Jose Mateos Mariscal
Unos 5,5 millones de parados, jubilados y trabajadores con empleos precarios se quedan al margen de la buena situación económica en el país más rico de Europa. En Alemania también hay pobres, y muchos más de lo que podría pensar. Cuatro de cada diez habitantes se encuentran amenazado de padecer pobreza o exclusión social. La Oficina Federal de Estadística (Destatis) precisaba el viernes que un 19% de la población, el equivalente a unos 15,5 millones de personas, figura en ese grupo de riesgo debido a la pandemia de la COVID-19.
El dato resulta sorprendente. El país lleva años de moderado crecimiento económico y se anunciaba que se había alcanzado prácticamente el pleno empleo. En septiembre del 2016 se registraba una tasa de paro del 4,9%, la más baja desde la reunificación en 1990. La Agencia Federal de Empleo anunció entonces un récord de ocupación. Más de 45 millones de alemanes cotizaban a las arcas públicas, con clara tendencia al alza.
No obstante, la buena situación económica de Alemania parece pasar de largo ante un abultado sector de la población: 3.451.000 parados, según Eurostat. Además de cada vez más ancianos con pensiones raquíticas o ciudadanos con empleos precarios que reciben ingresos insuficientes para cubrir los costes de vivienda, gastos de electricidad y calefacción, además de la comida.
Las consecuencias de la pandemia en los pobres
Uno de los hijos de Mercedes, española de origen, de 12 años de edad, fue el primero en presentar síntomas de COVID-19 en marzo de 2020. Poco después, la migrante en situación irregular, de 40 años, y sus otros tres hijos, amanecieron una mañana con asma. Fuertes dificultades para respirar.
Las tres semanas siguientes, la familia luchó contra la enfermedad en cuarentena. Amigos y vecinos dejaban comida en la puerta de su casa en Solingen (Alemania). Mercedes y sus hijos nunca se hicieron la prueba para confirmar que contrajeron el virus, pero la presión en sus pulmones, la fiebre, el dolor de cabeza y la pérdida del olfato y del sabor los convencieron de que no podía ser otra cosa.
“Fue horrible”, dijo Mercedes, que lleva más de años residiendo en Alemania. Solicitó que no se usara su apellido debido a su estado migratorio. Un año después, los efectos del virus van mucho más allá de una persistente falta de aire. Cuando enfermó, Mercedes perdió su trabajo limpiando casas. No pudo pagar la renta.
La ayuda económica de una organización sin fines de lucro la ayudó a ponerse al día en el otoño, pero no podía seguir pagando el alquiler. No tenía trabajo. Finalmente, el propietario desahució a la familia a principios de enero del 2021, en plena pandemia.
Mercedes es una de los casi dos millones de migrantes que vive sin papeles en Alemania. Todos particularmente vulnerables a las consecuencias económicas generadas por la pandemia: no tienen acceso ni a una milésima parte de los miles de millones de euros en ayudas que el gobierno alemán ha repartido.
Mi comunidad se muere de hambre
Se estima que en Alemania cuatro de cada cinco de migrantes en situación irregular tienen trabajos esenciales que los ponen en alto riesgo de infestarse de SARS-CoV-2 y que sufran las consecuencias económicas, incluso cuando existen protecciones, como la moratoria de desahucios. Temen ser deportados si piden ayuda o denuncian a los propietarios.
“Mi comunidad se muere de hambre y es desahuciada. Somos migrantes y no existimos. Nadie quiere hablar de los migrantes”.
No está claro cuántas personas en situación migratoria irregular han sido desalojadas y desahuciadas durante la pandemia. No está claro cuántos embargos de cuentas bancarias han sentenciados los tribunales de Alemania en tiempos de pandemia. Lo migrantes prefieren quedar en la calle que ir al juzgado y correr el riesgo de la deportación. De manera recurrente, los propietarios desalojan a los migrantes sin siquiera presentarse en un tribunal civil y sin seguir las reglas estatales alemanas, por lo que no hay ningún formulario que rastrear. En lugar de ir al juzgado y hacer valer nuestros derechos, simplemente se mudan, a menudo lo hacen de una manera que es realmente perjudicial para sus familias y sus vidas.
Mercedes y sus hijos ahora duermen en la casa de una amiga, en el suelo de una habitación sin muebles. Recientemente encontró un trabajo de limpieza que paga 300 euros a la semana. No es mucho, pero está agradecida después de nueve meses sin trabajo. Le aterroriza perder a sus hijos si los servicios sociales alemanes descubren que la familia no tiene hogar.
“Esto no es vivir. Seamos claros. Es solo sobrevivir y yo quiero vivir. Quiero una casa para mis hijos”, dijo Mercedes.
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