José Ángel López Jiménez, Universidad Pontificia Comillas
El perfil ideológico del presidente bielorruso Alexander Lukashenko es sumamente adaptativo, lo que le ha permitido mantenerse en el poder durante los últimos 26 años. Irrumpió tardíamente en la política durante 1991, siendo el único miembro del Soviet Supremo de Bielorrusia partidario del mantenimiento de la Unión Soviética cuando se había presentado a las elecciones en una plataforma abiertamente a favor de las reformas democráticas.
Hasta entonces presidente de un koljós (granja colectiva), consiguió notoriedad pública como presidente del Comité Parlamentario contra la corrupción, beneficiándose de las luchas internas entre el presidente de la república, Stanislav Shushkevich y el primer ministro Vyacheslav Kébich.
Sin embargo, perdida la moción de confianza por Shuskevich, la redacción de la Constitución de Bielorrusia de 1994 y la celebración de las primeras elecciones presidenciales democráticas –que enfrentaron a Kébich y Lukashenko– le permitió, sorprendentemente, alcanzar la Presidencia de la República el 10 de julio de 1994. Fue el triunfo del populismo ideológicamente amorfo.
Sus primeros años de mandato se caracterizaron por una aproximación a Rusia y un alejamiento progresivo de Occidente y de las principales instituciones internacionales, así como por la introducción de reformas constitucionales que iban dirigidas a la consolidación en el poder. No obstante, el lukashenkismo, como ideología moldeable, ha dependido en último extremo de la cobertura rusa en varias dimensiones: la energética, la comercial, la política y militarmente.
La represión de la disidencia se acentuó durante el segundo mandato presidencial, con el cambio de siglo, instrumentalizando además en beneficio político dos elementos importantes:
- Homogeneidad étnica de la República, con el 84% de la población de mayoría bielorrusa, sobre 9,5 millones de habitantes. Esto ha favorecido la convivencia entre minorías y la ausencia de secesionismos que pudieran eventualmente ser utilizados por Rusia, como en sus repúblicas vecinas (Moldavia, Georgia o Ucrania). La reafirmación de la identidad nacional propia –mediante la promoción lingüística del idioma– facilitó la construcción de la estatalidad independiente tras la disolución de la Unión Soviética y, por consiguiente, la del propio Lukashenko al frente del mismo.
- Factor religioso. Lukashenko ha marginado a la Iglesia católica, favoreciendo a la ortodoxa, forjando una alianza importante.
Una política exterior personalista
La política exterior bielorrusa, fiel reflejo de la pulsión personalista de Lukashenko, ha sido un poderoso instrumento en sus manos y refleja sus propios temores y ambiciones, y cuyo tema desarrollo en un Estudio de la Revista Española de Derecho Internacional de próxima publicación, “Bielorrusia existe: Equilibrio inestable entre una política exterior multivectorial y el tratado de Unión con Rusia”.
El artículo 18 de la Constitución de Bielorrusia declaraba el estatus de neutralidad del nuevo Estado. Sin embargo, no ha impedido su integración en organizaciones regionales de seguridad o militares lideradas por Moscú, como la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) o el propio Tratado de Unión Rusia-Bielorrusia y su cooperación militar bilateral. Este último fue firmado en 1999, pocos meses antes de la aparición de Putin como primer ministro y posterior sucesor de Yeltsin.
Precisamente la profundización de las estructuras de cooperación bilateral en el marco de este tratado ha sido origen de fricciones entre ambos líderes: Lukashenko, más favorable a los ámbitos energéticos y comerciales, y Putin más proclive a intensificar los lazos políticos y militares. Sin embargo, durante esta última década ha permitido mantener al régimen una suerte de ficción de soberanía e independencia, a pesar de la extrema dependencia de los precios subsidiados del petróleo y el gas natural suministrados por Rusia, así como la ayuda financiera y las exportaciones en el marco de la Unión Económica Euroasiática (UEE).
Unión Europea y sanciones
Los intentos de construcción de una política exterior multivector alternativa a la bilateralidad con Moscú no se han consolidado. Las relaciones con la Unión Europea son una historia jalonada por la aplicación de sanciones, aunque Bielorrusia está incluida en la Política Europea de Vecindad (PEV) en su dimensión oriental. La situación en materia de derechos humanos en un Estado que no pertenece al Consejo de Europa –el único con Turkmenistán– y que está al margen de la jurisdicción del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, hace inviable la relación con la UE.
Las intervenciones rusas en Georgia y, especialmente, en Ucrania suscitaron los temores de Lukashenko, que no reconoció la anexión de Crimea. Además, en los últimos años se han intensificado las presiones de Putin para utilizar el marco del Tratado de Unión como instrumento para perpetuarse en el Kremlin sin necesidad de reformar la Constitución rusa –finalmente realizada recientemente– utilizando una estructura presidencial bicéfala.
Una terrible gestión de la crisis sanitaria
La terrible gestión de la crisis sanitaria de la COVID-19, con la celebración de un desfile militar multitudinario en conmemoración del 75º Aniversario de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, se ha sumado al hartazgo de la población por el presumible fraude electoral masivo de las recientes elecciones presidenciales.
La potencial “revolución de colores” en curso presenta varios escenarios alternativos: desde la intervención militar rusa solicitada por Lukashenko, activando la cláusula de defensa mutua en el marco de la OTSC –solo en el caso de agresión externa, que puede camuflarse convenientemente–, hasta el Tratado de Unión Rusia-Bielorrusia, pasando por la intensificación de la presencia militar rusa en la república, o mediante el apoyo a la represión interna ya iniciada.
¿Destitución de Lukashenko?
La sustitución de Lukashenko solo pasaría por colocar líderes marioneta al servicio de Moscú, como ha sucedido en los conflictos secesionistas prolongados de Transnistria, Osetia del sur, Abjasia, Crimea o el Donbás. En último término, cualquiera de las opciones recortaría de facto la soberanía de Bielorrusia y vaciaría de contenido sus instituciones estatales.
Pero Rusia no dejará caer en manos de Occidente el flanco occidental de un espacio geoestratégico vital para sus intereses, rodeado por territorio UE y OTAN. Y no quiere repetir lo sucedido en Ucrania con la revuelta de Maidán.
José Ángel López Jiménez, Profesor de Derecho Internacional Público, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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