Un hecho es indiscutible: la elección presidencial del 3 de noviembre ha sido la más controvertida en los más de 200 años de la historia estadounidense. Antes de que el proceso se iniciara había claras señales de que se trataría de un proceso inédito en muchos sentidos. En medio de una pandemia. Con el trasfondo de masivas protestas. Ante crecientes temores -infundados o no- de una escalada de violencia. Y luego de un estilo de gobierno que también ha sido muy distinto a cualquiera otro.
Quienes apostaban a que Estados Unidos vivirían unas elecciones fuera de lo común no salieron decepcionados. A casi un mes del cierre de las urnas, ha ocurrido de todo. Pero nada de lo que usualmente sucede en un proceso comicial. A estas alturas ya debería haber un ganador aceptado por todos, incluido el derrotado. Además debería haberse iniciado un proceso administrativo para facilitar el traspaso del poder.
En lugar de esos pasos «tradicionales» ha habido denuncias de fraude, un presidente que se niega a aceptar los resultados proyectados, acusaciones de irrespeto a la voluntad popular, teorías de conspiración. Para la historia quedaron la carta que George H. W. Bush le dejó a Bill Clinton en el escritorio de la Oficinal Oval. O la felicitación de John McCain a Barack Obama, su familia y los afroamericanos.
Cabe entonces preguntarse ¿qué ha pasado desde la elección presidencial de los Estados Unidos del pasado 3 de noviembre? La respuesta corta sería: de todo un poco. Pero también hay una respuesta larga, mucho más larga.
Antes del proceso
Si huelga decir que los días que han seguido a la elección presidencial han sido algo fuera de lo común, no es menos cierto que las «particularidades» comenzaron mucho antes del 3 de noviembre. Hace menos de un año, todo parecía indicar que Donald Trump se encaminaba a una reelección casi segura. Las encuestas le daban un respaldo popular significativo. Las primarias republicanas parecían un saludo a la bandera. No había contrincante de peso.
Mientras, del lado de los demócratas, las primarias mostraban profundas divisiones internas. Un lado «radical» mantenía coqueteos con el socialismo que poca gracia hacían al votante medio. Por otra parte, un ala más conservadora no lograba la fuerza suficiente. Un sector más «de centro» de diluía entre uno y otro bando.
Pero llegó la pandemia. La economía comenzó a resentirse. Después, la muerte de George Floyd generó una ola de protestas raciales, hacia las que gran parte de los medios no ocultó sus simpatías.
La fortaleza de Trump era la percepción que buena parte de la población tenía de que había una mejor perspectiva económica. Pero esa sensación de prosperidad se resintió con los efectos de la pandemia. La debilidad del mandatario era la percepción que se tenía de su poca «empatía» social. Y las protestas contra el racismo acrecentaron esa sensación. Pandemia y protestas fueron una tormenta perfecta.
Esperanza en una remontada
En el período previo a la elección presidencial, Trump era consciente del hecho -o de la probabilidad- de que podía perder, de acuerdo con lo que decían las encuestas. Comentó varias veces a sus ayudantes: «Oh, ¿no sería vergonzoso perder contra este tipo?»
Pero en el tramo final de la campaña, casi todos, incluido el presidente, creían que iba a ganar. Y al principio de la noche de las elecciones, Trump y su equipo pensaron que estaban presenciando una repetición de 2016, cuando desafió las encuestas y las expectativas para construir una ventaja insuperable en el colegio electoral.
Durante la elección presidencial
Las elección presidencial en sí misma estuvo también rodeada de algunos elementos particulares, producto de la pandemia y las protestas. El temor a los contagios y los brotes de violencia aumentaron el porcentaje de votos por correo y votos tempranos.
El 7 de noviembre, cuatro días después de las elecciones, todas las organizaciones noticiosas importantes proyectaron que Biden ganaba la presidencia. La mayor votación en general y una crecida proporción de votos adelantados, sirvieron de plataforma para que los medios de comunicación hicieran rápidas proyecciones de una victoria de Biden. En realidad, nada nuevo. En Estados Unidos es normal que la prensa haga anuncios con base en proyecciones.
Lo distinto en esta oportunidad fue que los medios mostraron muy abiertamente sus preferencias. En un canal de televisión, un comentarista lloró de la emoción. En otros, hablaban de la gran alegría que significaba que Estados Unidos volviera a reencontrarse.
Todo esto sirvió de plataforma para que Donald Trump cantara fraude electoral. Es cierto que hasta ahora no ha logrado probarlo. Pero el ambiente está sembrada la duda.
En contraste, el mismo 7 de noviembre se efectuaron los discursos de victoria de Joe Biden y su candidata a vicepresidenta, Kamala D. Harris, en un gran escenario iluminado en azul en Wilmington, Delaware. La campaña demócrata subrayó la virtual imposibilidad de la búsqueda de Trump de revertir los resultados.
Le negativa a conceder el triunfo
Aunque no es nuevo que un candidato ponga en duda los resultados en una elección apretada, lo usual es que, luego de algunos recuentos, termine aceptando los resultados. El perdedor felicita al ganador y se inicia el proceso de transición, si es el caso.
Pero el aparente perdedor -Donald Trump- se negó a verlo de esa manera. Una y otra vez ha dicho: «Yo gané. Gané. Y por mucho». En el seno del Partido Republicano las opiniones están divididas. Algunos apoyan al presidente. Pero otros le sugieren que reconozca la derrota.
El efecto ha sido una resaca post electoral sin precedentes en la historia de Estados Unidos. Con su negación del resultado, Trump logró sembrar dudas entre sus seguidores acerca de la transparencia del proceso. Pero no ha tenido la misma suerte en los tribunales, pese a los intentos reiterados de sus asesores legales.
Escalada de demandas
El equipo de campaña de Donald Trump ha presentado recursos legales en los estados más disputados, que son claves para la resolución de los comicios. A medida que Joe Biden ha ido ganando los estados decisivos, como Pensilvania, Trump ha ido recurriendo los resultados.
Hasta ahora, sus asesores han presentado más de 30 demandas en 6 estados indecisos, en un intento de impugnar los resultados de la elección presidencial. La mayoría han sido desestimados o retirados. Uno tras otro, los tribunales declaran no haber encontrado evidencia sólida de fraude.
La semana pasada, una corte de Pensilvania rechazó los argumentos del abogado personal de Trump, de que millones de votos deberían ser descartados debido a un supuesto fraude. Este martes, el gobierno de Pensilvania certificó oficialmente los resultados y la campaña de Trump apeló en una corte federal para paralizar ese proceso.
Este sábado, la Corte Suprema de Pensilvania rechazó el recurso judicial de la campaña de Donald Trump, en la que había denunciado irregularidades durante las elecciones en Estados Unidos. Esta es la última en una veintena de derrotas legales que ha sufrido el equipo del presidente.
Último recurso
Los analistas piensan que Trump intenta retrasar al máximo posible la certificación de los votos, antes de que los compromisarios se reúnan y emitan su voto al Colegio Electoral el próximo 14 de diciembre.
Su equipo, comandado por el ex alcalde de Nueva York Rudy Giulinai, solo tiene hasta el 8 de diciembre para desarrollar su estrategia legal. Ese día, todos los estados deberían haber resuelto cualquier disputa y el gobernador de cada territorio debe enviar los resultados certificados al Congreso. Los números preliminares sitúan a Biden con 306 votos frente a 232 de Trump.
El 19 de noviembre, los abogados Rudy Giuliani, Jenna Ellis y Sidney Powell hablaron en nombre del presidente en la sede del Comité Nacional Republicano, para alegar un complot coordinado y de gran alcance para robar las elecciones. Argumentaron que los líderes demócratas manipularon el voto en varias ciudades de mayoría negra y que las máquinas de votación fueron intervenidas por fuerzas extranjeras.
Trump bajo presión
El fin de semana del 21 y 22 de noviembre, Trump enfrentó una creciente presión de los senadores republicanos y ex funcionarios de seguridad nacional, así como de algunos de sus asesores más confiables, para que pusiera fin a su posición y autorizara a la Administración de Servicios Generales para iniciar la transición. El paso burocrático permitiría a Biden y su administración, en espera aprovechar los fondos públicos para ejecutar su transición, recibir informes de seguridad y obtener acceso a las agencias federales y prepararse para la toma de posesión del 20 de enero.
Trump se mostró reacio, creyendo que al autorizar la transición, de hecho, estaría concediendo la elección. Durante varios días, algunos asesores del presidente le explicaron que la transición no tenía nada que ver con ceder y que los desafíos legítimos podrían continuar, según alguien familiarizado con las conversaciones.
Un posible cambio
Finalmente, el 23 de noviembre, Trump accedió a regañadientes a iniciar una transferencia pacífica de poder, al permitir que la Administración de Servicios Generales comenzara oficialmente la transición. Sin embargo, a última hora de ese mismo día, el mandatario aclaró que había permitido que la transición avanzara porque era «en el mejor interés de nuestro país», pero que mantendría su lucha por los resultados de las elecciones.
Al día siguiente, después de una conversación con Giuliani, Trump decidió visitar Gettysburg, Pensilvania, el 25 de noviembre, el día antes del Día de Acción de Gracias, para dar una conferencia de prensa y resaltar el presunto fraude electoral. El plan tomó por sorpresa a muchos cercanos al presidente. Algunos intentaron disuadirle, pero él pensó que era una buena idea aparecer con Giuliani.
Unas horas antes de la fecha prevista para su partida, el viaje se canceló. Para algunos asesores de la campaña, esta podría ser la primera señal de que Donald Trump podría aceptar será un presidente de un solo término. El último en perder una reelección fue George Bush padre.
Lo que falta
Una posibilidad remota para Trump es que los estados no certifiquen los resultados de la elección presidencial antes del 14 de diciembre. Entonces, las legislaturas estatales republicanas podrían ignorar el voto popular y nombrar electores que respaldarían al actual mandatario en los estados que votaron por Joe Biden.
Sin embargo, se trata de algo que nunca antes ha ocurrido en la historia de los Estados Unidos. Las probabilidades de cambiar los resultados lucen cada vez más lejanas. Lo único seguro hasta ahora para Donald Trump, es que ha hecho que la elección presidencial de 2020 sea la más controversial de la historia… hasta ahora.
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