Cuando faltan muy pocos días para la elecciones presidenciales en Estados Unidos, el mundo entero está claro en que el resultado tendrá un efecto en cada país. Para la Unión Europea y para China, un triunfo de Joe Biden podría significar el cese de los aranceles como una medida de presión. Para el Reino Unido, una nueva era en las relaciones bilaterales. Sin embargo, para algunos países hay mucho más en juego. En América Latina -especialmente en Venezuela, Cuba y Nicaragua- el 3 de noviembre puede ser crucial.
Temas como la inmigración desde Centro y Sudamérica, las relaciones con las dictaduras de la región o el manejo de la crisis ambiental podrían dar un giro importante si hay cambio de gobernante. Para bien o para mal, las cosas serán muy diferentes si Joe Biden alcanza a llegar a la Oficina Oval.
Acercamiento con La Habana
Uno de los asuntos que más preocupación ha causado en la región es el cambio de paradigma en las relaciones entre Washington y los regímenes totalitarios de izquierda. En especial, la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela, el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua y el más longevo de los sistemas opresores del continente el de Cuba.
Biden y sus asesores apuntan a retomar la estrategia de Barack Obama. Durante sus dos períodos, Washington reanudó la relaciones diplomáticas con Cuba, reabrió la embajada en La Habana y levantó las sanciones económicas que venían desde la Guerra Fría. El acercamiento le permitió a la dictadura antillana tomar oxígeno financiero, recibir inversiones extranjeras y, de esta manera, acceder a dinero fresco para mantener el nivel de vida la nomenclatura del Partido Comunista.
El régimen castrista no tuvo que dar nada a cambio. Ni elecciones libres, ni legitimación de partidos políticos ni cese de las persecuciones contra la disidencia. Obama terminó siendo el mejor aliado de los Castro, después de Nikita Krushov, Leonid Brezhnev y Hugo Chávez.
La justificación de los demócratas -entonces y ahora- es que la sanciones no habían logrado sacar del poder a Fidel Castro. Sin embargo, nunca quedó claro cuál era el beneficio de «premiar» a la dictadura.
Negociar con Maduro
La otra gran incógnita en la región es qué sucederá con el principal aliado de la dictadura castrista: el chavismo bolivariano. Para un ateo como Fidel Castro, lo más cercano a un milagro fue el asenso de Hugo Chávez al poder en Venezuela. Tras la desaparición de la Unión Soviética, sin un aliado que financiera al régimen, el país petrolero se convirtió en el mayor botín de la historia.
Pagos por «servicios humanitarios», compra de refinerías en Cuba, entrega de enormes volúmenes de petróleo, empresas conjuntas. Un «Plan Marshall caribeño» terminó por desangrar a Venezuela y enriquecer al castrismo.
A diferencia de los acuerdos con Obama, en los convenios entre Fidel Castro y Hugo Chávez Cuba sí daba algo a cambio: servicios de inteligencia y represión, que permitieron al chavismo mantener el poder en Venezuela, aún después de la muerte de su fundador. Por ello, un acercamiento de Washington con La Habana tendrá sus efectos en el país suramericano.
Pero hay más. Los asesores de Joe Biden también han manifestado que si el demócrata llega a la Casa Blanca, dejará de lado el reconocimiento a Juan Guaidó y negociará con Nicolás Maduro. Levantará también las sanciones impuestas por la administración Trump. La explicación, igual que en el caso de Cuba, es que las sanciones no han hecho que el sucesor de Chávez abandone el poder.
Las políticas migratorias
El otro cambio importante de rumbo tiene que ver con la flexibilización de la política migratoria. Joe Biden ha dicho que destinará, como punto de partida, un paquete de ayuda de 4.000 millones de dólares para Centroamérica, con el fin de atacar las causas de la migración no autorizada.
También ha dicho que facilitará la permanencia en Estados Unidos de los venezolanos que han salido de su país «huyendo del régimen de Maduro». Queda en el aire, ante el levantamiento de las sanciones, cómo beneficiará esta medida a los habitantes de un país sin gasolina y con escasos medios de transporte.
Claro, podría facilitar que viajen a Estados Unidos los funcionarios del régimen y sus familiares, quienes manejan los ingentes recursos producto de la poca actividad petrolera que queda, la explotación del oro de sangre y el tráfico de drogas.
Lucha contra el cambio climático
Un gobierno de Biden también buscaría unir a la región en torno a compromisos para frenar el calentamiento global, según sus asesores. Sobre este tema, ya ha antagonizado el gobierno de Brasil, uno de los actores más importantes en la política ambiental.
Durante el primer debate presidencial, Biden propuso la creación de un fondo internacional de 20.000 millones de dólares para preservar la Amazonía en Brasil. Dijo que el gobierno de ese país enfrentaría «consecuencias económicas» si no logra frenar la deforestación. El presidente Jair Bolsonaro, quien ha cultivado una estrecha relación con Trump, respondió indignado y dijo en un comunicado: «Nuestra soberanía no es negociable».
Con respecto a la enorme contaminación y deforestación en la selva del sur de Venezuela -que forma parte de la Amazonía- el candidato demócrata no se ha pronunciado. En este caso, las diferencias ideológicas suponen también diferencias ambientales.
No más Doctrina Monroe
En resumen, la política de Joe Biden hacia el resto del continente supondría dejar de lado la centenaria Doctrina Monroe, según la cual Washington ve a América como su esfera exclusiva de influencia y que los intentos de las potencias extranjeras de intervenir serían considerados un acto hostil.
Donald Trump sorprendió a muchos cuando resucitó la doctrina en 2018 para rechazar los avances diplomáticos y comerciales de China en la región. Con ese fin lanzó «Crecimiento en las Américas», una iniciativa para estimular la inversión de Estados Unidos.
China es uno de los principales aliados de las dictaduras de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Además, mantiene una agresiva política de acercamiento con toda la región. No sólo con gobiernos de izquierda. Su presencia en el Brasil de Bolsonaro, por ejemplo, es muy fuerte.
La estrategia de distensión, que Joe Biden considera como el fin de la política de la intimidación, facilitaría la injerencia de nuevos y viejos actores en la región. No solo China, sino también Rusia o Irán podrían acrecentar su influencia. Para Nicolás Maduro, Miguel Díaz Canel y Daniel Ortega sería una buena noticia. Para el totalitarismo comunista -pese a su ateísmo- un nuevo milagro podría ocurrir. La democracia y la libertad, por el contrario, serían los grandes perdedores.
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