En las últimas semanas como embajador de Venezuela en Canadá nos hemos volcado a una agenda de reuniones bilaterales con homólogos de países del este y norte de Europa, que han renovado su apoyo a la recuperación de la democracia en Venezuela y su reconocimiento a la lucha liderada por el presidente [E] Juan Guaidó. Quiero destacar algunos de estos encuentros porque son un semillero de esperanza, sembrados en tierra fértil de cultura inmensamente libertaria.
Al mal tiempo buena cara
Sabemos que atravesamos una grave crisis humanitaria agudizada por la COVID-19. Aunque lo humanitario no niega lo político, no termina siendo [el poder] una variable que haga depender lo humanitario. El poder es un desafío de un sector de la poli, mientras el valor humanitario [independiente] incumbe a todos. El respaldo de la comunidad internacional se amplifica y es unánime cuando se trata de preservar la vida, la integridad, la salud y la dignidad del ser humano.
En nuestra experiencia diplomática la lucha por la restauración democrática encuentra aliados y adversarios; un cocktail de circunstancias y conveniencias de poder que impiden el consenso. Pero en el terreno humanitario el planeta es consciente de que deben prevalecer los aquiescencias y concesiones.
Venezuela exhibe -dolorosa y vergonzosamente- estadísticas degradantes en lo económico, social y político. Por añadidura muy mal en los índices de alimentación, miseria extrema y salud. 10 millones de venezolanos están en situación de desnutrición; 3 de cada 5 niños padecerán en el futuro patologías a causa de la anemia; madres subalimentadas traen al mundo críos con hidrocefalia y la mortalidad infantil crece como las pandemias, agravadas por debilidades del sistema inmune.
Se dispara la huida. Casi 6 millones de venezolanos escapan del hambre, la peste y la anomia. El impacto en la subregión es notorio. Colombia ha gastado más de 500 millones de dólares en procesos de interiorización y auxilio a refugiados venezolanos. Brasil ha acogido a más de 350.000 compatriotas. Chile otros 600.000 y Ecuador 470.000. El contador en marcha.
Nuestros refugiados apenas han recibido un promedio de 200 dólares, mientras un refugiado sirio ha recibido un promedio de 3.000 dólares. El mundo no ha dado con una solución política a nuestra crisis, pero lo que es impostergable es dar más sustento a las naciones receptoras de nuestros connacionales y a los programas humanitarios en Venezuela. Cada embajador de Guaidó gestiona diariamente la ayuda humanitaria. Canadá es un sólido ejemplo. Al mal tiempo buena cara.
Del norte y este de Europa
Hemos sostenido reuniones con países como Eslovenia, Hungría, Ucrania, naciones que pertenecieron al telón de acero y obtuvieron su independencia en la década de los noventa. Su común denominador es apoyar una solución pacífica en Venezuela.
Ucrania -que vivió la revolución Naranja [2004] y la revolución de la dignidad [2014]- reconoce la necesidad de aliviar las cargas de sufrimiento de los venezolanos. Eslovenia sabe que la lucha es desigual y nos alienta. Hungría ha generado un programa de repatriación a húngaros-venezolanos. Si algunas naciones saben de desolación, caos y éxodo, son ellas.
También nos reunimos con Dinamarca, Noruega e Irlanda. Los daneses, portadores de una de las democracias más viejas de Europa (170 años) y decimosegundo más rico del planeta, se anota en los países que desean impulsar una negociación política a la par de los noruegos. Naciones muy bien posesionadas en mediaciones históricas [la paz nórdica] en África, Europa del este y Medio Oriente. Irlanda -una sólida democracia parlamentaria- está al corriente y respalda buenos oficios para asistir a Venezuela en alimentos y vacunación.
Pero la gente nos pregunta: «Muy bien, embajador, ¿y a los venezolanos que estamos atrapados en la pandemia, la hambruna y la represión cómo nos benefician esos apoyos diplomáticos? Tres palabras: presión y voluntad política. A partir de ahí, se construyen acuerdos y los caminos de la ayuda humanitaria. Se implementan programas migratorios, de refugio, alimentarios, salud pública y suministro, se intensifican las redes de trabajo. Ese torrente de agua viva, no para.
Venezuela florecerá
Lo humanitario demanda redención y tregua. Hacer pausa para lograr la entrada de vacunas al país. La comunidad internacional, mayoritariamente institucional, humanista, comprometida con los derechos humanos y la paz, eleva banderas blancas. Lo político no es una variable dependiente, menos obstáculo para la vida.
A través del tiempo y en cualquier época, ni los regímenes más audaces o maquiavélicos dieron permanencia al príncipe. Tarde o temprano el malvado fue derrotado y depuesto. Después de cada sequía, de cada fuerte verano, amanece en otoño: fresco, colorido, limpio.
El escritor y activista Philip Yancey nos recuerda que «la generosidad no es vanidosa, es piadosa”. Y me gusta cuando dice que “la Biblia no hace ninguna promesa color rosa acerca de vivir en una primavera eterna. Lo que hace es señalar la fe que nos ayuda a prepararnos para las estaciones de sequía. Vendrán duros inviernos, seguidos por veranos ardientes. No obstante, si las raíces de la fe adquieren la suficiente profundidad para llegar hasta donde se halla el agua viva, podremos sobrevivir a los tiempos de sequía y florecer…”
Venezuela es agua viva. ¡Florecerá!
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