Visto desde la perspectiva actual, es difícil imaginar un mundo en el que Frida Kahlo esté a la sombra de alguien. Sin embargo, en 1939, la mexicana era conocida por ser la esposa de Diego Rivera, uno de los pintores mexicanos más célebres, recordado especialmente por la brillante carrera que desarrolló en el movimiento del muralismo con José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.
En esos años y al lado de esa abrumadora figura, Frida Kahlo no era reconocida como una artista por derecho propio. Apenas comenzaba a asomarse la grandeza de esa figura que celebramos por sus autorretratos simbólicos, que combinan imágenes surrealistas y arte popular mexicano, con una visión intimista que constituyen su sello personal.
Todo comenzó a cambiar de la manera más inesperada. El catalizador de esa transformación de la artista fue el devastador descubrimiento del romance de Rivera con su hermana Cristina y su intención de divorciarse. Entonces Frida Kahlo viajó sola a París para exhibir su trabajo. Fue recibida en los círculos artísticos de la ciudad y se embarcó en un torbellino de aventuras con un joven francés llamado Michel Petitjean. Nada volvería ser igual para ella ni para el mundo del arte.
La historia detrás de «El corazón»
Así comienza El corazón: Frida Kahlo en París. El libro narra la aventura entre la artista y el etnólogo francés, y mucho más allá. La novela presenta una visión profundamente personal, desde el punto de vista del autor. Marc Petitjean se adentra en una investigación sobre el pasado de su padre.
La búsqueda arranca cuando Petitjean recibe una llamada de un investigador mexicano que sugiere una conexión apasionada entre Kahlo y su padre. Los efectos personales de Frida Kahlo estuvieron sellados durante más de 50 años en su residencia, Casa Azul, después de su muerte en 1954, a los 47 años de edad. Ahí estaban las cartas de Michel Petitjean.
Con esta correspondencia unilateral en sus manos, Petitjean se siente obligado a profundizar en su historia. Así descubre cartas y entrevistas grabadas que presentan a un hombre diferente al padre que conoció.
El Michel Petitjean de 1939 fue descrito como afable y encantador. Mientras, el «hombre que conocí era ciertamente encantador y elegante, pero también un poco deprimido y no especialmente divertido».
Petitjean pasa con destreza de rastrear la trayectoria artística y biográfica de Frida Kahlo a rastrear la progresión de su padre. Pasó de ser un asociado en el Museo Etnográfico a convertirse en asistente de galería en la Galerie Renou et Colle, donde Frida Kahlo expone.
Un viaje personal
La meticulosa investigación de Marc Petitjean llena los vacíos entre las anécdotas de su padre. Así logra representar un retrato convincente de un joven de su tiempo. Habla de un hombre de una gran creatividad, sexualmente libre y políticamente comprometido. Se trata, a fin de cuentas, de alguien no muy diferente a la propia Kahlo.
Pasó su infancia mirando el cuadro de Frida Kahlo El corazón colgado en la pared. Lo encontraba al mismo tiempo aterrador y conmovedor. Una figura femenina está flanqueada por dos vestidos que flotan en perchas. Un uniforme de colegiala a la izquierda y un vestido tradicional mexicano a la derecha. Una vara de oro atraviesa el pecho de la mujer, y un gran corazón humano yace ensangrentado en primer plano a sus pies. Mientras Petitjean busca comprender mejor a su padre, la pintura se convierte en su brújula.
El retrato de una época
Petitjean también captura la efervescencia de los círculos artísticos en París durante los años de entreguerras. Frida Kahlo se mezcla con las luminarias del siglo XX André Breton y su esposa, Jacqueline Lamba, Dora Maar y Pablo Picasso, Marcel Duchamp y Elsa Schiaparelli. Beben y fuman en Café Cyrano, hablando de política y poesía, siguiendo de cerca las actualizaciones sobre la guerra civil española.
Van a cenas suntuosas en la mansión de Marie-Laure de Noailles en la Place des États-Unis. Participan en juegos de salón en la sala de estar de los bretones. Sin embargo, Frida Kahlo estaba inquieta dentro de los círculos parisinos, en los que la teoría y los manifiestos estéticos estaban de moda. Preferiría «sentarse en el suelo en el mercado de Toluca y vender tortillas, que tener algo que ver con «tantos de los tipos artísticos» de París, le escribió Kahlo a su amante intermitente Nickolas Muray, en Nueva York.
Su propia realidad
A pesar de explicar que “ella simplemente pinta su propia realidad y no tiene más teorías sobre el arte que su sinceridad y necesidad”, Breton la presenta repetidamente como pintora surrealista. Teniendo en cuenta su inclinación por explicarle el estilo artístico de Kahlo, no es de extrañar que sus detractores lo apodaran sarcásticamente como el «papa del surrealismo».
El tiempo de Kahlo en París fue breve. Pero Petitjean muestra las formas en las que esta estadía de dos meses fue significativa y trazó el comienzo de su independencia. En la Ciudad Luz, Kahlo se enfrenta dudas de identidad que afectan a su trabajo.
En la capital de la moda lleva la ropa bordada de colores brillantes de su tierra natal y trenza cintas y flores en su cabello. Además, su rechazo a cualquier conexión con la cultura europea se vuelve más arraigado a medida que abraza su identidad mexicana de todo corazón. En una oportunidad se le pregunta si habla alemán, un idioma que le enseñó su padre. Frida Kahlo responde: «No quiero tener nada que ver con ese país o sus habitantes, soy mexicana, punto, y estoy orgullosa de serlo».
El corazón: Frida Kahlo en París es una empresa distintivamente íntima. Petitjean logra tejer la vida de Frida Kahlo con su búsqueda por comprender a su padre. Así, crea una biografía poco convencional, profundamente personal y enormemente cautivadora.
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