Por: LOLA DELGADO / Fotografía: BEGOÑA RIVAS
Cuando el avión en el que viajaba Christophe de Margerie, presidente y consejero delegado de la petrolera Total, se estrelló contra una máquina quitanieves en el aeropuerto internacional de Moscú-Vnúkovo, era casi la media noche rusa. A esas horas volvía a París, después de participar en una reunión con el gobierno de Putin sobre inversión extranjera en Gorki, cerca de la capital. De Magerie murió y probablemente en ese momento miles de altos ejecutivos de todo el mundo, que viajan tanto y con tanta frecuencia como lo hacía él, pensaron que podía haberles pasado a ellos. Son los CEO homeless consejeros delegados sin casa, es decir, altos ejecutivos que de viajar tanto ya no saben muy bien en qué país se levantan cada mañana: viven como si no tuvieran casa.
Solo en España hay cerca de 1.700 empresas de más de 500 empleados. La mayoría de sus cargos ejecutivos, debido a la globalización económica, se ven obligados a viajar con mucha frecuencia. Muchos dicen que esta es una forma de vida que te tiene que gustar, que hay que estar hecho de una pasta especial para vivir en los aviones o en los trenes y dormir constantemente en los hoteles. Para estar separados de la familia, para no ver a los hijos más que de cuando en cuando… Pero para la mayoría se trata de una apuesta. Una apuesta por desempeñar su trabajo, por hacer lo que les gusta, por comprobar de primera mano que hay más mundo fuera de las cuatro paredes del despacho.
«Paso fuera de mi casa entre seis y nueve meses al año. He visto crecer a mis dos hijos a través de Skype». Josep Antón Aliagas (foto) tiene 45 años y es presidente de Digital Investments & Strategies, una compañía que busca proyectos de inversión en infraestructura para que sociedades del gobierno chino puedan desarrollarlos fuera del país. Habla mandarín perfectamente y conoce de igual manera la cultura de negocios de un país ya de por sí bastante complicado. Y eso le ha colocado en un puesto profesional privilegiado.
Argentina, China, Guinea Conakri, Venezuela, Paraguay, Costa Rica… Aliagas conoce más de 80 países del mundo gracias a su trabajo y gracias también a él se ha dado cuenta de que no podría vivir permanentemente en el mismo sitio, aunque eso le pase algún día factura. «He visto a ejecutivos sufriendo un infarto en un avión, siendo atendidos por la Cruz Roja en un aeropuerto y, claro, te planteas que te puede pasar a ti».
Su primera mujer no entendió su forma de vida y se separaron. Ahora tiene una nueva pareja, también alta ejecutiva, que entiende y comparte su ritmo de trabajo. «Creo que vivo más intensamente la paternidad. Cuando regreso a casa, mi relación con ellos es mucho más potente».
Sea éste o no el consuelo de muchos ejecutivos homeless, los hay que también consideran estos viajes una forma de evadirse, de poder «respirar» de las obligaciones familiares. Hay quienes confiesan que viajar les hace disponer de más tiempo libre del que tendrían compartiendo la vida con la familia a diario.
«Muchos días te levantas y no sabes dónde estás»
Abel Delgado es consejero delegado para el sur de Europa de Tunstall Healthcare, compañía de tecnología de teleasistencia. Tiene tres hijos y una mujer que apenas le ven entre semana. Cuando viaja y duerme en casa, se levanta a las cinco de la mañana para coger un tren, el coche o un avión. Trabaja entre Francia e Inglaterra y dentro de poco en Suecia. «Lo malo de esto es que muchos días te levantas y no sabes dónde estás», asegura con pesar. Pero le gusta lo que hace y lo hace con ganas. «El mero hecho de viajar te abre la mente, conoces gente y tienes cierto tiempo libre».
Pero Abel es consciente de que se está saltando cosas, de que dormir tantas noches fuera de casa le ha hecho perderse la rutina de sus pequeños. «Un buen día, te das cuenta de que tu hijo comienza a leer y no sabes en qué momento exactamente ha aprendido a hacerlo. Y lo peor: cuando los niños me ven ponerme una chaqueta para salir a la calle a comprar algo y me preguntan asustados que adónde me voy».
Para estos homeless los momentos de soledad fuera de casa también son muchos. Pero el colmo de la vida homeless es tener a tu familia en España mientras vives en el extranjero de lunes a viernes, y algunos fines de semana también. Es el caso de Ángel Más, presidente y consejero delegado de la aseguradora Genworth Financial en Europa y México. Vive en Londres y su mujer y sus dos hijos de nueve y cinco años en Madrid, un lugar «mucho más agradable» que la capital británica.
«Mi trabajo no está sólo enfocado a un país. Mi negocio no es local y por eso tengo unos horarios rarísimos. Hoy, por ejemplo, tengo la última llamada del día de 10 a 11 de la noche desde el despacho y, mientras tanto, salgo a cenar con una persona». Todas las semanas viaja, unas veces en el día y otras está fuera dos. Cada tres semanas se marcha a México y también a Canadá. «Si tuviera que trabajar sólo en España estaría metido en un bucle melancólico. Yo nunca pienso en lo que pierdo, sólo en lo que gano. Me funciona y lo mejor es no tocarlo». Tiene 46 años y dejó España cuando tenía 20, así que no conoce otra forma de vida. «Lo normal es que los que nos dedicamos a esto no sirvamos para otra cosa. Nunca he visto a nadie molesto con esta vida».
¿Merecen la pena tantas renuncias a la vida privada? A ellos sí. Disfrutan con lo que hacen y viajan porque, como dice Abel, «el ojo del amo engorda al caballo». Hay que controlar los negocios y viajar sin descanso para estar en varios países al mismo tiempo si es necesario. No importa no tener casa, dormir en hoteles… Al fin y al cabo, al final del día uno lo que quiere es eso, solamente dormir…