Septiembre se nos va y abordamos el otoño con una preocupación creciente: que el dichoso virus no nos va a dejar en paz. Las cifras de contagios y de fallecidos siguen al alza y no conseguimos invertir la curva, con datos alarmantes centrados principalmente en la Comunidad de Madrid, que en cualquier momento puede volver al confinamiento que nadie quiere.
A todo esto, tenemos que añadir que España es el país de Europa con más afectados y con las peores cifras de la pandemia.
La primera pregunta que todos nos hacemos es por qué hemos llegado a esta situación. Qué hemos hecho mal para que esta segunda ola nos haya golpeado de lleno cuando todo parecía controlado a principio de verano tras el confinamiento.
No cabe duda que nos hemos relajado y que los poderes políticos y autonómicos no han sabido o no han querido tomar las medidas adecuadas y necesaria.
La cacofonía de los mensajes solo nos ha traído y provocado mayor inseguridad, enfado y preocupación.
No podemos seguir así, tenemos que paliar cuanto antes nuestra falta de recursos, de previsión y dejarnos de cortoplacismo. Como el de echar las culpas a los otros.
Es incomprensible que no se haya tenido en cuenta y escuchado con más provecho a los técnicos y expertos. Que no se hayan puesto en marcha auditorías a nivel gubernamental y de las autonomías para no volver a cometer los mismos errores que hace seis meses.
Toda esta mala gestión es la consecuencia en la que nos encontramos. Y no se soluciona montando numeritos como colocar dispensadores de geles hidroalcohólicos, con foto oficial incluida en ciertas estaciones del Metro de Madrid.
Mientras que el ciudadano de a pie contempla atónito la discordancia que nos asedia, sus señorías en el Parlamento parecen vivir en otro planeta con sus guerra tacticistas y partidistas. Hablando del chalé de Pablo Iglesias, de la unidad de la patria y de la incompetencia de unos y otros.
Estos discursos, cansinos y llenos de reproches, en vez de unirnos frente a la pandemia producen el efecto contrario, que no es más que la desafección y la falta de credibilidad en la política.
No está el horno para bollos y hace tiempo que lo decimos. O nos ponemos las pilas empezando por los poderes públicos o las consecuencias pueden rozar la catástrofe también en el terreno económico.
No podemos perder más tiempo ni aguantar tanta incompetencia.
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