Llevamos seis meses conviviendo con la COVID-19. Medio año de incertidumbre, de preocupación diaria sin saber con certeza qué nos va a deparar las próximas semanas o meses. Pensábamos que, con el fin del estado alerta y la salida del confinamiento, habíamos vencido o por lo menos controlado la pandemia. Los nuevos rebrotes y contagios de estos meses de julio y agosto nos han devuelto a la realidad, precisamente cuando todos preveían una nueva ola de contagios para el mes de octubre.
En primer lugar, hemos de reconocer que todos nos hemos relajado y que el virus no se ha ido de vacaciones. La expansión de los rebrotes por toda nuestra geografía ha puesto de manifiesto que seguimos estando por detrás del “bicho”. Que la falta de iniciativa y coordinación entre las distintas instituciones, y el deseo precipitado por salir del estado de alarma, nos ha perjudicado. Una vez más, se han encendido todas las alarmas.
Seguimos preguntándonos, sin saber la respuesta exacta, ¿por qué España ha liderado en todo Europa el ranking de contagiados y nuevos ingresos en los hospitales? Es evidente que luchar contra un enemigo invisible es tarea ardua y complicada, pero hemos tenido el tiempo suficiente para prever la que se nos venía encima. La cuestión no es buscar culpables, sino más bien exigir una autocrítica de los poderes públicos, sean estatales o autonómicos, para que expliquen lo ocurrido y dónde se ha fallado. La respuesta solo puede ser común y coordinada. Una respuesta que aporte también soluciones a corto y medio plazo. Una respuesta que salga del ámbito de las guerras políticas que no conducen a ninguna parte y solo provocan mayor incertidumbre y desasosiego en la opinión publica.
Los poderes públicos, todos, son los que tienen que asumir el rol de lanzar mensajes de unidad, tranquilidad y sosiego ante una sociedad desamparada
El gran reto que se presenta, y que va a ser la verdadera prueba del nueve, es la vuelta al colegio y al trabajo en la gran mayoría de las empresas. No es momento de lamentaciones y autoflagelación, sino de tomar las medidas adecuadas y coordinadas para frenar y controlar el virus, que sigue llevándonos la delantera. Nos se trata de volver al mes de marzo ni al confinamiento duro y puro. Pero sí de concienciarnos de la gravedad de la situación que, por ahora, nos impide saber la evolución que va a tener la pandemia. Es necesario clarificar que los mensajes, prohibiciones y recomendaciones sean nítidos y transparentes porque nos jugamos nuestra propia salud pública.
En lo que concierne a la radiografía político y social que nos espera, el panorama no puede ser más desalentador. La rentrée puede convertirse en la tormenta perfecta. A la absurda moción de censura que presentará VOX, que se debatirá en las próximas semanas, tenemos que añadir la gran incógnita de la elaboración de los nuevos presupuestos sin saber con qué apoyos contará el gobierno de coalición. Unos presupuestos que son imprescindibles y prioritarios, que han de ser de país y no del gobierno como ha indicado el presidente Pedro Sánchez. Que sirvan para afrontar una crisis económica que se puede convertir en un verdadero tsunami en los próximos meses. A todo esto, hemos de añadir si Quim Torra se decide o no a convocar elecciones en Cataluña.
Ante una situación excepcional, se necesitan medidas excepcionales. La primera corresponde a nuestra clase política. Sus dirigentes no pueden seguir enfrascados en la bronca permanente y en un agravio alimentado por la tensión que no sirve a los intereses de nadie y embarra el terreno del acuerdo y del consenso más necesario que nunca. Los políticos deben abandonar la demagogia, el populismo y el politiqueo que degrada un ambiente más que enrarecido por la pandemia y la crisis económica.
En este país de las autonomías nos falta cultura federal. Una cultura basada en el compromiso, la coordinación y una real cogobernanza. No es de recibo que durante el estado de alarma ciertas comunidades autónomas reclamaran la recuperación de sus competencias para posteriormente, desbordadas por la situación, pidieran amparo al Gobierno central, acusándole de inacción y dejación de funciones como lo han hecho dirigentes del Partido Popular.
Quedan muchos deberes pendientes. El primero de todos corresponde a Pedro Sánchez. El presidente debe poner orden en su propio gobierno con sus socios de Unidas Podemos. Las discrepancias sanas y naturales que pueden existir en todo gobierno de coalición no pueden exponerse en la plaza pública. Las diferencias y controversias se discuten en el seno del gobierno para, posteriormente, buscar el consenso y transmitir un mensaje inequívoco de unidad. Las disputas internas solo visualizan la debilidad del Ejecutivo.
En segundo lugar, Pablo Casado tiene que clarificar su posición como líder de la oposición. Los bandazos de estos últimos meses, que han culminado con el cese de la polémica Cayetana Álvarez de Toledo, son la prueba irrefutable de que el PP sigue en la duda permanente. El principal partido de la oposición, con todo el derecho a la crítica, debe asumir su papel de partido de Estado y no el de poner palos en la rueda, más aún ante la emergencia nacional en la que nos encontramos. Su obligación es también arrimar el hombro para intentar alcanzar los acuerdos y consensos que demanda la situación y la sociedad española. Hay que desterrar las luchas partidistas.
En este otoño de alto voltaje que se nos presenta, además de la pandemia, nos vamos a enfrentar a una crisis económica y social cuyas consecuencias e impacto son todavía imprevisibles; a una crisis de educación y, cómo no, a la sanitaria, que ha vuelto a poner en guardia a nuestros hospitales y residencias de mayores. No podemos retroceder ni volver al escenario de confinamiento porque sería una verdadera catástrofe para todos. Ahora bien, la responsabilidad nos incumbe a todos, individual y colectivamente, para mantener a raya al virus. Los poderes públicos, todos los poderes públicos, son los que tienen que asumir el rol de lanzar mensajes de unidad, tranquilidad y sosiego ante una sociedad que, en muchos de los casos, se encuentra desamparada y, sobre todo, muy preocupada por su futuro.
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