Desde el 24 de febrero de 2022, día en que Vladimir Putin mandó a invadir Ucrania, va un año y medio de guerra y casi no hay duda de que llegaremos a los dos sin que aparezcan luces que señalen un posible final. Las noticias vienen y van. Un día predominan los ataques rusos. Otro día, avances de los ucranianos. Pero a pesar de lo cruento de la lucha no hay un indicador que nos haga pensar en que uno u otro bando está en condiciones de vencer o de perder.
MÁS ALLÁ DE UCRANIA
Desde ambos flancos existe la decisión, convertida en convencimiento, de que la guerra debe ser ganada y, aunque casi nadie lo dice, no es tan cierto que para sus actores la guerra carezca de objetivos. El objetivo del invasor es muy claro: anexar totalmente o la mayor parte de Ucrania. Más claro todavía lo es para los invadidos: lograr la retirada de las tropas rusas de toda Ucrania, incluida Crimea y el territorio del Donbass.
Para los ucranianos, no hay que olvidarlo, la guerra comenzó en 2014 con la anexión de Crimea y del Donbass, y si bien la resistencia inicial no fue muy efectiva, a partir de esa fecha hubo una guerra irregular entre destacamentos de la resistencia ucraniana y los invasores rusos de la cual los gobiernos europeos apenas tomaban nota. La invasión del 2022 fue la intensificación de una guerra en desarrollo.
Entre la ocupación total de un país y la expulsión total del invasor no hay término medio. Y no lo habrá mientras una de las fuerzas no sea militarmente derrotada, lo que, por el momento, no parece posible. Rusia cuenta con uno de los mejores ejércitos del mundo, y la Ucrania de hoy, también. Rusia se ha convertido en una suerte de vanguardia militar de las dictaduras, y es apoyada directamente por Corea del Norte e Irán, además de contar con el apoyo tácito de China y de la mayoría de los países del BRICS.
Ucrania está apoyada por gran parte de las democracias del mundo. Es una guerra, lo dice Putin, en contra de Occidente. Una guerra, lo dice Biden, que surge de la contradicción principal de nuestro tiempo, que no es económica sino política, y es la que se da entre dos sistemas opuestos: las dictaduras contra las democracias. Por tanto, es una guerra que, ahora, tiene lugar en Ucrania, pero lo que está en juego es mucho más que Ucrania.
PUTIN NO TIENE FRENOS
“No existe posibilidad alguna de expulsar a los rusos de Ucrania”, afirma con duro realismo quien fue ministro y diplomático en Israel, y hoy es un lúcido analista político, Schlomo Ben Ami, en entrevista con el diario El Español. «Eso no quiere decir que Ucrania está condenada a la derrota», admite. Y aunque no lo dice, hay otra verdad en su dictamen: No existe ninguna posibilidad de que los ucranianos vayan a capitular.
La entrevista a Ben Ami está dividida en dos partes. La primera es optimista, y tiene que ver con el nuevo ordenamiento de fuerzas en el Oriente Medio, sobre todo con los acercamientos diplomáticos y económicos que se dan entre Israel con Arabia Saudita y con Turquía, hechos que sin duda repercutirán en otros lugares del mundo, incluso en Ucrania. La segunda parte está centrada en el tema Rusia-Ucrania, y a diferencia de la primera, es muy pesimista.
Schlomo Ben Ami, como otros opinadores de fuste, no ve ninguna salida. Las razones de quienes mantienen esa mirada son lógicas. Putin no puede darse el lujo de perder. De modo que en esta guerra se ha obligado a sí mismo a apostar el todo por el todo.
Ben Ami es uno de los muchos pensadores que opinan que Putin estaría dispuesto a provocar el holocausto nuclear antes de morder el polvo de la derrota. Afirma que lo más probable es que Putin sea más peligroso como perdedor que como ganador. Recuerda Ben Ami que durante la guerra de Yom Kippur entre Israel y Egipto, Golda Meir tuvo que frenar a Moshé Dayan cuando este se preparaba a usar la bomba atómica. Del mismo modo, Stalin tenía un Polit Buro para debatir sus decisiones. Putin, en cambio, no tiene a nadie. “Putin no tiene frenos”, dice Ben Ami.
Ben Ami no nombra a Hitler, pero la comparación en ese punto (repetimos, en ese punto) entre Hitler y Putin, resulta evidente. Hitler tampoco tenía frenos, y la mayoría de los historiadores concuerdan con la hipótesis de que si el dictador alemán hubiera tenido la bomba atómica a su alcance la habría usado contra sus enemigos. Hitler, como parece serlo Putin, era un loco desatado.
Podemos ser aún más pesimistas que Ben Ami y agregar otra razón en contra de la imposibilidad de que la guerra de Putin vaya a terminar pronto: Putin “goza” la guerra. Gracias a esa guerra ha logrado situar a Rusia en el centro del mundo. Rusia ocupa un lugar de vanguardia militar contra Occidente. El único lugar donde Rusia puede ser vanguardia, por lo demás. En tiempos de paz, Rusia estaría lejos de disputar la hegemonía política y económica a Estados Unidos y la económica a China. «Rusia es solo una potencia regional», dijo Obama. Por eso Putin solo puede ser un gigante en tiempos de guerra. En tiempos de paz, es un enano.
Putin no puede terminar la guerra porque no quiere; y no quiere porque no puede. Además, Ben Ami observa –y en eso tiene razón– que no hay posibilidad alguna para que en Rusia surja algo parecido a un movimiento democrático. En suma, la guerra no tiene salida. ¿Qué propone entonces Ben Ami? Nada. Lo dice el mismo: «Cualquier alternativa es mala». Solo logra diferenciar entre una alternativa mala y una peor. La menos peor, es que Ucrania ceda territorios a Rusia. ¿Por qué menos peor? Simplemente porque habría menos muertos y heridos, y esa no deja de ser una razón de peso. No obstante, Ben Ami entiende que los ucranianos –y con razón– no van a capitular. Así que Occidente solo puede seguir apoyando a Ucrania en una guerra sin salida y sin final.
Más todavía. Ben Ami –repitiendo en términos casi literales los argumentos que presentó Samuel Charap en un muy divulgado artículo publicado en Foreign Affairs en junio del 2003– dice que Estados Unidos no sabe cómo terminar la guerra en Ucrania. «Por una parte ya no es posible (no dice por qué) volver a recuperar los límites anteriores a 2022. Por otra, su gobierno no sabe cómo terminar la guerra y bajo cuales condiciones».
Ben Ami (y Charap) olvida que el fin de la guerra de Ucrania no depende solo de Estados Unidos, sino de Rusia. Y en contra de Rusia hay, por lo menos, tres poderes: los países europeos que limitan con Ucrania, la Unión Europea y Estados Unidos. El conocido analista parece capitular frente a una realidad que, a su juicio, ha escapado a todo control. La entrevista citada, en lo que se refiere a la guerra de Ucrania, es una declaración de su perplejidad y de su impotencia. En sus preguntas sin respuestas percibimos el desencanto de un intelectual ante su incapacidad de predecir los acontecimientos.
LAS SALIDAS NO EXISTEN, SE HACEN
Schlomo Ben Ami es uno de los tantos que más de alguna vez nos hemos preguntado: ¿Hacia dónde lleva esta guerra? ¿Cuál será su final? ¿Continuará hasta alcanzar el punto en que se convierta en una guerra de Rusia contra la NATO, para que luego nos preguntemos si esta guerra puede llevar al fin de la civilización humana? Schlomo Ben Ami no lo sabe. Y no lo sabe porque, simplemente, nadie lo sabe. Nadie lo sabe porque, a pesar de los avances alcanzados en inteligencia artificial, no existe posibilidad alguna de acceder al futuro desde el presente. En el mejor de los casos, podemos imaginarlo. Conocerlo, jamás. Ha sido siempre así
Cuando en julio del 1914 los austriacos iniciaron operaciones militares en contra de Serbia ¿quién podía pensar que sería el comienzo de una guerra mundial que dejaría más de 10 millones de muertos, millones de heridos, países y regiones destrozadas? Tal vez si lo hubieran sabido, los austriacos se habrían abstenido de sus proyectos bélicos que desbancaron, pieza por pieza, el edificio civilizatorio europeo y creó las condiciones para el surgimiento de revanchas históricas que se activaron en la segunda guerra mundial.
¿Sabían los gobiernos europeos que el 1 de septiembre de 1939, con la invasión de la Alemania de Hitler a Polonia, comenzaba una guerra que ocasionó 70 millones de muertos, nada menos que el 2,5% de la población mundial? A la vez, suponiendo el absurdo de que podían saberlo ¿podían aceptar Inglaterra y Francia que Alemania se hiciera de Polonia con el argumento de que Hitler podía ser apaciguado, como piensan hoy algunos de Putin después de que invadió a Ucrania? ¿Creía alguien que después del pacto entre la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin (agosto, 1939) podía haber una alternativa victoriosa en contra del reinado absoluto de una barbarie dividida en dos reinos, el nazi de Hitler y el comunista de Stalin?
Con estas preguntas, intencionalmente ingenuas, quiero afirmar algo elemental: los compromisos, sean nacionales o internacionales, no se han tomado nunca gracias a una visión futura sino porque no había más alternativa que tomarlos. Europa y Francia decidieron entrar a la guerra cuando Hitler invadió Polonia y debían hacerlo. Rusia decidió entrar a la guerra cuando Hitler violó el pacto Ribbentrop-Mólotov y pasó –no tenía otra posibilidad– al campo de los aliados.
Estados Unidos decidió ir a la guerra cuando los japoneses, aliados de Alemania, atacaron Pearl Harbor (diciembre de 1941). En fin, todas las decisiones militares que llevarían al escalamiento de la guerra fueron tomadas por los líderes políticos porque no podían hacer otra cosa sino tomarlas. Ninguno se detuvo a pensar en el futuro de la humanidad en el momento de actuar. No había tiempo para eso.
Naturalmente, en la invasión de Rusia a Ucrania estamos frente a un conflicto que, evidentemente, puede escalar. Medvédev, a través de su ventrílocuo Putin, habla de la guerra Rusia-OTAN. Ya está formado un eje bélico internacional entre Corea del Norte, Irán y Rusia, es decir, la guerra ha escalado geográficamente. Nadie sabe cual será la posición que finalmente tomará China en caso de que Putin decida pulsar el botón nuclear. Pero también ha sido formado un eje asiático entre Japón, Corea del Sur y probablemente Filipinas y Vietnam.
Turquía, a su vez, establece fuertes relaciones militares con Azerbaiyán, y por el momento, ambas naciones se presentan como amistosas frente a Rusia. La guerra a Armenia puede ser el comienzo de la creación de una zona explosiva que involucre a toda la región del Cáucaso y el Asia Central, y eso tendrá mucho que ver con la guerra de Putin a Ucrania. En fin, en todos los mencionados conflictos los gobernantes se ven y verán obligados a tomar decisiones sin detenerse a pensar en las consecuencias que tendrán.
Nadie sabe tampoco como van a ser “las salidas” en esta serie de conflictos que van apareciendo. Todas las guerras, y no solo la de Rusia en Ucrania, son guerras sin salida. Las salidas solo aparecen en los momentos finales. Eso significa que las salidas no existen, se hacen. Y en la guerra, se hacen con armas. Por lo mismo, nadie querrá ceder kilómetros de sus naciones a invasores en aras de una salida que bien podría no aparecer.
Apoyar a Ucrania está bien, no hacerlo estaría muy mal. En eso también está de acuerdo Ben Ami. Estamos condenados a vivir en tiempo presente, tanto en términos personales como globales. Tomamos nuestras decisiones siguiendo ideales e intereses en el aquí y en el ahora. Por lo mismo, mientras vivamos, hay que tomar las decisiones que elegimos como mejores. Eso significa, en el plano político, que apoyar a Ucrania es una buena decisión, aunque por ahora no veamos una salida. No apoyar a Ucrania en aras de un futuro imaginario, sería criminal.
Aceptar que Rusia rompa con todos los acuerdos internacionales y ocupe una nación independiente y soberana no podía ni debía ser, en consecuencia, aceptado por ningún gobierno de ninguna nación democrática, aún sin conocer una salida al conflicto que iban a iniciar. Como hasta ahora ha sucedido, esa salida aparecerá en su debido momento. Pero cualquiera sea su precio, será el resultado de los hechos tal como se van dando y no de las imaginarias reglas de cálculo de quienes se las dan de conocedores del futuro.
Después de todo, ninguno de nosotros –a menos que exista un diagnóstico terminal– sabe cómo y cuándo será su salida de este mundo. Con los procesos históricos sucede algo parecido.