El bombardeo de Járkov o el asedio a Kiev nos traen recuerdos de épocas no tan lejanas. Járkov fue tomada por la Wehrmacht y recuperada por el Ejército Rojo en varias ocasiones entre 1941 y 1943 y la capital de Ucrania fue objeto del mayor cerco militar de la historia durante la operación Barbarroja. 600.000 soldados soviéticos quedaron atrapados en la ciudad. Inicialmente algunos ucranianos, principalmente los de la zona más occidental, recibieron con alborozo a los soldados alemanes. Los liberaban del yugo que les imponía Moscú.
Los alemanes encontraron también aliados en Finlandia, Rumania o Hungría en su ataque contra la Unión Soviética. No era una afinidad ideológica, o no lo era únicamente, con un fascismo que parecía llamado a resolver la debilidad de las democracias liberales. Era también el temor que les infundía el Imperio Ruso, tanto mientras lo dirigían los Romanov como cuando lo hacían los soviets, que además defendían tomar el poder al asalto y el asesinato de las clases burguesas en todo el mundo.
Sin embargo, fue Stalin, y no Roosevelt, quien tomó la capital alemana y fruto de ello desde el Kremlin se dirigió el destino de media Europa hasta 1989. En ese año cayó el Muro de Berlín y poco después se disolvió la URSS. Las democracias occidentales, principalmente Estados Unidos, ganaron la guerra fría.
Francis Fukuyama anunció el fin de la historia. Las democracias liberales no tenían rival o alternativa ni en el ámbito político ni en el económico. Una Rusia debilitada y entregada a sus antiguos enemigos accedió a reconocer en el Tratado de Budapest de 1994 la soberanía Ucraniana, pero a cambio exigió la entrega del arsenal nuclear que todavía tenía la antigua república soviética. La fragilidad rusa era circunstancial y sus países vecinos, acostumbrados a siglos de guerras, se incorporaron a la OTAN tan pronto tuvieron ocasión para protegerse cuando el oso ruso despertara.
«No debe quedar sin sanción una violación del Derecho internacional tan flagrante como la cometida por Putin»
Nadie puede aventurar qué ocurrirá en los próximos meses tras la criminal invasión de Ucrania, pero lo cierto es que Putin lanza veladas amenazas a Finlandia y Suecia para el caso de que estuviesen considerando incorporarse a la OTAN y caen bombas a unas decenas de kilómetros de la frontera polaca, país miembro de la Alianza Atlántica. Un ataque armado a Polonia podría activar el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte y que los países miembros terminemos involucrados en una guerra de dimensiones desconocidas.
Precisamente, es en los momentos de máxima tensión y dificultad cuando el Derecho se convierte en el último cobijo de la civilización frente a la fuerza de los pelotones de soldados. Podrá esgrimirse, y no sin razón, que mientras países como Estados Unidos, China o la propia Rusia no acepten el Estatuto de Roma y la jurisdicción de la Corte Penal internacional, la fuerza de los ejércitos y los intereses políticos prevalecerá, que los esfuerzos por construir un Derecho global que proteja y ampare a las naciones de los crímenes de guerra son un ejercicio inútil que únicamente conduce a la melancolía.
Así como al ser humano le ha llevado siglos implementar principios ahora indiscutibles en las democracias occidentales, como la igualdad de todos ante la Ley o la independencia de los jueces, es precisamente en crisis como la estamos viviendo cuando se forjan nuevos escenarios y marcos jurídicos inimaginables unas décadas anteriores.
El orden internacional construido tras la Segunda Guerra Mundial en torno al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y sus derechos de veto no solucionan los problemas del siglo XXI. Pese al temor por lo que pueda pasar, también tenemos ante nosotros una excelente oportunidad para dirigirnos hacia un multilateralismo verdadero y una cooperación internacional basada en el Derecho, en la que los responsables de los crímenes más graves contra la comunidad internacional, independientemente de su nacionalidad, se sometan a la jurisdicción penal de la Corte Internacional.
Por eso considero tan significativo y simbólico el paso dado por varios países, incluida España, con su denuncia ante la Corte Penal Internacional y el trabajo iniciado por su fiscal, Karim A.A. Khan, que ya ha estado en Ucrania recabando información y testimonios. Independientemente del resultado de la invasión y los intereses geoestratégicos y económicos en juego, no debe quedar sin sanción una violación del Derecho internacional tan flagrante como la cometida por Putin, ni tampoco las que otros puedan cometer en futuros conflictos.