Orlando Viera-Blanco
La sociedad Venezolana no se diferencia de la latinoamericana en su divisionismo social, político, económico e incluso religioso. La polarización de ideas, castas, liderazgos y de la propia fe no es nueva. Impronta de siglos de fracturas que es preciso diagnosticarlas en sus orígenes y trabajarlas hoy. De lo contrario de nada valdrá recuperar la democracia y la libertad, porque donde subyace la injusticia social, el ostracismo y la división, no existe desarrollo sustentable ni estabilidad republicana. Al decir de Albert Camus, divididos todos vamos derrotados… y resentidos, agregaría.
Pasando facturas
La expulsión de Carlos Andrés Pérez del poder fue el preludio de la era más devastadora de nuestra historia. No exageramos… Hombres a machete y caballo que encabezaron de las reyertas más sangrientas después de la Independencia, regresan como fantasmas a apenas «minutos del siglo XXI» […] De 4 millones de habitantes quedamos 3 millones después de 100 años de careos entre 1830 y 1908. Todo nace entre 1810 y 1830, periodo en el que Venezuela fue un hervidero divisionista. De la Gran Colombia a la guerra federal entre batallones de esclavos pro-Fernando VII vs esclavos patriotas.
Del Consejo Republicano-Constituyente de 1811 [integrado por mantuanos, curas, académicos hacendados y estudiantes de la Universidad de Caracas] a la desintegración de la república por la revolución azul. De Pedro Pérez Delgado, inmortalizado a través del libro de José León Tapia «Maisanta: el último hombre a caballo» a CAP, defenestrado por nuestras incomprensiones, complejos y resentimientos indómitos.
El resto de Latinoamérica –otrora Virreinatos de Nueva España que abarcaban de Alaska hasta Costa Rica y Filipinas; Nueva Granada, Perú o del Río la Plata– se dedicó aposentar sus nuevas clases de «caldo, té o buen café”.
Venezuela, ex-Capitanía General –de caña azúcar y trochas de cacao– de mestizaje tan anárquico como sus fugaces repúblicas, entró en la violencia más harapienta y sudorosa. Mientras Colombia fue gobernada por más de siglo y medio por una constitución, Venezuela sumó más de 27. Constituciones prêt à porter a cada caudillo.
Divididos estaban esclavos, sacerdotes, laicos; señores feudales, académicos; en fin, los de arriba y los de abajo, los generales y los soldados, los de gorjal y escarapelas o de pies descalzos. El poder en Venezuela nunca fue resultado de un ilustre consenso sino de un hostil fusil… Legendaria por elocuente la disputa entre el padre Juan José Reyna –cura en propiedad del pueblo de Canoabo, fiel a Fernando VII [1811]– y el sacerdote Juan José Horta, republicano, quienes dependiendo de las victorias de cada bando, regresaban al púlpito o al monte, huyendo «del enemigo”
CAP hubiese preferido otra muerte y otro hubiese sido nuestro destino, si no nos hubiesen precedido sensibles carencias, génesis de ingratos, bajos e ingrávidos deseos que se elevaron –al decir del poeta– como pompas de jabón…
El perdón de la vida
Conversando con un querido amigo, jurista e historiador, nos comenta como uno de sus antepasados, el coronel Ignacio Figueredo, le perdonó la vida a José Tomás Boves en el hato «Las Babas”, estado Cojedes. Tiempo después Boves antes de fusilar prisioneros, le pregunta a uno de ellos su nombre: «Me llamo Fernando Figueredo, responde». El Taita repregunta sí es familia del coronel Ignacio Figueredo. El joven patriota le dice que sí, que es su padre. Boves de inmediato sentencia: “Pues sois hijo de quien al igual que yo se arrepiente de haberme perdonado la vida». Acto seguido [Boves] la da un planazo y le ordena irse. [Herrera Luque en su obra Boves, el urogallo retrata el hecho].
Esta anécdota es «prueba cultural” de nuestra vocación redentora. Perdonamos la vida misma, pero ¡a coma alta! Somos nobles pero retrecheros. Esencia histórica… de una mejor [historia] aún por escribirse. De fusilamientos y disputas sobre la misma tierra, de doñas Bárbaras y Santos Luzardos a jugar pelota y dominó. El conflicto territorial, étnico, político, ideológico, social o familiar, nunca ha sido un punto de honor insalvable. A fin de cuenta no somos vikingos ni prusianos. Y de hispanos, tenemos mucho alivio. No fuimos virreinato…
Pasada la segunda mitad del siglo XX con la llegada de la democracia, el rentismo petrolero dominado por el bipartidismo envileció a una sociedad inmadura y nuevo rica. Y llegó Chávez con la etiqueta y el orgullo de llamarse tataranieto de Maisanta.
El retorno de los demonios a caballo… diría Tapia. Otra historia que debemos redimir.
De pronto la Gran Mariscal de Ayacucho
La educación es la regla de oro para garantizar una sociedad desarrollada y culta. Venezuela no sólo se industrializó con carreteras, autopistas, empresas, puentes y represas. También se levantó universidades en masa. Las becas Gran Mariscal de Ayacucho fueron la tapa del frasco de una sociedad movilizada.
Un salto significativo de lo montuno a lo censitario, pero que no pudo alcanzar su misión “evangelizadora”: integrarnos.
Sangre en el siglo XIX. Sudor en el siglo XX. Lágrimas en el XXI. El hombre educado, el «gran mariscal”, fue desplazado «por ahora” por carencias bajunas. Pero la libertad también es indómita. Esa historia [de nuevas libertades] la escribiremos pronto…