A los entrenadores se les contrata para que tomen decisiones. Esas determinaciones afectarán el rendimiento de sus jugadores, por lo que, con el objetivo de acertar en ellas, los entrenadores deben afinar su capacidad de observación y, en la medida de lo posible, liberarse de prejuicios. Queda claro que el motivo principal por el que se les ficha es para que conduzcan y decidan, lo que no es poca cosa.
Ernesto Valverde se encuentra frente a una encrucijada de la cual pocos salen bien parados. La actualidad de su equipo demanda respuestas; en medio de una profunda crisis de juego, al mister le toca elegir entre sostener aquello que le hizo vencedor hace apenas unos meses, o si impulsado por un presente tumultuoso, promueve antídotos para controlar la recesión.
Podría decirse que gran parte de los problemas actuales tienen su origen en el adiós de Andrés Iniesta. Su partida fue más que una simple baja, ya que no hay en la plantilla un futbolista que individualmente acumule las mismas características del ex capitán. Su liderazgo no era del estilo populista sino que lo ejercía a partir de su juego, algo que extrañan los culé en estos tiempos de corrientes turbulentas.
Pero, entre todas las posibilidades para adecuarse a esta emergencia, sin que esto supusiera la clonación del 8, existía una hoja de ruta que se antojaba la más natural en clave blaugrana: darle cancha al brasileño Arthur y al joven canterano Carles Aleñá. Por razones desconocidas, esta opción ha sido la que menos peso ha tenido.
Aleñá sufrió una lesión que impidió que realizara la pretemporada con el equipo, y una vez recuperado de aquel percance, no cuenta aún para Valverde. Por su parte, Arthur apenas ha jugado un puñado de minutos, y cuando lo hizo desde el vamos, se le vio con la timidez propia de quien necesita más minutos competitivos para soltarse.
A pesar de que las aptitudes de estos futbolistas parecen ideales para el estilo Barça, el entrenador se ha decantado por darle protagonismo otros futbolistas, Ousmane Dembélé y Philippe Coutinho, con el condicionante de que ambos interpretan en esta “evolución del modelo” roles distintos a los que motivaron su contratación. Sus capacidades no están en discusión, sí su aporte.
La versión más desequilibrante del atacante francés fue aquella de la temporada 2016-2017, cuando jugaba en el Borussia Dortmund alemán. En aquel equipo, Ousmane jugaba sobre la banda derecha e incluso en posiciones más centradas. En el Barcelona, debido a la presencia de Lionel Messi, se ubica en la banda izquierda, lo que constituye, aunque no parezca, un cambio significativo.
Con Coutinho sucede algo similar. Propuesto (inexplicablemente) como el sustituto “natural” de Iniesta, el brasileño no posee ninguna de las virtudes del manchego; sus fuertes son la conducción de la pelota, el desequilibrio en situaciones de uno contra uno, y ese fabuloso disparo de media distancia que tantos dolores de cabeza produce en los porteros rivales. Pero en el conjunto blaugrana, al menos desde su llegada hasta el presente, se le exige que sea bandera del fútbol asociado. Es como si el Coutinho de Brasil y del Liverpool no hubiese sido tomado en cuenta por el entrenador ni la directiva culé.
Óscar Cano Moreno, entrenador español y autor del libro “El modelo de juego del FC Barcelona”, aportó, en la mencionada publicación, una crítica a la forma como se evalúan a los futbolistas:
“El contexto donde cada jugador expresó determinadas capacidades no es incorporado como criterio para definir su rendimiento. Las circunstancias originadas por la organización general, por lo que los compañeros con sus características condicionan su productividad, quedan apartadas. Presuponemos que si un jugador ofreció un determinado rendimiento en una estructura concreta, puede reproducir el mismo comportamiento aunque se modifiquen las circunstancias. No se tiene en cuenta con quienes se va relacionar, en su nueva situación, dicho futbolista… En raras ocasiones suele atenderse al sistema de relaciones de la que es partícipe el jugador, en las que está inmerso, es decir, las posibilidades de cada jugador en base al juego pretendido queda en un segundo plano”.
Los futbolistas antes mencionados condicionan al equipo (por sus características propias y su forzada ubicación en el campo) y el equipo los condiciona a ellos (el juego colectivo les exige respuestas que no están dentro de sus capacidades naturales ni los hacen mejores futbolistas), de tal manera que podría decirse que hoy influyen más en el rendimiento que el propio Messi. Es así como el público está ante una versión irreconocible del Barça: no controla los partidos ni domina al adversario. Ello, aunque no lo parezca, no es producto de los resultados, sino que son éstos los que son consecuencia directa de esta nueva manera de jugar, tan distinta al ideario que hizo del FC Barcelona un equipo admirado en todo el mundo.
El dilema de Valverde, en esta crisis que algunos apenas se dan por enterados, es si seguir adelante con el planteamiento tradicional (que jueguen los mejores) o si se decanta a favor de que lo hagan los más capacitados, aunque no hayan costado 100 millones de euros. En sus manos está alimentar el desconcierto o dar un golpe de autoridad que lo consagre como un gran entrenador.