Por Marta Soszynska (Médicos Sin Fronteras, MSF)
Soszynska, a bordo del Dignity I, el barco de búsqueda y rescate de MSF, narra el salvamento de dos familias que viajaban a bordo de un navío con más de 600 personas y que naufragó, hace dos meses y medio, a 14 millas al norte de la costa de Libia.
«Yo sé nadar, pero ella no… ¿Cómo conseguí sacarla del agua cuando todas las demás personas estaban tratando de mantenerse a flote…?». Mohammed, de 35 años, abraza fuertemente su hija Azeel, de un año, mientras su esposa, Diana, confundida y con los ojos fuertemente enrojecidos a causa del agua salada, trata de calmarse en la zona hospitalaria del Dignity I, uno de los barcos de localización y salvamento de Médicos Sin Fronteras (MSF).
Esta familia palestina estuvo a escasos segundos de perder a su pequeña cuando la sobrecargada embarcación de madera en la que trataban de llegar a Europa zozobró y volcó a 14 millas de la costa libia. El equipo de rescate del barco irlandés L.E. Niamh les trasladó al navío de MSF porque Diana necesitaba atención médica urgente. Hace apenas una semana se había sometido a diálisis para sus riñones.
La familia, aún traumatizada por el accidente, no podía comprender lo que había sucedido. «El barco tenía problemas desde que salimos de Libia. Tuvimos que achicar agua en la sala de máquinas. Más tarde las cosas parecían mejorar y la mar estaba en calma. Entonces, de repente, la embarcación comenzó a moverse y a balancearse y nos dimos cuenta de que estábamos hundiéndonos».
Cuando el Dignity I llegó al lugar, no encontró nada más que restos flotantes de la embarcación de madera en la que Mohammed y su esposa habían tratado de huir de la guerra y del caos en Libia, donde vivían. «El país está dividido entre los rebeldes y la milicia. Allí no hay futuro para nosotros ni para nuestra hija. En Libia nos trataban como a la peor especie de seres humanos, la gente abusaba de nosotros. No teníamos otra salida que huir.»
Aún estupefactos por haberse salvado, toda la familia fue evacuada hacia la costa italiana, donde Azeel y su madre podrían recibir un tratamiento adecuado y recuperarse del trauma que habían padecido en el mar.
De Siria a Libia pasando por Turquía
Alea está embarazada de cinco meses cuando el barco de madera en el que va con su marido para huir de la guerra en Libia se hunde con 600 personas a bordo. Desde hace una semana, Alea ha estado preocupada porque su bebé no se mueve y no tiene forma alguna de comprobar si está vivo. Tanto ella como su esposo estaban desesperados por salir de Libia. Alea no pudo acudir a los servicios de salud porque no podían permitirse un hospital privado y la atención en los centros públicos están reservados para los ciudadanos libios.
Alea está temblando. Sus piernas parecen hechas de barro cuando es ayudada a subir a bordo del Dignity I. Apenas puede contener las emociones; está aturdida y aterrorizada por la tragedia de la que acaba de ser testigo.
«Estaba en el interior del barco cuando éste empezó a hundirse», explica minutos más tarde, ya calmada. Su marido, Mohammed, subió a bordo del Dignity I en ropa interior y calado hasta los huesos. Fue él quien se zambulló y sacó a su esposa a la superficie cuando se encontraba atrapada entre los restos del barco hundido.
«Estaba segura de que había llegado mi fin. Me salvó la vida». Pero su bebé de cinco meses puede no haber sobrevivido a la conmoción y el estrés del viaje.
En el área hospitalaria, la matrona de MSF, Astrid, coloca cuidadosamente a Alea sobre la camilla para tratar de captar los latidos del bebé. Es un momento de nervios y tensión. En la esquina está Dana, una joven de 17 años, procedente de Damasco, que también viajaba en el barco naufragado y ha establecido una buena amistad con la familia. Dana sonríe y traduce las preguntas de la matrona del inglés al árabe: «¿Cuándo fue la última vez que sentiste al bebé?». Ella responde: «Hace una semana».
Dana se unió a Alea y Mohammed en Libia; ella también había llegado allí huyendo de la guerra en su ciudad natal, Damasco. «Estaba tan cansada de ver muerte y sangre cada día… «. Cursaba su último año en la escuela secundaria. Junto a su padre emprendió el viaje por un camino larguísimo y peligroso hacia Turquía. Sin embargo, no pudieron avanzar en dirección a Grecia porque esa ruta implica una larga marcha a pie y el padre de Dana tiene ya 65 años. Así que tomaron un avión desde Turquía hasta Libia y, una vez en el país norteafricano, embarcaron en el bote. Ahora se tranquiliza, como silenciada por el recuerdo de lo que les acaba de pasar.
El dramático silencio en la habitación del hospital se rompe al fin. Al principio, a causa de un sonido discreto, escondido; pero poco a poco, éste sube de intensidad y se percibe más claro: es un latido, el del corazón de un bebé de cinco meses, el bebé que Alea temía haber perdido y que su marido salvó cuando sacó a su esposa del interior del barco en pleno naufragio.