Estados Unidos ha anunciado la retirada de tropas de Afganistán tras 18 años de guerra. Una decisión polémica que emergió de un “acuerdo de paz” firmado con los talibanes.
Estados Unidos es el país más poderoso del mundo. Tiene la primera economía del planeta, el mayor ejército, la tecnología más avanzada y los militares más preparados. Sin embargo, en los últimos 50 años ha quedado mal en situaciones bélicas. De la memoria colectiva estadounidense no se borra la guerra de Vietnam, el único revés hasta ahora a lo que a conflictos armados se refiere.
Ahora, se le suma la de Afganistán, una confrontación bélica que comenzó hace 18 años y que Washington nunca pudo resolver ni finalizar de buena manera. El tiempo. ha corrido, muchos millones de dólares y recursos se han empleado y se han registrado un gran número de bajas; es lo que se aprecia al primer momento.
La Administración de Donald Trump decidió dar el paso que su antecesor, Barack Obama, no se atrevió: retirar las tropas de Afganistán y dar por terminado el conflicto. Sin embargo, por ningún lado hay un olor de victoria o aires de gloria. Los talibanes y Al Qaeda siguen activos y la inestabilidad política en el país del Medio Oriente es alta.
El final de la guerra y el retiro de tropas estadounidenses surgen de un polémico acuerdo con los talibanes que ha tenido fuertes detractores entre políticos, diplomáticos y militares. Sin embargo, fue la solución que encontró el gobierno de Trump para finalizar un conflicto bélico que se le complicó más de la cuenta.
¿Un negocio con terroristas?
Estados Unidos y los talibanes firmaron el 28 de febrero un histórico “acuerdo de paz” en Doha (Catar), en presencia de observadores internacionales y dignatarios de varios países, entre ellos los ministros de Exteriores de Turquía y Pakistán, además de una amplia delegación insurgente.
El pacto fue firmado por Zalmay Khalilzad, el representante especial de Estados Unidos para la paz, y el mulá Abdul Ghani Baradar, líder talibán. El acuerdo establece el fin de la guerra de casi 20 años, la más larga de Estados Unidos.
Washington reducirá a 8.600 soldados su despliegue militar en un periodo de 135 días. Actualmente, las fuerzas norteamericanas en la zona se elevan a 14.000 hombres. De esa cantidad, 8.000 están destinados al entrenamiento y asesoramiento de las fuerzas nacionales de seguridad afganas y otros 5.000 efectivos a las operaciones antiterroristas.
A cambio, los talibanes ordenaron la suspensión de todas sus operaciones militares en Afganistán. La reducción de la violencia era la condición más importante para la firma del acuerdo entre Washington y el grupo insurgente. Sin embargo, el acuerdo ha causado polémica. Sectores políticos perciben que Trump está olvidando los principios por los cuales Estados Unidos comenzó la guerra de Afganistán (la lucha contra el terrorismo). Consideran que el gobierno comete un error al firmar, pues significa que reconoce a los talibanes y los eleva a un nivel de Estado y traiciona al legítimo gobierno aliado de Afganistán. Uno de los aspectos que más se critica es que el gobierno internacionalmente reconocido, dirigido por Ashraf Ghani, fue excluido a petición de los talibanes.
Los militares tampoco ven con buenos ojos este “acuerdo de paz”. Lo consideran como otra guerra pérdida, como sellar un pacto con el enemigo. “Al aceptar la demanda talibán de excluir al Ejecutivo afgano, se traiciona a nuestro aliado y se eleva a los talibanes como nuestros iguales”, dijo el analista Bruce Riedel.
Aunque el gobierno de Ghani no participó en las negociaciones, sigue siendo un actor fundamental para que el tratado se mantenga. El presidente reconocido ordenó la liberación de varios talibanes presos. “Damos la bienvenida al anuncio del presidente Ghani sobre la liberación de los presos talibanes”, expuso el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo.
Sin embargo, dentro del mismo Gobierno hay voces que han expresado su malestar con esta situación. “Comparto la preocupación del presidente Ghani con respecto a liberar a 5.000 terroristas entrenados. Es simplemente peligroso e irresponsable. No estoy a favor del pacto”, manifestó el legislador republicano Joe Wilson, miembro de los comités de Servicios Armados y de Asuntos Exteriores.
Liz Cheney, otra representante del Partido Republicano, también expresó su desconfianza con el acuerdo y las promesas de los talibanes: “Las decisiones sobre el nivel de tropas en Afganistán se han de tomar de acuerdo con nuestros intereses de seguridad y no con promesas vacías de los talibanes basadas en un acuerdo que no cuenta con métodos de certificación”.
Los fantasmas del Vietnam y del 11-S
Retirarse de Afganistán sin ningún aire de triunfo es una decisión que hace ver a los Estados Unidos como vulnerables ante las guerras de guerrillas o la lucha contra el terrorismo.
Retirarse de Afganistán hace que los fantasmas de Vietnam reaparezcan y golpean fuertemente el orgullo colectivo de la nación más poderosa del mundo. Aunado con esto, la sociedad norteamericana aún siente las heridas que dejó el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001. Ese día, el terrorismo destruyó uno de los emblemas de Estados Unidos. Esa mañana, dos aviones fueron secuestrados por terroristas islamistas, pertenecientes a Al Qaeda. Con armas blancas los individuos sometieron a los tripulantes y a los pilotos. Tomaron el control del avión y se dirigieron al emblemático World Trade Center de la ciudad de Nueva York. Los aviones se estrellaron contra las dos torres. El incendio y la explosión las derribaron.
El caos se adueñó de la “Gran Manzana”. Ya había miles de víctimas. Los bomberos y organismos de rescate intentaron salvar todas las vidas que podían, pero al tiempo, el primer rascacielos se vino abajo, se desplomó como si estuviera hecho de migajas. Minutos después el segundo edificio también se convirtió en cenizas.
Otro avión secuestrado chocó contra el Pentágono, mientras hubo una cuarta aeronave bajo el poder terrorista que se estrelló antes de llegar a su destino. Se presume que la Casa Blanca. El grupo terrorista Al Qaeda se responsabilizó de los ataques. Su líder, Osama Bin Laden, irrumpió en el escenario público como la mayor amenaza a la paz mundial.
El presidente George W. Bush declaró la guerra contra el terrorismo y ordenó bombardeos masivos contra Afganistán. Días después, el ejército estadounidense invadió el país. Las fuerzas terrestres entraron en Afganistán y se mantuvieron durante 18 años. Sin embargo, a pesar de la fuerte presencia militar, nunca tuvieron dominio total de la situación.
Muchos perciben que con el acuerdo de la Administración Trump con los talibanes se olvida a las víctimas del 11-S.
Debate político norteamericano
Hay numerosos matices políticos en la decisión de la Casa Blanca. Los demócratas tratan de dirigir los aires de derrotismo hacia Trump y recuerdan que durante el Gobierno de Obama encontraron y asesinaron a Bin Laden, una muestra de justicia con las víctimas del 11-S.
Sin embargo, el grupo Al Qaeda siguió activo y generando violencia. En los cálculos del presidente estadounidense está el regreso de los militares, el reencuentro con sus familias y el ahorro de recursos que significa no tener tropas en Afganistán.
Aunque Trump llegó a la Casa Blanca con un verbo encendido, ha demostrado no ser belicista. Se ha retirado de Irak, ha evitado entrar en conflicto con Irán y, en su mismo hemisferio, ha condenado a las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, pero no ha intervenido militarmente.
En plena campaña política para las elecciones presidenciales de noviembre habría que ver si ese “acuerdo de paz” pudiera afectar de forma negativa sus aspiraciones de reelección.
Un panorama político endeble
Aunque Estados Unidos invadió Afganistán y derrocó el régimen talibán, luchó contra Al Qaeda y, además, el nuevo gobierno afgano tiene influencia norteamericana, no se percibe como una victoria.
La inestabilidad política en Afganistán es tan grande que si Estados Unidos hubiese retirado las tropas antes, los talibanes habrían derrocado al Gobierno en segundos.De hecho, una de las condiciones del “acuerdo de paz” es que dejen a Ghani gobernar. Sin embargo, pese al acuerdo, los talibanes siguen efectuando ataques de baja intensidad contra las fuerzas afganas.
Las negociaciones de paz entre los insurgentes y el Gobierno afgano para decidir el futuro del país son el próximo paso crucial. No obstante, el presidente Ashraf Ghani y el opositor talibán Abdullah Abdullah celebraron en Kabul tomas de posesión paralelas y sincronizadas al minuto, con lo que dejaban al descubierto la debilidad inicial a la que se enfrenta el Gobierno. Se comienza a temer que con la retirada de Estados Unidos de Afganistán, los talibanes vuelvan al poder y el grupo terrorista se rearme para futuros ataques contra la paz mundial.
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