José Mateos Mariscal
Leía el otro día en SWI que en 2022 emigraron 54.000 españoles. Más del doble de los que emigraron el año anterior. Incluso, respecto a las peores décadas, las cifras doblan las de los años sesenta y setenta. La pregunta inmediata y obvia: ¿por qué?
Quizá la respuesta sea la economía y los estragos de la COVID. El prolongado cierre de fábricas y comercios impulsa la salida de tantos emigrantes. La falta de oportunidades laborales a la que los amigos me hacen referencia constantemente. Me dicen que vivir en España ha devenido en una experiencia económica de alto riesgo.
Quizá sea la falta de perspectivas para unos jóvenes preparados y sin opciones de conseguir trabajos dignos y bien pagados. De hecho, la mayoría de los emigrante son jóvenes.
Quizá sea la falta de esperanza. Gobierne la derecha, la izquierda o cualquiera, los españoles que aspiran al ascenso social han concluido que nunca saldrán del hoyo.
Quizá sea todo junto.
El caso es que España pierde el capital más importante: su gente. El turismo, la pesca, la agricultura, la ganadería son recursos no valen nada si el país no tiene gente comprometida con el bien de todos. formada.
Sea cual sea el motivo, la gente se está yendo. Como español que ha vivido casi una década en Alemania, considero que España es mi segunda patria. Pasé hambre, me trató como una madrastra mala. Soy consciente de que necesita a esa gente que la está abandonando. Pero no es que quieran irse, es que nos echan a patadas o no llegan a nacer. La españolas no quieren tener hijos, prefieren una carrera, viajar, como si los hijos se lo impidieran.
Alemania ofrece oportunidades a la gente con ganas de trabajar, de capacitarse. En España la realidad e muy preocupante. La juventud que se ha preparado y tiene empuje, se va en busca de oportunidades en otros horizontes. Lo grave es que si todos se van, ¿quién hará que España mejore? Serán los propios españoles, pero no por decisión del gobierno que les cierra las puertas. Los españoles que prefieren no emigrar, pero tampoco se atreven a voltear la tortilla. Todo el que emigra no es médico, ingeniero aeronáutico o especialistas en telemática. Los pobres, como siempre, somos más y nos consideran como jornaleros. Nunca como trabajadores fijos, siempre temporales.
Las mujeres que se atreven a emigrar la pasan peor que los hombres. Pese a todos los discursos feministas de unos y otras, la brecha de género es más ancha y violenta entre los de menos ingresos.
Mujeres migrantes trabajadoras sexuales
La mayoría de las mujeres que venden sexo preferiría tener un trabajo bien pagado que les concede dignidad y respeto. No se dedican a la prostitución porque sea abyectas o demasiado flojas para buscar otro trabajo, lo hacen porque necesitan dinero y no tienen otra forma de ganarlo. Necesitan comprar comida y pagar un lugar donde vivir, mantener a sus hijos y para pagar deudas.
La necesidad extrema de una mujer surge muchas veces de situaciones que ella no puede controlar. Por ejemplo, muere su esposo, la abandona o se divorcia porque es víctima de la violencia de género. Si no tiene un oficio u otra manera de ganar dinero, vende la única cosa que tiene –su cuerpo– para sobrevivir.
Sexo mal pagado y sin protección
La pandemia de covid-19 redujo los ingresos de los profesionales del sexo en Alemania. A la fecha, la actividad registra una recuperación. A la vuelta de casi 3 años, los servicios dejaron atrás los 50 euros y ya alcanzan los 200 al día. Las chicas y uno que otro chico tienen más clientela. Desde temprano se les ven alrededor de las zonas de hoteles del centro de las ciudades Alemanas.
Sin embargo, el riesgo de contagio de enfermedades sexuales se mantiene. Falta un programa integral que, con servicios médicos eficientes y permanentes, apoye a las trabajadoras. Anualmente, en Alemania se registran 22.000 casos de enfermedades de transmisión sexual (vulvovaginitis, sífilis y herpes genital).
Yasdina (nombre ficticio), española de 52 años de edad y residente en Lüdenscheid, confiesa que vender su cuerpo es la única opción que tiene para llevar un ingreso a casa y que sus 3 hijos coman dignamente. Atiende por la mañana, alguna tarde y una que otra noche. “Estoy acostumbrada. Es un trabajo más, hay demanda y uno recibe un pago”, dice.
Alerta que el servicio de “sexo barato” tiene sus riegos. “A nosotras nos persiguen las autoridades de Salud (gesundheitsamt.) Nos tienen en un alista y debemos hacernos estudios cada semana para que nos den la boleta y poder trabajar. No tenemos el nivel de las que se venden por redes, por catálogos y que cobran un dineral”, apunta
Yasdina dice que por 200 o 300 euro por hora ella es muy complaciente, pero con una condición: “Nada de golpes, no tengo edad ni cuerpo para el OnlyFans”, admite sonriente.
Poco control y alto riesgo
En Alemania, debido a que no hay un padrón confiable de sexo servidoras, el riesgo de contraer enfermedades venéreas es muy alto. El médico Juli Henning, del hospital de Wermelskirchen, dijo que en años anteriores se hablaba de hasta 2.000 sexoservidores en revisión, pero en 2023 apenas unas 1.000 que acuden a la revisión en las zonas de Renania del Norte-Westfalia.
Hasta el 2019, había 1.200 personas registradas en el padrón de la Secretaría de Salud, con un 90% de mujeres y el restante 10% d hombres.
Henning aseguró que tanto mujeres y hombres dedicados al servicio sexual reciben una atención integral. Cada dos meses son sometidos a pruebas de VIH y sífilis, “que son pruebas rápidas”. Además, cuentan con apoyo médico en el gesundheitsamt, donde reciben su tratamiento cuando se enferman. Cuentan con atención integral, pero no todo los servidores sexuales se registran y hay un descontrol de enfermedades de transmisión sexual.
Las enfermedades más frecuentes
El reporte sobre enfermedades de transmisión sexual en Alemania indica que en 2022 se registraron 28.558 casos, mientras que en 2021 fueron 28.386 casos. La vulvovaginitis registró 16.500 contagios en 2022, y 16.459 en 2021; la candidiasis tuvo 9.109 en 2022 y 8.625 hace 2 años.
En cada visita preventiva semanal, las usuarias reciben preservativos para prácticas seguras. Cuando se les diagnostica un contagio que no se controla con un tratamiento típico, como en los casos de VIH, se canalizan a la Secretaría de Salud, para que las dote del tratamiento.