Por Jon Pagola
13/05/2017
Hay un capítulo de la novena temporada de Los Simpson (siempre hay un capítulo de Los Simpson para todo) en el que se rememora la odisea de Homer en Nueva York cuando era joven. Todo le sale mal –un ladrón le roba su cartera–, incluso muy mal –un policía le roba la maleta–, le ocurren cosas absurdas como cuando Woody Allen le vacía un cubo de basura encima, y cuando parece que, al fin, va a poder comer tranquilamente un perrito caliente, un pájaro deja caer un desagradable regalito.
Nadie dijo que la vida fuera fácil en la gran ciudad. Laetitia Tamko nació y vivió en Camerún y se mudó a Nueva York justo a tiempo para cursar secundaria. Según cuenta, sus primeros años no fueron un paseo de rosas. Sufrió un agudo shock cultural. Quizás esta es la razón por la que su música desprende emoción y autenticidad.
Esta joven cantante y multiinstrumentista de 24 años –más conocida como Vagabon– no escribe necesariamente letras autobiográficas. Pero Embers, canción con la que abre su primer LP, Infinite Worlds, tiene toda la pinta de hablar de su vida, la de una joven inmigrante moviéndose a trompicones en la jungla neoyorquina. “I feel so small / my feet can barely touch the floor / on the bus where everybody is tall”, canta antes de que la guitarra estalle con violencia, el bajo retumbe y la batería entré dando golpes secos como los de un hacha cortando árboles. A continuación, repite una y otra vez, casi en bucle, que ella no es más que un pez pequeño y “tú, tú eres un tiburón que come TODO”. Una adolescente enfrentándose a un monstruo. Sola en su nueva vida. Un mundo desconocido. Nueva York como territorio hostil, un huracán que se lleva por delante todo lo que pilla.
Dicen que hace tres años solo acudieron dos personas al primer concierto de Vagabon. El pasado noviembre fueron 1.500 y eso que Infinite Worlds aún no había salido. Algunos medios estadounidenses ya hablan de que Vagabon se está postulando a liderar la escena Do It Yourself– DIY (hazlo tú mismo) de Brooklyn, el barrio en el que vive y actúa con asiduidad en locales como Silent Barn, Shea Stadium y Market Hotel. Su voz, sus letras, su imagen –sí, da el pego para la portada de una revista hipster– y unas canciones vibrantes hechas con el corazón pueden acabar moldeando una estrella. O puede que no. Quién sabe. Vagabon no es un producto enlatado que puedes endiñar en un concurso televisivo de talentos musicales, no es una lasaña precocinada; su música es justo lo contrario a las verduras congeladas de un supermercado.
Vagabon canta, susurra y grita con una voz reconocible en el mundo indie, pero con un toque distintivo, un timbre personal que se percibe desde la primera escucha. Y da gusto lo bien que se maneja dentro y fuera del indie-rock, el estilo que cultiva con una mirada amplia, desprejuiciada y contemporánea. Aunque la han encasillado en el amplio saco del rock alternativo de reminiscencias noventeras (Built to Spill, Sebadoh, Dinosaur Jr.), hay un poco de todo en estas ocho canciones (¿para qué más?): sintetizadores, pasajes atmosféricos, lamentos, guitarras crujientes, ruido, calma, sonido lo-fi, emoción y verdad. Que el pez chico se coma al grande es cuestión de tiempo.