La ley del Darma es la práctica del buen comportamiento y el orden social. Su palabra sánscrita realmente significa protección. Al practicar la ley, se protege del sufrimiento y de los problemas del ser humano que tienen su origen en la ignorancia. Por ende, el Darma constituye a su vez cualquier acción o comportamiento que le permita al individuo alcanzar la felicidad y la satisfacción en su vida; y que, al mismo tiempo, le permita acercarse a la paz de su espíritu.
Muchas avenidas conducen al camino correcto de la vida. No obstante, la teoría y la práctica entran en vigor como en la mayoría de las cosas en el plano terrenal de este mundo. Acercarse al espíritu a través de la razón, significa seguir instrucciones. Un camino que no siempre lleva al objetivo, cuando nos vemos constantemente engañados por ilusiones y mentiras que creemos verdaderas. Por el contrario, el entrar por la práctica, nos permite sintonizar con ese estado completamente vacío, donde nos adaptamos a las condiciones externas y permanecemos intactos, sin la necesidad y el deseo de que las cosas sean de otra manera.
Aquellos que buscan la liberación de las pequeñeces del mundo, se dan cuenta que han enfrentado la adversidad infinidad de veces, y que han vuelto de lo esencial a lo trivial, atravesando por todo tipo de situaciones. Molestándose y afligiéndose muchas veces por causas injustificables, y sintiéndose culpable de innumerables transgresiones.
Castigados por un pasado que ya no existe, comprendiendo que ni dios ni el diablo son capaces de prever cuando una acción malvada recogerá los frutos de las acciones cometidas. Enfrentando la adversidad con un corazón abierto y libre de quejas ni de injusticias. Entrando de ese modo en armonía con la razón, viviendo la ley del Darma.
Adaptarse a las condiciones que como mortales nos gobiernan, y no por nuestra voluntad propia. El sufrimiento y la alegría que experimentamos depende de las condiciones que se presentan. Si somos bendecidos por alguna gran recompensa así como la fama o la fortuna, es el fruto de una semilla plantada en el pasado. Cuando las condiciones cambian, la fortuna llega a su fin.
¿Por qué deleitarnos, entonces, en su existencia pasajera? Así como el éxito o el fracaso dependen de las circunstancias, el espíritu del hombre no se agranda ni se achica en el medio de ellas. Los que permanecen imperturbables por los vientos de la alegría y en el silencio de sus corazones, son protegidos por esa ley.
La búsqueda de la nada o dicho de una manera más clara, la inexistencia de una búsqueda. Cuando vivimos en un engaño en el que siempre estamos anhelando alguna cosa. Siempre buscando. Pero los sabios despiertan cuando escogen la razón por encima del hábito. Enfocan su mente en lo sublime y permiten que sus cuerpos cambien naturalmente con las temporadas.
En el fondo es realmente vacío todo aquello que deseamos y por ende nada que valga la pena desear. La calamidad y la prosperidad que vienen y van con los anhelos y las aversiones de forma constante. Haciendo del morar en el mundo material, como vivir en una casa que arden entre llamaradas.
Aquellos lo suficientemente abiertos y dispuestos a este tipo de razonamientos donde nada es lo suficientemente valioso para aferrarse a ello, y que entregan su cuerpo, su vida y su propiedad al servicio de los demás, sin arrepentimiento y sin la vanidad del que da. Sin prejuicio y sin apego.
Y para eliminar las impurezas, enseñan a otros a través de su propia práctica, portando la capacidad de purificar a otros. Y con esa caridad a su vez, practican las otras virtudes por añadidura y viven felices, protegidos por esta misma ley.