Isabella Dalla Ragione es una arqueóloga arbórea italiana que va tras las huellas de frutas ya olvidadas
Su nombre, Isabella Dalla Ragione, la delata. Es una italiana de grandes retos, de cara traviesa, apasionada y culta. La prensa, que ha seguido sus pasos en los últimos años, la ha apodado como la ‘detective de frutas’ o la ‘Indiana Jones’ de las artes. Viaja por tierras insospechadas de su Italia y se la ha visto en Jordania, Vietnam, Palestina, Rusia, Tierra Santa, con una genuina misión: encontrar variedades de frutas que se creían extintas, no solo en los campos, sino en las obras de arte.
El propósito de su fascinante labor es “regresarlas” a la vida -lo que significa volver a ponerlas en producción- no por ansiedad filológica, sino para proteger el futuro de la humanidad, cuenta.
Isabella es una arqueóloga arbórea, una profesión-afición heredada y compartida con su padre Livio, profesor de Botánica e Historia Popular muy querido en su Umbría natal. Es el fundador de Archeologia Arbórea, un huerto colectivo en Città di Castello, para la investigación y conservación de árboles frutales locales y conocimientos tradicionales.
Dalla Ragione ha pasado más de una década hurgando las grandes obras del arte de los siglos XV y XVI en museos y colecciones pequeñas o privadas en busca de frutas, muchas ya extintas. Quiere dar respuesta a la inquietante interrogante: ¿qué pasó con las frutas que, durante siglos, fueron una parte célebre de la cocina y la cultura italianas?
En su andar ha estado redescubriendo esas frutas. Primero en archivos y pinturas y luego en pequeñas parcelas olvidadas en Italia. La organización sin fines de lucro que dirige, Archeologia Arborea, ayuda a agricultores y gobiernos del mundo a preservar y recuperar para el cultivo, todo tipo de frutas olvidadas.
Frutas en grandes obras de arte
En un proceso lento e infatigable, “Dalla Ragione se ha convertido en una detective de frutas de renombre mundial, al reconocerlas en las obras de arte renacentistas y de otras épocas”. También “en ejemplos excepcionales de patrimonio cultural y en mensajes ocultos de una era pasada de abundancia genética que pueden ofrecer pistas sobre cómo recuperar lo que aparentemente se perdió”, escribe Mark Schapiro en Smithsonian Magazine luego de ir tras los pasos de Isabella.
Cuando Isabella Dalla Ragione analiza un cuadro renacentista, no se fija inmediatamente en las pinceladas ni en la magnificencia de las imágenes. Lo primero que observa es la fruta, reseña el periodista de investigación y autor especializado en temas medioambientales.
“Un día de primavera de este año, entramos a la Galería Nacional de Umbría, en un castillo de piedra del siglo XIV de la ciudad de Perugia. Umbría”, relata. “Pasamos de sala en sala. Entre obras maestras de artistas como Gentile da Fabriano y Benozzo Gozzoli, hasta que Dalla Ragione se detiene ante una pintura radiante”. La obra más impactante es de Piero della Francesca, un gigante artístico del siglo XV.
“Muestra a la Virgen, envuelta en una túnica azul oscuro, acunando a un niño Jesús de pelo rubio. Dalla Ragione me señala lo que parece un pequeño manojo de canicas translúcidas en la diminuta mano de Jesús: ¡cerezas! Son de color rojo pálido con un tinte blanco: cerezas acquaiola. Una variedad que casi ha desaparecido en Italia, pero que en aquel entonces era bastante común. Su jugo se consideraba un símbolo de la sangre de Cristo. El techo abovedado, la imaginería espiritual, los murmullos y las pisadas de otros visitantes del museo le dan a la escena un sentimiento sagrado”.
Grandes pinturas atesoran pasados frutícolas
Dalla Ragione, de 67 años, sugirió ver otros cuadros en lugares contiguos “¡Vamos, hay otro que debes ver!”, insistió al periodista y autor.
Llegan a otra Virgen con el Niño, en el centro de un retablo pintado por Bernardino di Betto, más conocido como Pintoricchio, en 1495 o 1496. Es todo azul, rojo y dorado resplandeciente. “Mira, ahí”, exclama, señalando la parte inferior de la pintura. A los pies de la Virgen, justo al lado del dobladillo dorado de su túnica azul, hay tres manzanas de aspecto nudoso. Variedades de frutas de formas extrañas que nunca verías en un mercado hoy en día pero sí en obras de arte.
Para Isabella, las manzanas -incluida una variedad conocida en el léxico de la ciencia de la fruta como api piccola- representan una clave para restaurar la agricultura frutícola de Italia en desaparición. Con características que no se encuentran en las manzanas actuales: crujientes y ácidas, se pueden almacenar a temperatura ambiente durante unos siete meses y mantienen sus mejores cualidades fuera del refrigerador.
Las desgarbadas manzanas son solo una variedad entre muchas otras que Dalla Ragione, quien se encuentra entre los principales expertos de Italia en árboles frutales, ha identificado. Frutas ampliamente cultivadas en el siglo XVI, y prácticamente desaparecidas en el siglo XXI. A medida que la diversidad genética entre todos los principales árboles frutales de Italia continúa cayendo en picado.
Hace seis siglos, Italia contaba con cientos de variedades de cada fruta, cada una adaptada a nichos ecológicos específicos. La gama de manzanas, peras y cerezas de Umbría se diferenciaban, de las venecianas, florentinas o piamontesas, recoge Smithsonian Magazine.
Maestros, obras e historias frutales
Italia es uno de los principales productores de peras de Europa. Sin embargo, tanto en el caso de las peras como de las manzanas, solo cuatro variedades cada una componen ahora más del 70% de la producción del país. En comparación con los cientos de variedades que eran comunes hace un siglo.
Un Atlas de la Biodiversidad de 2020 encargado por el Ministerio de Agricultura, al que contribuyó Dalla Ragione, documenta el comportamiento de las frutas, basado en los campos y en las obras de arte. Cómo docenas o cientos de variedades de melocotones, cerezas, uvas y albaricoques que alguna vez se cultivaron en Italia se han reducido a un puñado de variedades para cada fruta en todo el país.
“Aquí hay un libro sobre Bellini”, comenta Isabella, pasando la página a una que incluye la famosa pintura a menudo llamada Madonna col Bambino. O, a veces, Madonna della Pera (“Virgen con el Niño” o “Virgen de la Pera”). “¡Pero no es una pera, es una manzana!”. A menudo encuentra este tipo de errores. Dalla Ragione la identifica como una manzana “nariz de vaca”, bastante común hace 600 años. Extremadamente rara hoy y llamada así porque su forma recuerda a un hocico alargado. (El nombre erróneo de la pintura casi con certeza no se originó con Giovanni Bellini, sino más bien con historiadores del arte posteriores. Probablemente tratando de distinguir entre las muchas pinturas de “Virgen con el Niño” de la época).
En el huerto de Tolstoi
Comenta la arqueóloga arbórea que otros países la han buscado para darle forma y sentido a lo que quedaba de las huertas ilustres del pasado, en el caso de Rusia.
“La producción agrícola en Rusia era prerrogativa de los aristócratas, que eran al mismo tiempo propietarios de la tierra y campesinos que la trabajaban. Los grandes escritores fueron casi siempre nobles y muy ricos. Les enviaron catálogos de viveros, la biodiversidad era fantástica. En los textos se encuentran cuarenta calidades diferentes de fresas. Hoy tenemos que conformarnos con un pequeño puñado de híbridos”.
Isabella se mueve entre grandes obras de arte, archivos, libros y mucha historia para encontrarse con las entrañables frutas.
“El huerto de Tolstoi no tuvo una vida fácil”, indica a Vanity Fair. El escritor falleció en 1910 y su hija pidió en vano al zar Nicolás II que estableciera un museo. Fueron los bolcheviques quienes lo hicieron en 1921, después de la revolución. Hace diez años, Isabella empezó a viajar a Tula, al sureste de Moscú, para cuidar los árboles de la finca Yasnaja Polyana, donde conviven su casa natal, su biblioteca y su huerto.
Ahora llamo a las plantas por su nombre, comenta la arqueóloga:
“¡Tolstoi eligió personalmente las plantas, hizo colocar más de ocho mil! Trabajar en ese huerto es un gran honor, pero también un difícil desafío. Los manzanos florecen después de mediados de mayo. Son apasionantes, enormes, hay que tratarlos individualmente como criaturas viejas y frágiles, testigos extraordinarios de una historia mítica y centenaria. Uno de los sobrinos, Ilja Tolsotj, me confió que quiere utilizar la producción para hacer zumos y mermeladas con la marca de su abuelo: lo importante es saber que el valor está en la continuación de la historia y no en la cantidad de manzanas producidas».