Por Virginia Hebrero | Efe
26/04/2016
El joven operario Vladímir Evdóchenko estaba de turno en la central nuclear de Chernóbil en la madrugada del 26 de abril de 1986, cuando a la 1.23 horas sintió una terrible sacudida, «como un terremoto», según cuenta. Aun no lo sabía, pero había explotado el reactor número 4, lo que había elevado la temperatura del núcleo a más de 2.000 grados centígrados, hecho saltar por los aires el techo de la central, de 1.200 toneladas de peso, y dejado escapar a la atmósfera radiación superior a 500 bombas como la de Hiroshima.
«Yo tenía 33 años. Como todos los días, un autobús me recogió en mi casa, en Chernóbil, a 18 kilómetros de la planta, y me llevó a mi puesto con mis dos compañeros, Alexander Agulov y Vladimir Palkin», señala mientras nos muestra una foto de los tres amarilleada por el paso del tiempo.
Se realizaba un experimento para comprobar la capacidad del turbogenerador de seguir abasteciendo el sistema de refrigeración en caso de un corte de energía exterior. «Era un programa que se había propuesto a todas las centrales nucleares de la URSS, pero solo la nuestra lo había aceptado, y hubo una cadena de fallos de seguridad», afirma.
Durante dos días se redujo al mínimo la potencia del reactor 4 y luego había que esperar la orden de remontarla, pero «se fue acumulando yodo radiactivo bajo el reactor, y cuando llegó la orden todo se descontroló», señala.
Postcards from Pripyat, Chernobyl from Danny Cooke on Vimeo.
«Todo tembló, como un terremoto. Abrí la puerta y miré hacia el reactor número 4, a unos 50 metros, y vi que allí no había luz y del techo caían gotas de agua, había vapor».
Luego un ingeniero le dijo «hay un accidente» y le encargaron ir al reactor 4 en busca de Valeri Jodemchuk, el único trabajador de la planta que murió esa noche y cuyo cuerpo jamás fue encontrado, pero el camino estaba inaccesible por escombros y restos de la explosión. Un sencillo memorial levantado en el interior de la central, con una lápida y una placa, recuerda a ese trabajador, la primera víctima del accidente.
Vladímir recuerda que dos trabajadores de reparaciones, de apellidos Golovotiuk y Kornienko, «salieron al exterior a inspeccionar alrededor del reactor, donde había trozos de grafito y una altísima radiación». «Uno de ellos ya no está con nosotros y el otro tampoco sé si sigue vivo», afirma.
La madrugada fue caótica en espera de instrucciones, les dijeron que tomaran pastillas de yodo para proteger el tiroides pero no las había. «Así que saqué del botiquín de yodo para las heridas y puse varias gotas en un vaso de agua. Era un líquido horrible, pero nos lo bebimos, y quizás por eso durante 20 años no he tenido problemas con el tiroides, solo recientemente han empezado», afirma Vladímir.
Antes de irse a casa por la mañana les hicieron análisis de sangre unas enfermeras llegadas de Pripiat y todavía recuerda a los trabajadores haciendo cola, algunos aún sin ducharse, contaminados y vomitando por los efectos de la radiación.
Sólo al alejarse en el autobús fue consciente de la destrucción del bloque número 4: «Me di cuenta de que nos iban a evacuar de toda la zona».
Vladímir llegó a su casa, se duchó y se cambió en el jardín para no contaminar a sus hijos de 9 y 3 años, durmió unas horas y por la noche volvió al punto de recogida porque tenía otro turno en la central, pero el autobús nunca llegó.
«Advertí a los vecinos de que no sacaran a los niños a la calle, y el lunes 28 tomé el coche y llevé a la familia a Kiev. Luego regresé a Chernóbil para volver al trabajo, pero no me dejaron, me dijeron que había recibido mucha radiación», recuerda.
En el hospital en Kiev constataron que había recibido 150 roentgen, cuando lo aceptable es 5, y varios años después le concedieron la incapacidad laboral.
La ciudad de Chernóbil, que contaba con 12.000 habitantes, sólo fue evacuada el 5 de mayo y para la fiesta del 1 de mayo incluso se hizo el tradicional desfile.
«Es una ciudad muy bonita, con su río, muchos peces, setas, y mis padres están enterrados ahí y por eso voy cada año. Pero está cerca de la central. Hubiera sido mucho mejor que allí hubiera un campo verde en vez de un reactor, mucho mejor», señala.
Gráfico (pulsa sobre la imagen para verlo en alta calidad):
30 años después
Ahora, treinta años después del más grave accidente nuclear de la historia, miles de trabajadores siguen acudiendo cada día a la central de Chernóbil, el epicentro de la catástrofe que obligó a evacuar a cientos de miles de personas y contaminó amplias zonas de Ucrania y los países vecinos.
«Hay unos 1.500 trabajadores en la plantilla, que se ocupan del programa de desmantelamiento de la planta, y además otros 1.000 o 2.000 contratados por el consorcio internacional que construye el nuevo sarcófago para el reactor 4», dice a Efe Anton Pobor, del departamento de cooperación internacional de la central.
Situada 120 kilómetros al norte de la capital ucraniana, Kiev, y junto a la frontera con Bielorrusia, la central desprende una aparente normalidad, con empleados pasando por los tornos de acceso o noticias sindicales en los muros, pero el dosímetro de radiación que todos llevan colgado del cuello nos devuelve a la realidad. También algunos anuncios sobre colectas con las que costear los tratamientos médicos que requieren muchos de sus antiguos empleados afectados por la radiación.
La falsa normalidad también se siente a la salida de la central, ya que todo trabajador o visitante debe pasar por un medidor de radiación que indica si se está «limpio» o «contaminado».
Pobor sale a recibirnos vestido con bata y cofia blancos, el «uniforme» obligatorio para todo trabajador o visitante, y nos hace firmar por escrito que no vamos a tocar ningún botón. Aquí se trabaja en el desmantelamiento definitivo de los reactores 1, 2 y 3, que siguieron funcionando tras la catástrofe del 26 de abril de 1986 y fueron parados en los años siguientes hasta dejar de operar en el 2000.
«En 2015 comenzó la segunda fase del programa, para la parada total de la planta y la conservación de las unidades. Se trata de garantizar el almacenamiento seguro del combustible nuclear y todo el material radiactivo que contienen los reactores», explica Pobor.
Por los pasillos de más de 600 metros de largo que recorren la planta se mueven silenciosas figuras de blanco inmersas en sus tareas cotidianas, sea en las salas de control, de ordenadores o en las turbinas. En la sala de control del reactor número 2, varios ingenieros trabajan en una maraña de botones, palancas y paneles, beben té o incluso fuman distendidamente. Al fondo de uno de esos largos corredores hay una pequeña puerta: «por ahí se entra al bloque número 4», nos muestra Antón, pero pasamos de largo.
A varios cientos de metros del edificio principal, una gigantesca cantera acoge la construcción del segundo sarcófago, el gran arco de acero, plomo y otras materias que deberá garantizar que el fatídico reactor 4 no emita radiación en al menos un siglo. El nuevo sarcófago está llamado a sustituir a la primera cubierta, un gigantesco cubo de hormigón que fue terminado unos siete meses después de la catástrofe.
«El primer sarcófago está acabando su vida útil, que era de 30 años, por eso es tan urgente construir una nueva protección», señala a Efe Yulia Marusich, especialista del departamento internacional de Chernóbil.
Cientos de obreros y especialistas circulan por la zona de construcción del sarcófago. Son contratados del consorcio internacional Novarka encargado del proyecto. «Toda el área de construcción fue descontaminada exhaustivamente antes de comenzar, para evitar riesgos al personal. A pesar de todo, la radiación ahí es unas 20 veces superior a la de Kiev», afirma Yulia.
El nuevo sarcófago es una estructura gigante en forma de arco, construido en dos mitades que ahora ya están unidas en una sola estructura de 108 metros de alto, 150 de ancho y 256 de largo. «Pesa más de 30.000 toneladas y todo está interconectado con 650.000 tornillos», explica la especialista.
Según los planes, para finales de este año el arco estará terminado y se colocará sobre la antigua cubierta del reactor 4. Un año más tarde comenzará a operar este segundo sarcófago, y en 2023 se espera completar la destrucción de la vieja estructura, la tarea más delicada de todo el proyecto ya que implica trabajar en el interior del reactor.