcela. Desde los periodistas honestos hasta los agricultores que nos dan de comer y cuidan de nuestro medio, o las personas que luchan por la educación y la sanidad, o cualquier otra acción o profesión que ayude a construir un futuro mejor. Todavía creo en el poder de la educación y en que, si logramos erradicar los ecomitos que han contaminado el imaginario colectivo, podremos presionar a quienes tienen competencias para arreglar el problema, que son los gobernantes, y forzarles a que tomen medidas en la dirección correcta. En mi opinión, cambiar el discurso oficial de manera que se desnuden los mitos, y reluzca el conocimiento basado en las evidencias, es la mejor forma de forzar cambios legislativos. Es decir, no debemos seguir a los líderes políticos, sino que tenemos que marcar nosotros el camino de forma que no dejemos margen de actuación fuera de las evidencias para los gobernantes”.
¿El sistema de compensación de carbono promueve una especie de colonialismo verde?
Las plantaciones masivas que se realizan, por ejemplo, en países del sur global son una muestra de este colonialismo verde. Las grandes empresas tienen patente de corso para emitir mientras “compensen” sus emisiones, y se están favoreciendo estos programas, donde en muchas ocasiones se expulsa a las comunidades indígenas para plantar árboles.
Es decir, que son los más vulnerables quienes tienen que sufrir las consecuencias del greenwashing que perpetran los grandes conglomerados industriales. Hablamos de colonialismo ambiental porque exportamos las consecuencias del marketing ambiental a países pobres, y eso en demasiadas ocasiones repercute negativamente sobre las sociedades afectadas.
En Ecomitos denuncia la confabulación de las grandes corporaciones con las organizaciones ecologistas, que denomina como la Gran Coalición. ¿Hasta dónde llega el negocio de la conservación y restauración de la naturaleza? ¿Funcionan las organizaciones ecologistas como multinacionales?
Las grandes organizaciones ecologistas son multinacionales con presupuestos anuales que pueden llegar a los mil millones de dólares, y donde los sueldos de los directores ejecutivos (los famosos CEO en inglés) superan el millón de dólares. No estamos hablando de elucubraciones, sino de los datos que se puede encontrar en la declaración de la renta de estas entidades. Los archivos no mienten.
Esta financiación procede en parte de las grandes empresas contaminantes. Y es que las entidades ecologistas son en muchas ocasiones quienes realizan las plantaciones compensatorias para empresas como Shell y BP.
Las grandes ecologistas son el brazo que ejecuta las maniobras de propaganda verde para limpiar la imagen de estas grandes compañías. Por desgracia, muchas de estas entidades ecologistas se han convertido en poco más que el departamento de relaciones públicas de las grandes multinacionales.
La brecha entre países ricos y pobres se agranda. Otro mito que desmonta es el de la superpoblación. Califica de maquiavélico culpar de la degradación ambiental a quien menos tiene, menos consume y menos contamina. ¿Realmente faltan recursos y sobra población?
El 10% más rico de la población es responsable del 50% de todas las emisiones, mientras que el 50% más pobre solo emite el 10%. Por tanto, la raíz de la crisis ambiental no está en que seamos muchas personas, sino en que unas pocas consumen una cantidad de recursos absolutamente desaforada.
Si todos viviéramos como los bosquimanos de África, no habría cambio climático. Sin embargo, nos han vendido la idea de que el problema está en el elevado número de personas en el sur global cuando, en realidad, son quienes menos tienen y menos consumen. Me parece absolutamente perverso culpar a quienes menos tienen de un problema que no han creado y que, además, son las primeras víctimas de la crisis ambiental por ser también las personas más vulnerables.
Este discurso ha sido creado y divulgado por la Gran Coalición que comentábamos antes: las empresas contaminantes y las ONG ambientalistas. A los primeros les interesa este relato porque les sirve de chivo expiatorio y para distraer la atención sobre el foco principal del problema. Y también es habitual encontrarnos con ecologistas alimentando el discurso de la superpoblación porque, nuevamente, reciben fondos de las élites económicas que son las responsables reales de la crisis ambiental global.
¿Por qué cree que en un modelo de economía de mercado se alienta la deificación y antropomorfización de la naturaleza?
Nuestra sociedad tiene una concepción de la naturaleza exageradamente romántica. Creemos que la naturaleza es intocable y algunas personas profesan una veneración casi religiosa. Hay quien llega incluso a antropomorfizar los árboles, y una corriente de opinión muy expandida promueve que los árboles madre cuidan a sus retoños y les alimentan a través de hongos que conectan las raíces.
La realidad es más bien al revés. La mayoría de estudios muestran como las plántulas crecen mejor cuando se liberan de la competencia de los árboles mayores. Esto es solo un ejemplo, pero nos sirve para ilustrar cómo muchas personas frustradas con el día a día de vivir en una sociedad egoísta como la nuestra se inventan historias mágicas sobre una cooperación inexistente entre los árboles.
No creo que esta deificación y antropomorfización de la naturaleza resulte de una economía de mercado porque encontramos pensamientos parecidos durante el romanticismo e incluso en épocas anteriores. En cualquier caso, vivir demasiado tiempo en las ciudades, sin tener contacto real con la naturaleza en el sentido de no vivir del campo, y de no estudiarlo ni buscar comprender cómo funciona de manera científica, puede facilitar el desarrollo de este tipo de creencias.
¿Es posible que con la tecnología actual se puedan alcanzar los objetivos de la Agenda 2030 y las cero emisiones en 2050?
Creo que lo importante es recalcar que el fin del mundo no se avista en el horizonte, y que podemos dar muchos pasos para mejorar la situación actual. Es cierto que las evaluaciones científicas disponibles nos muestran cómo a día de hoy estamos muy lejos de lograr esos objetivos que comenta.
También lo es que los líderes actuales nos han defraudado, y que no se avistan señales de cambio. Sin embargo, si desplegamos las medidas actualmente disponibles, en base a evidencias y sin imposiciones ideológicas, y rehuyendo de un cientificismo reduccionista y considerando las repercusiones globales de nuestras acciones, tanto a nivel ecológico como a nivel económico y social, está claro que podemos progresar mucho en la dirección correcta.
El futuro no está escrito, pero sí que está en nuestras manos. Y con la guía correcta podemos, en gran medida, revertir la degradación ambiental y la desigualdad junto con los problemas sociales, ya que ambos problemas forman las dos caras de la misma moneda.
¿Cómo podemos convertirnos en ecoactivistas sin caer en la superstición o la ecoansiedad?
Yo creo en un activismo basado en las evidencias, no en las ideologías, y que lo ejercen todas las personas que en su día a día contribuyen a crear un mundo mejor, cada uno desde su parcela. Desde los periodistas honestos hasta los agricultores que nos dan de comer y cuidan de nuestro medio, o las personas que luchan por la educación y la sanidad, o cualquier otra acción o profesión que ayude a construir un futuro mejor.
Todavía creo en el poder de la educación y en que, si logramos erradicar los ecomitos que han contaminado el imaginario colectivo, podremos presionar a quienes tienen competencias para arreglar el problema, que son los gobernantes, y forzarles a que tomen medidas en la dirección correcta.
En mi opinión, cambiar el discurso oficial de manera que se desnuden los mitos, y reluzca el conocimiento basado en las evidencias, es la mejor forma de forzar cambios legislativos. Es decir, no debemos seguir a los líderes políticos, sino que tenemos que marcar nosotros el camino de forma que no dejemos margen de actuación fuera de las evidencias para los gobernantes.
Un gran porcentaje de la población está concienciada de la problemática ambiental, pero también son víctimas de la epidemia de desinformación que estamos sufriendo. Personas que buscan ayudar y que están convencidas de que hacen lo correcto pero que, sin quererlo, están contribuyendo a agravar el problema porque la Gran Coalición ha envenenado el discurso que nos ha llegado.
Espero que el libro sea un pequeño granito para desmontar todos estos bulos, que tanto daño nos están haciendo. Es demasiado lo que está en juego y no podemos permitirnos fallar.