La vida en la Tierra tiene sus misterios: vías de comunicación imperceptibles, ecosistemas que se unen, se complementan en armonía, buscan el equilibrio. Pero cuando se exacerban sus mecanismos de autorregulación y autoprotección, deviene el caos. La irrupción ocurre de muchas maneras. Una es cuando el hombre extrae más de lo que produce el campo. Estas exigencias al límite son estudiadas por los científicos e instituciones que abogan por un sistema alimentario global compatible con la biodiversidad y el clima.
El desbalance entre lo que generosamente da la tierra y lo que se le extrae origina crisis e injusticias sociales, desigualdades territoriales y deudas intergeneracionales. También afecta los sistemas biogeoquímicos que mantienen las condiciones del planeta en los rangos ideales para la vida.
Cincuenta años después de la divulgación de “Los límites del crecimiento” que elaboró el equipo liderado por la biofísica y científica ambiental Donella Meadows, seguimos funcionando con el dogma de crecimiento infinito en un planeta finito, reseña Climática-La Marea. Ese informe encargado al MIT por el Club de Roma marcó un hito. Era 1972 poco antes de la primera crisis del petróleo.
Si la superficie del planeta no es un hervidero es gracias a la regulación de gases de efecto invernadero por la biosfera. Mediante la fotosíntesis, plantas, algas y cianobacterias fijan y reducen el CO2 en azúcares a partir de luz solar. El conjunto de ecosistemas terrestres y marinos amortiguan cada año más de la mitad de las emisiones de la actividad humana (un 30% y un 26%, respectivamente).
Se busca un sistema alimentario global equilibrado
Los ecosistemas funcionan a toda máquina. Pero destrozamos sus engranajes con la pérdida de hábitat y la sexta extinción masiva de especies. Nos aproximamos a umbrales críticos que, cuando se sobrepasan, producen cambios irreversibles. Lo empezamos a ver en la Amazonia, donde la deforestación contribuye a secar la bomba de agua que alimenta los ríos y lluvias de la región.
La reducción del agua de lluvia a niveles críticos en los bosques tropicales les impide mantener su actividad fotosintética todo el año, lo que retroalimenta el problema. Daniel Ortiz-Gonzalo, docente e investigador posdoctoral de las Universidades de Copenhague y de California, explica que estos puntos de inflexión son también climáticos. «No están reflejados en las predicciones. No son lineales (basta con recorrer los extremos de este devastador 2022) y son aterradores para los científicos del clima o para cualquier persona que entienda la urgencia de la crisis climática”, advierte.
Entre las actividades humanas, la producción agroindustrial de piensos, carne, cultivos, fibra y biocombustibles son las mayores desestabilizadoras del sistema Tierra. En su expansión pone en peligro la integridad de los ecosistemas, altera los ciclos del nitrógeno y del fósforo. Extrae y contamina agua o libera tóxicos que se acumulan y envenenan suelos y organismos. Subraya que el sistema alimentario global es responsable de un tercio de las emisiones y el principal motor de pérdida de biodiversidad. Amenaza a más del 80% de las especies en riesgo de extinción.
Transgresiones en la tierra y el mar
La pesca industrial destroza las redes tróficas marinas, las que representan el flujo de materia y energía entre organismos. A la vez que altera la mayor reserva de carbono del planeta: los sedimentos marinos. El coste de oportunidad es inmenso. Mientras tanto, el arrastre de fondos marinos no solo emite tanto CO2 como el sector de la aviación, sino que también lastra la capacidad de secuestro de carbono en océanos al eliminar la vida marina. Es un vistazo demoledor del actual sistema alimentario global.
En tierra, la expansión agrícola y ganadera transforma ecosistemas diversos –tanto en especies como en funciones– a yermos de vida, escribe Ortiz-Gonzalo para Climática-La Marea. «Convierte bosques y sabanas en monocultivos y pastos de una única especie. Pasan de ser sumideros de carbono que enfrían la temperatura del planeta a fuentes de emisiones que lo calientan. Casi la mitad de las emisiones globales del sector provienen de la deforestación y cambio de uso del suelo, a la vez que transgreden los derechos humanos de los pueblos indígenas», argumenta.
Junto con los guardianes de ecosistemas, desaparece el carbono que vemos a simple vista, la biomasa, pero también el carbono bajo nuestros pies. La pérdida de materia orgánica, sustento de la vida y la fertilidad del suelo, genera una deuda de carbono global en suelos que alcanza más de 133 gigatoneladas de carbono. El equivalente a 56 años de emisiones a del sector del transporte. Acelerada con la transformación agrícola del siglo XX, la mitad del déficit de carbono en el suelo proviene de cultivos y la otra mitad de pastos.
La buena noticia, dice, es que el sector tiene la capacidad de devolver parte del carbono a sus reservorios naturales si restaura fertilidad y funciones ecológicas.
Evitar la deforestación y conservar los ecosistemas
Ante un sistema alimentario global que extrema los dinteles de la Tierra, se impone evitar el impacto como la primera opción. «Si no puedes evitarlo, redúcelo. La parte que no puedas reducir, el impacto residual, compénsalo, pero, en ocasiones, en el mundo real, el orden se invierte”, continúa.
Señala que, entonces, en lugar de evitar o reducir emisiones, algunos gobiernos y empresas tratan de compensarlas con actuaciones en el uso de la tierra. Por ejemplo, con plantaciones masivas o cultivos bioenergéticos que aumentan la presión sobre los ecosistemas. Al contrario de lo que prometía.
El estándar de combustible renovable, que determina el incremento en el uso de biocombustible en Estados Unidos, aumentó la expansión agrícola en ecosistemas y el uso de fertilizantes y agroquímicos. También el precio del maíz y de otros alimentos, la contaminación y las emisiones de gases de efecto invernadero.
Net Zero o emisiones netas cero debería ser reducir las emisiones lo más próximo a cero. La naturaleza tiene la capacidad de absorber el restante pero, como señala el último informe del IPCC, no puede compensar la acción demorada de otros sectores. Evitar la deforestación y conservar los ecosistemas es la medida con mayor potencial de mitigación. Simplemente hay que dejarlos ser. Restaurar tierras degradadas –ya sea de manera activa o pasiva– devuelve sus funciones y agranda el sumidero de carbono.
Pero para conservar o restaurar, necesitamos liberar presión en la olla en la que hemos convertido el uso de la tierra. Las naciones ricas pueden evitar las formas de producción y consumo más contaminantes, menos necesarias y más intensas en la utilización global de tierra y recursos.
Políticas inclusivas no aisladas
Un informe de la FAO asegura que todos los años se pierden o desperdician billones de dólares en alimentos debido a las ineficiencias del sistema alimentario global. Tal ineficiencia aumenta los precios para los consumidores y no es sostenible en medio de las crisis mundiales cada vez más profundas.
Los gobiernos deben invertir en infraestructuras, ciencia y tecnologías innovadoras para evitar la pérdida de alimentos y garantizar que los alimentos no se estropeen antes de llegar al mercado. Los gobiernos también deben promover el consumo responsable y sensibilizar sobre el desperdicio de alimentos.
La agencia de la ONU precisa que “la prosperidad sostenible depende de instituciones y leyes inclusivas, transparentes, sensibles y responsables. Una gobernanza eficaz debe garantizar que la financiación y las políticas se implementen según lo previsto. A la vez de priorizar la plena inclusión de los grupos marginados. Debe haber un reconocimiento explícito de las interrelaciones entre los desafíos económicos, sociales y medioambientales, y una estructura institucional que no formule políticas aisladas”.