Por Ana Franco
07/05/2016
n día hace muchos, muchos años (tantos como diez millones), la naturaleza se despertó coqueta y decidió sorprender al mundo. Eligió un rincón del planeta, hoy conocido como Capadocia, en Turquía, para desplegar sus encantos, y durante lustros cinceló rocas y les dio formas extrañas y curiosas, creando un paisaje único de aspecto lunar.
Le ayudaron en su tarea los volcanes Erciyes y Hasan, y lo que durante siglos fueron montañas, ríos y cráteres sucumbieron enterrados bajo la lava y la ceniza cuando entraron en erupción. El viento, el frío, el calor y la lluvia modelaron la piedra. En algunos valles quedaron esparcidas rocas con figura de cono cubiertas por grandes piedras, a modo de Chupa Chups, y se les dio el nombre de chimeneas de hadas. En otros, una extensión de dunas pedregosas simulaban olas en un mar de piedra.
El hombre culminó el magnífico trabajo de la naturaleza. Dejaron su huella en la zona hititas, frigios, persas, galos, romanos, bizantinos, selyúcidas y otomanos. Lucharon cientos de ejércitos. Fue hogar de trogloditas, imán para ermitaños y catedral de monjes proscritos que integraron sus refugios subterráneos en el conjunto.
Como tierra estratégica resultó imprescindible para dominar la Ruta de la Seda, una red comercial de caminos entre Asia y Europa, pero su rico pasado fue casi olvidado… Hasta que un cura francés descubrió las iglesias en la roca en 1907.
El boom turístico acampó en los años 80 del siglo pasado. En 1985 la Unesco la nombró Patrimonio de la Humanidad, con un área protegida de 9.576 hectáreas. Hoy, Capadocia, en el centro de la Península de Anatolia, la porción asiática de la República de Turquía, atrae a miles de visitantes cada año.
Esta demarcación histórico-turística, que no política, dibuja un triángulo cuyos vértices son las ciudades de Nevsehir, Avanos y Ürgüp. El verano allí es tan caluroso como en Sevilla en agosto. Pero el invierno le deja a uno cual estalagmita. Para recorrer la región, el punto de partida natural es la capital turca, Ankara, de donde salen, con destino a Capadocia, los autobuses modelo baja-mi- ra-corre-sube-que-nos-vamos.
A pesar de ser el centro administrativo del país, Ankara no despierta mucho interés (para eso está la gloriosa Estambul). A partir de ahí, carretera y manta hacia Nevsehir, la puerta de entrada a Capa- docia. Hay quien emplea la bicicleta o un caballo como medios de transporte, pero dicen que la mejor forma de verla es en globo.
GÖREME, LA PRIMERA PARADA
Para aquellos que pre eran la tierra firme, el primer sitio en el que abrir la boca de admiración es el Parque Nacional de Göreme, a 12 kilómetros de Nevsehir. Se trata de un complejo de iglesias y capillas bizantinas horadadas en las rocas. Bello a rabiar.
Los primeros cristianos se refugiaron allí durante los periodos bizantino y romano. Los volcanes habían cubierto la meseta de toba, una piedra blanda compuesta de lava, ceniza y barro bastante frágil, así que sus moradores excavaban en la piedra con relativa facilidad. Construyeron iglesias que decoraron con unos frescos que aún se conservan en mejor o peor estado. Los más famosos son los de la Iglesia de las Sandalias y los de la llamada Iglesia Oscura (pues carece de ventanas).
Algún día el Parque Nacional de Göreme desaparecerá y quién sabe si no lo hará toda Capadocia. Las grietas que se aprecian en las paredes de las iglesias esbozan su final, a pesar de que los andamios indican que los trabajos de reparación son continuos. Conviene acordarse de ello porque entonces la visita estremece aún más.
Hasta que llegue el fin, siga por la carretera de Göreme hasta una de las depresiones más fantásticas del terreno, a los pies de la localidad de Uchisar, en cuyas estrechas calles le aguardan tiendas de kilims (alfombras) y recuerdos populares.
Al enfriarse de manera desigual la lava de los volcanes, aquí las rocas componen una coreografía de diversos colores: verde, amarillo, rojizo… La zona lleva por sobrenombre Valle de las Palomas, por la gran cantidad de nichos que hay, aunque los numerosos puestos ambulantes cargados de souvenirs le restan autenticidad.
La fortaleza de Ortahisar, a seis kilómetros de Ürgüp, quita el hipo. Son tantas las aldeas visitables que en un viaje organizado difícilmente alcanzará una cuarta parte de ellas. Al menos apunte para elegir, además de las mencionadas, Cavusin, Avanos y Mustafapasa.
Lo que no es negociable es recalar en las ciudades subterráneas en las que se escondían durante meses quienes huían de los ejércitos invasores. La mayor parte de ellas, como las iglesias y los monasterios, datan de los siglos IV al XI, cuando floreció el Cristianismo en Capadocia. Los cristianos, que escapaban de los árabes, las ampliaron en los siglos VII y VIII y no les faltaba de nada: viviendas, iglesia, cuadras, conductos de ventilación y todo lo necesario para elaborar vino en su interior.
Eran subterráneos los pueblos de Derinkuyu, Kaymakli, Özkonak y Saratli. Uno de ellos es de parada obligatoria. Para entrar en algunas de sus galerías hay que ponerse de rodillas. Cuidado porque no es apto para claustrofóbicos.
DESDE EL AIRE
Si va por su cuenta a Capadocia lo mejor es partir desde Ankara, a 350 kilómetros de Göreme, el centro de operaciones para visitar la zona. Otra opción es llegar a Estambul y tomar un vuelo hasta Kayseri, el principal aeropuerto de Capadocia.
Una de las maneras más divertidas de verlo es en globo. La excursión aérea dura alrededor de una hora, cuesta unos 170 euros por persona y requiere madrugar (el despertador debe estar listo para llegar a las 6:00 horas), si bien presenciar en silencio el momento en el que el sol comienza a dorar aquellas tierras no tiene precio.