A pesar de sus beneficios económicos y la generación de empleos directos e indirectos, los locales piensan que pagan un precio muy alto
El turismo se ha transformado en una actividad que despierta amor y odio a la vez. Una especie de relación tóxica que al parecer pocos están dispuestos a soportar. La rebelión se ha hecho presente en icónicos destinos naturales y culturales del mundo. A pesar de sus beneficios económicos y la generación de empleos directos e indirectos, el turismo se ha salido de control y afecta negativamente tanto la calidad de vida de los residentes como la experiencia de los visitantes. El llamado sobreturismo o turismo masivo está saturando la paciencia hasta de pueblos milenarios reconocidos por su actitud servicial y hospitalaria.
Precisar cuánto es demasiado resulta difícil, pero ciertas señales pueden dar pistas de cuándo se pasan los límites. Sentimientos de irritación y molestia, cambio cultural y pérdida de autenticidad, deterioro de la calidad de vida en las comunidades anfitrionas y presión sobre los recursos e instalaciones locales.
Entre los destinos que han sufrido las consecuencias del sobreturismo están Japón, Tailandia, Barcelona, Venecia, Machu Picchu, la Gran Muralla China y el Monte Everest. En algunos casos se ha intentado revertir o mitigar el daño limitando el número de visitantes, aumentando los impuestos o cerrando atracciones.
Adiós al omotenashi japonés
En Japón hasta el característico espíritu omotenashi, de cuidar y atender de todo corazón a los huéspedes, está desapareciendo. El debilitamiento del yen, que ha perdido más de 40% de su valor frente al dólar estadounidense en los últimos cinco años, lo ha convertido en un lugar mucho más barato para disfrutar. El 2023 lo visitaron 25,1 millones de turistas, seis veces más que en 2022.
En marzo pasado, al inicio de la temporada de floración de los cerezos, llegaron al país 3,08 millones de viajeros, según datos de la Organización Nacional de Turismo de Japón. La cifra mensual superó los 3 millones por primera vez desde 1964, cuando se comenzaron los registros. Las visitas en abril aumentaron un 56% respecto al año anterior y un 4% más que en 2019, antes de la pandemia de COVID-19. Los visitantes de Francia, Italia y Medio Oriente alcanzaron niveles récords.
La afluencia ha sido buena para la economía japonesa. Las ganancias en el primer trimestre de este año ascendieron a 11.400 millones de dólares, la cifra trimestral más alta jamás registrada, según la Agencia de Turismo de Japón . El gasto promedio por persona fue de aproximadamente 1.300 dólares, un 41,6% más que en el mismo período de 2019. Pero este turismo masivo está provocando caos, lo que ha llevado a tomar medidas extremas para apaciguar a las multitudes.
Peor que el pescado
Si bien el aumento los visitantes es una buena noticia para la economía japonesa, ha causado fricciones con los ciudadanos locales. Las quejas sobre basura y estacionamiento ilegal hicieron que los funcionarios erigieran una barrera este mes para bloquear un lugar popular desde donde se tomaban fotografías del icónico Monte Fuji.
Además, se empezaron a aplicar restricciones en los senderos y una nueva tarifa de 2.000 yenes (12,79 dólares) para los escaladores, después de un aumento de la contaminación y los accidentes durante la temporada de senderismo del año pasado. Igualmente, se puso en marcha un sistema de reservas en línea para evitar que el sendero más popular se llene excesivamente. Se permitirá un máximo de 4.000 personas en el Yoshida Trail cada día durante la temporada de caminatas de julio a septiembre.
«El turismo masivo es un problema grave en Japón, ya que se concentra en los principales centros y carece de infraestructura para hacer frente al volumen de visitantes», dijo Max Mackee, fundador de la empresa de viajes de aventuras Kammui. Se considera que la situación puede arruinar la experiencia de los mismos turistas, porque más allá de los paisajes, avances tecnológicos y cultura ancestral, la belleza se en encuentra en la paz y meditación que les puede brindar.
En Kioto se tuvo que llegar al extremo de prohibir a los turistas entrar en callejones privados de Gion después de que los lugareños se quejaran de que el barrio “no era un parque temático”. Los habitantes instaron a las autoridades a actuar contra los turistas rebeldes. Una atracción importante es este distrito son las geishas y sus aprendices caminando por las calles con kimonos y maquillajes tradicionales.
Otras partes que también mueren de turismo
La turismo masivo ha traído consecuencias negativas en otras partes del mundo. Destinos turísticos como Venecia, Barcelona e Islas Baleares ven cómo aumenta el costo de la vida, la contaminación, el deterioro del medioambiente y el congestionamiento en las calles. Las protestas de la población por las repercusiones de la actividad se han replicado en otros destinos como Lisboa, Nueva Orleans, Toronto y Nueva York, donde se incrementaron los precios de las viviendas por la especulación inmobiliaria. En Ámsterdam, París, Río de Janeiro y Reikiavik la repulsión está en constante ascenso.
Un ejemplo de la influencia del turismo desaforado es Venecia. Recibe aproximadamente 4,6 millones de viajeros al año. Pero por la ciudad pasan en total 23 millones de personas, según cálculos del Centro Internacional de Estudios sobre la Economía Turística de Venecia. Lo preocupante es que estos millones de excursionistas, de acuerdo con expertos, se alojan en hoteles ubicados en la periferia y solo visitan unas horas la histórica ciudad. Principalmente son de países asiáticos, que recorren Europa en viajes exprés de una semana y media. El beneficio económico para la ciudad es casi nulo.
El medioambiente y los grandes buques
Los pasajeros de cruceros que hacen escala en este lugar, también son una plaga que genera protestas de vecinos que exigen se prohíba la llegada de grandes barcos por la contaminación y el impacto ambiental. Como resultado de este turismo masivo, Venecia se ha quedado sin venecianos. El centro histórico ha ido perdiendo habitantes desde finales de la década de 1990 a un ritmo aproximado de 1.500 personas al año. Hace medio siglo vivían allí cerca de 110.000 personas, hoy nada más quedan 55.000.
España es uno de los países europeos más visitados. Recibe cada año millones de turistas. La industria turística produjo 176.000 millones de euros para la economía nacional en 2018, lo que representa un 14,6% en el PIB y unos 2,8 millones de empleos. Sin embargo, esas ganancias se ven opacadas por la polémica y el malestar de la población, especialmente en la ciudad de Barcelona, las Islas Baleares y el archipiélago de Canarias.
Caso Barcelona
En la última década la presión turística ha superado cualquier previsión y ha desordenado la cotidianidad de los barceloneses. El precio de la vivienda es ahora una de las mayores preocupaciones y está directamente relacionado con el sector turístico. El surgimiento de diferentes plataformas como Airbnb, HomeAway o HouseTrip que ofrecen alojamientos turísticos ha supuesto un aumento en los precios de las viviendas y de los alquileres. Barcelona es una de las ciudades que tiene una alta tasa de presión turística con 11,1 turistas por cada 100 residentes. La gran mayoría de estos turistas se hospeda en alojamientos turísticos no convencionales, un motivo más para que los residentes estén molestos.
Protesta canaria: «La huella que deja el turismo de masas es que te echa de tu casa».
El gigante europeo de viajes TUI tuvo que invertir en viviendas para su personal en lugar de hoteles, después de manifestaciones multitudinarias contra el turismo de masa en las islas Canarias. «Hemos ofrecido construir viviendas para empleados y otros. Hemos abordado el problema de manera proactiva», dijo el presidente ejecutivo de la empresa, Sebastián Ebel.
Miles de personas en Tenerife y otras islas del archipiélago exigieron a las autoridades que limiten el número de turistas para aliviar la presión sobre el medio ambiente, la infraestructura y el stock de viviendas. Asimismo, cuestionan a la pérdida de esencia de las ciudades y pueblos por la llegada de un turismo que es «como una especie invasora» que deja «migajas de pan» a cambio de unas altas exigencias y una explotación del entorno. Al final, advierten, todos tendrán que irse de su casa para darle paso al que viene de paso por unos días.
Qué hacer
La situación es el resultado de una mala planificación turística en los destinos. Autoridades y prestadores de servicios no saben gestionar el constante crecimiento de la afluencia turística. En la actualidad, muchas ciudades se encuentran en un estado de saturación insostenible provocada por deficientes políticas. Los gobiernos deben ser decididos y firmes para dar respuestas que controlen la naturaleza de la demanda. No simplemente ceder ante las ganancias que surgen del gasto y la inversión turística.
Las medidas radicales son cada vez más comunes. Ámsterdam prohibió los cruceros cerrando la terminal de cruceros de la ciudad. También redirigir el turismo fuera de los puntos críticos se ha empleado para hacer frente al exceso de turistas. El desmarketing de destinos se ha aplicado con distintos grados de éxito.
No obstante, se cuestiona si puede abordar los factores subyacentes a largo plazo. Particularmente, porque las personas influyentes en las redes sociales y los escritores de viajes continúan prestando atención a los puntos que comúnmente despiertan el interés turístico. Cobrar entrada a lugares excesivamente turísticos como Venecia es otro elemento disuasivo. Esto supone que los visitantes no se opondrán a pagar y que los ingresos generados se gastan en encontrar soluciones.
Remar en una dirección
Los turistas pueden ser parte de la solución optando por visitar destinos fuera de las horas pico o en momentos de poca afluencia. Visitar destinos menos conocidos y demostrar durante todo su viaje un comportamiento de viajero responsable. Las campañas de promoción y concientización contra del turismo masivo también se barajan como respuesta. Sin embargo, sigue siendo cuestionable si los llamamientos a los turistas para pedirles que pongan freno a los comportamientos irresponsables han tenido algún impacto a medida que los incidentes continúan.
Los prestadores de servicios turísticos también debe asumir su responsabilidad. Si bien es comprensible que los destinos populares sean más fáciles de vender, redirigir el turismo más allá de sitios de patrimonio urbano o las playas superpobladas necesita un mayor impulso para evitar que el problema se traslade a otra parte.