La lucha contra la COVID-19, esfuerzo solidario de muchos, parece un «trabajo de Sísifo», por la constante torpeza y desidia de algunos gobernantes y responsables políticos. No se ha trabajado en conjunto. Ha prevalecido el individualismo, el aislamiento a pesar de que se usa mucho la palabra cooperación y solidaridad. Los más vulnerables lo único que han tenido hasta ahora es suerte y desdén de sus gobernantes. Los casos de Africa y América Latina desbordan toda racionalidad.
En entregas recientes he realizado algunos ejercicios de reflexión sobre las obligaciones y compromisos de la comunidad internacional entera en la erradicación de la mísera situación pandémica y la puesta en vigor de un nuevo orden sanitario global.
Los científicos franceses Marius Belles, físico, y Daniel Arbos, biólogo, señalan que las bacterias y virus son los más «grandes asesinos de la Tierra». Estos microorganismos forman parte de la biodiversidad. Han convivido con nosotros mutando sin interrupción. Las pandemias reinciden. Una inquietante realidad en un mundo globalizado, precisamente en el momento cuando entra en escena el cambio climático, otra gran amenaza.
Los Estados y las instituciones especializadas, regionales o universales, han cumplido la heroica tarea. Han elaborado programas para erradicar semejantes desgracias. Sus investigaciones han sido espectaculares. Posiblemente en breve tiempo estará controlado el SARS-CoV-2. Mientras tanto, seguirá la ansiedad y el desánimo por la aparición de nuevas cepas y variantes, por el debate político estéril y las calamidades que ocasiona en los países que siguen ajenos al desarrollo. Empero, ha sido alentador que el presidente Joe Biden apoye la suspensión de las patentes de las vacunas, una medida que fue recibida con entusiasmo en todo el mundo.
Menos armas y más salud: nuevo orden sanitario mundial
Durante los últimos 150 años ha habido un crecimiento exponencial de la ciencia. El gran desacierto ha sido darle prioridad a la carrera espacial y a la industria armamentística. La investigación acerca de la biodiversidad y de los ecosistemas fueron relegados. Todavía nos falta mucho por saber sobre los virus y de los ecosistemas para evitar el cambio climático. Y todavía somos incapaces de predecir terremotos y tsunamis.
No cabe duda, el peligro acecha. La supervivencia exige prudencia y cordura a fin de evitar que el clima llegue a una situación insostenible. La COVID-19 sería anecdótica delante de la devastación por el ascenso de dos grados en la temperatura del planeta producto de la emisión de los gases de efecto invernadero.
La base de mi propuesta reside en firmar un acuerdo amplio que reúna las voluntades a tiempo real del mayor número de Estados y organizaciones para salvar la vida, la salud, la seguridad y la paz de los 7.730 millones de seres humanos.
Desde aquí, mis votos por el gran filósofo, Edgar Morin, mi antiguo profesor de la Universidad de París, que, a punto de cumplir 100 años, defiende con pasión enseñar a vivir.
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