Un torrente de críticas en redes sociales desató la carta suscrita por más de 150 intelectuales, progresistas y conservadores, de distintos países, razas y religiones. Las reacciones dejaron en evidencia exactamente lo que denuncia el documento: el cierre de espacios para la discusión abierta y respetuosa de ideas diferentes.
“El libre intercambio de información e ideas, la savia de una sociedad liberal, está volviéndose cada día más limitado”, advierte la misiva que divulgó la revista Harper’s. La firman, entre otros, figuras como el lingüista estadounidense Noam Chomsky, ampliamente conocido por sus ideas de izquierda; el conservador Francis Fukuyama, historiador; la feminista Gloria Steinem; la poetisa canadiense y activista de derechos humanos Margaret Atwood; el escritor indio-británico Salman Rushdie, cuya obra más conocida, Los versos satánicos, provocó en 1988 una polémica en el mundo musulmán; y la escritora británica J. K. Rowling, la famosa autora de la serie literaria Harry Potter.
«Si bien hemos llegado a esperar esto en la derecha radical, la censura también se está extendiendo más ampliamente en los sectores progresistas», advirtieron. Y uno de los sitios donde más se respira este “clima de intolerancia” que aluden los firmantes es, precisamente, el de las redes sociales. “Esta red es el agente decisivo en un cambio de paradigma, que ha democratizado el debate público pero también ha dado alas a campañas de boicoteo y acoso”, comentó el diario El País.
Fue justamente en Twitter donde se desató el torrente de críticas a la carta de los intelectuales. Tanto, que la escritora Jennifer Finney Boylan, una de las firmantes, se retractó. Aseguró que cuando la firmó no sabía quién más iba lo iba a hacer. Creyó que al hacerlo simplemente respaldaría “un mensaje bienintencionado, aunque vago, en contra de señalamientos en Internet”. “Sabía que Chomsky, Steinem y Atwood estaban ahí y pensé: ‘Buena compañía’. Tendré que cargar con las consecuencias. Lo siento mucho”, escribió.
La historiadora afroamericana Kerri Greenidge pidió a Harper’s que retirara su nombre de la carta. La revista respondió que lo haría, pero le recordó que cada una de las firmas había sido confirmada, incluida la de ella. Posteriormente Greenidge restringió la visibilidad de su cuenta de Twitter, que pasó a ser privada.
Los detractores
Uno de los detractores de la carta es Richard Kim, director ejecutivo del periódico en línea Huffpost. Dijo que hace 9 días le pidieron que firmara la carta, pero no lo hizo. “Pude ver en 90 segundos que era fatua, una chorrada vanidosa que sencillamente iba a enfadar a la gente a la que supuestamente quería apelar”.
Linda Holmes, escritora y presentadora de un programa cultural de la National Public Radio de Estados Unidos, fue más allá. Señaló a los firmantes de ser “gente infeliz porque ya no dirigen la conversación y va dirigida a otra gente que ellos creen que también están infelices porque no la dirigen”.
El escritor afroamericano Thomas Chatterton Williams, uno de los que impulsó la iniciativa, respondió a los reproches. “Algunos críticos dicen de la carta cosas como ‘Esto solo es gente asustada que teme los cambios’. No, es gente preocupada por el clima de intolerancia, que cree que la justicia y la libertad están unidos indisolublemente. La gente asustada no firmó”, apuntó, aunque admitió que muchos lo hicieron con miedo.
El torrente de críticas también llegó a España, donde una de las voces más duras fue la de Emily VanDerWerff, colaboradora transgénero del medio Vox. Sus críticas fueron directamente a Matt Yglesias, columnista y uno de los editores de Vox, y uno de los firmantes de la carta. Cuestionó que Yglesias firmara la carta junto a “importantes voces antitrans” al tiempo de que se aseguró de que quedara claro que “esas creencias le salen gratis”.
En una comunicación a los editores de Vox que publicó en su cuenta en Twitter, VanDerWerff señaló que la firma de Yglesias en la carta “me hace sentir menos segura en Vox”. No obstante, aseguró que no quería que lo despidieran.
Aunque no la mencionó por su nombre, al parecer VanDerWerff se refería a Rawling, quien recientemente fue criticada por comentarios que hizo sobre sexo biológico.
Las consecuencias de discrepar
La carta denunció los “castigos raudos y desproporcionados” que instituciones o personas en ciertas posiciones están aplicando a quienes que se atreven a “desviarse de las normas”. “Con independencia de las razones en cada incidente, el resultado es una mayor limitación de lo que se puede decir sin la amenaza de la represalia”, dijeron. En ese sentido, refirieron casos en forma general, pero sin mencionar a nadie en particular.
Hoy, varios medios dan los nombres de algunos de esos casos que generaron un torrente de críticas. Uno de ellos es James Bennet, quien hasta junio fue jefe de opinión de The New York Times. Tuvo que “renunciar” al periódico tras publicar la opinión de un senador republicano que pedía una respuesta militar ante las protestas por la muerte de George Floyd.
El País informó que, a raíz de este mismo hecho, la Poetry Foundation anunció la dimisión de dos de sus dirigentes. Eso fue después de una carta de protesta de 30 autores que consideraron tibio el comunicado de denuncia de la violencia policial. La presidenta del Círculo Nacional de Críticos de Libros y otros cinco miembros también dimitieron, al ser criticados en redes sociales por “racismo”.
Un analista electoral, David Shor, fue despedido de la plataforma Civis Analytics. En su caso, el torrente de críticas se generó por tuitear el estudio de un profesor de Princeton que alertaba de los efectos perversos de las protestas violentas. El estudio mostraba que los incidentes raciales violentos en la década de 1960 ocasionaron pérdida de votos al partido demócrata.
Un profesor de la New School, una universidad de Nueva York, fue investigado por mencionar un término despectivo de la minoría negra al citar un texto del poeta negro James Baldwin. Una alumna le dijo que bajo ninguna circunstancia, y eso incluye el ámbito académico, una persona blanca podía pronunciar esa palabra.
Torrente de opiniones
Javier Cercas, el más reciente ganador del premio Planeta, dijo al periódico La Vanguardia que suscribe la carta “de pe a pa”. “En España sería inimaginable, la gente está asustada, no vayan a tacharles de fachas”, dijo.
“La carta dice que debe existir un debate real, sin él no hay sociedad libre, hay un campo de concentración. Las redes sociales lo fomentan, son un rebaño mugiente que se dedica a linchar al personal a la mínima que algo no les gusta. Es peligrosísimo. Se ha instalado un puritanismo de izquierda y se lleva el porno de la indignación moral: qué puro, de izquierdas y virtuoso soy; J. K. Rowling es una mierda de mujer vendida al capitalismo. Es letal para la izquierda, el feminismo, el antirracismo, que no pueden ser más justos, pero en su nombre no puede haber caza de brujas”.
La filósofa barcelonesa Marina Garcés considera que el manifiesto expone “una realidad que insidiosamente está afectado todos los ámbitos de la esfera pública: la cultura del miedo”. El “miedo a hablar, discutir, disentir, equivocarse, exponerse, experimentar. Cada uno se protege tras una identidad fuerte que sólo sirve para combatir a la contraria”.
Para el filósofo Javier Gomá, apunta La Vanguardia, “la carta denuncia una forma de ‘vandalismo’ resultante de ‘corromper el ideal de una justa causa’ a través de la radicalización. Un proceso frecuente ‘en una época politizada por el populismo’, que ve como ‘una mezcla de simplificación, moralización y sentimentalidad; simplificación porque distingue entre unos pocos y muchos; moralización porque los pocos son malos y los muchos son buenos, y sentimentalidad porque los muchos buenos están injustamente tratados”.
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