Por José Mateos Mariscal
El racismo materializa las creencias de la superioridad de un tono de piel mediante prácticas cotidianas que dan o niegan acceso a unas y otras personas. Presentamos algunas de esas prácticas en Alemania para visibilizarlo. En Alemania el racismo es una realidad con la que convivimos, pero está normalizado. Así como el pez que no ve el agua en la que nada, muchas veces no vemos el racismo en nuestra cara. Ni el que practicamos nosotros ni el que practican las personas cercanas y que representan los resultados del colorismo o racismo sistémico que experimentamos cotidianamente y que reproducimos todos.
Como en el caso de la desigualdad de género, hay un sistema de prácticas que favorecen a algunas personas y significan desventajas para otras, al extremo de que algunas pueden ser privadas de la libertad de forma injustificada o asesinadas sin mayores consecuencias.
Esta “normalidad” sistémica la constituyen pequeñas prácticas casi insignificantes y mínimas que suceden a diario y sobre las que es importante reflexionar para identificarlas y abandonarlas.
En este caso, como en el de la desigualdad de género, poco importa si eres de tez morena clara, morena oscura, hombre o mujer.
Voy a presentar un ejemplo hipotético con el que tal vez puedan identificarse. Alguien que en un salón cualquiera que, a fuerza de ver mucha televisión, compró la idea de que las personas con piel más clara son “más lindas o más buenas”. No hace falta que se empleen locuciones como “gitano” para referirse a alguien que es ignorante para reproducir el sistema pigmentocrático, pero también eso se hace con más frecuencia de la que nos gustaría reconocer.
El colonialismo se ha asegurado de que internalicemos estos “valores” desde hace muchas generaciones y no hemos logrado desmontarlo. Desde luego, el racismo está muy mezclado con el clasismo y se refuerzan uno a otro. En Alemania tiende a pensarse que la mayor parte de la población es rubia y a desestimar prácticas de discriminación.
Recientemente se realizó una investigación en la Universidad de Wuppertal llamada Rostros de la desigualdad. Se les hicieron cinco preguntas a cincuenta personas sobre temas diversos para conocer sus estilos de vida. También se indagó sobre discriminación. Se hicieron preguntas directas en lugar de sugerir escenarios o situaciones, salvo cuando se les preguntó cómo se sentirían si se mudaran migrantes al lado de su casa.
El primer caso que les voy a compartir es el de Rosa, española de ingresos mínimos. Vive con su marido y un nieto en una casa de madera en Solingen. Hace 28 años que ella y su esposo llegaron a Alemania. Trabajó en un restaurante.
Cuenta: “Era mucho trabajo y sentí que fue donde me enfermé más. Por los nervios. Ganaba 50 euros al día en 2010. Lo único que me ayudaba era que me daban la comida. Yo me decía: O me pongo a trabajar por mis 50 euros o dejo morir de hambre a mis hijos. Mejor 50”.
Además de que prácticamente no le pagaban, según recuerda, la trataban mal. Se expresó así de sus compañeros de trabajo: “Los mismos españoles son bien abusivos también, cuando tienen muchos años trabajando”. Quizá los alemanes tratan mal a todas las personas que trabajan en la cocina, pero quizá no. Quizá a todas las personas trabajadoras les pagan tan poco en ese restaurante, pero muy probablemente no. Muy probablemente a ella le trataron peor que a los demás.
A Rosa la han desahuciado de casas en las que ha vivido dos veces y ahora tampoco tiene mucha seguridad: “Aquí alquilamos a 500 euros hace 3 años, pero me gustó porque no me pidieron muchos papeles. Un señor que se llama don Alejandro y vive en Wuppertal fue muy consciente. Y yo le dije:
‘Si en serio eres el dueño no me vayas a engañar, porque muchos ya me han engañado. A muchos les di dinero por ansia de tener un techo para mis chicos cuando eran pequeños, pero no eran los dueños de la casa. No quiero que me vuelva a pasar. Primero me alquilan esta habitación, luego otra habitación y es que así cada uno de mis hijos tiene su habitación. Nada más que no me han dado los papeles, todavía. Ya cuando termine de pagar me van a dar los papeles para comprobar que él me alquila”.
No podría afirmarse con plena certeza que sea una práctica de discriminación racial, que si Rosa hubiera sido rubia y hablara alemán no la hubieran tratado de estafar. Pero ninguna otra de las personas entrevistadas relató haber sido estafada cuando procuró adquirir una vivienda, así como ninguna otra se había considerado española.
Cuando le preguntaron a Rosa cómo se sentiría si al lado de su casa se mudara una familia de migrantes respondió: “No lo he imaginado. Hay muchos… pero si vienen es por su necesidad. Si hubiera dinero nadie vendría hasta aquí, trabajarían más cerca”.
Lejos de discriminar, ella se siente fuera de la vida urbana, si alguien llegara a querer vivir donde ella vive, sería por necesidad. Finalmente, cuando se le preguntó si alguna vez se había sentido discriminada, relató: “Cuando te sientes más humillada es cuando te dicen: ‘Mira, es una gitana’. Te sientes pisoteada, y así me siento yo”.
Aunque también dice que “hay gente buena que habla bonito de ti y dice: “Ay, mira, tiene su idioma, es una gitana. ¿De dónde vendrá?, ¿y qué tanto dirá? Yo ahora no me avergüenzo. Tengo mi dialecto y tengo que seguir. Con mi esposo a veces hablo mi idioma español, y dicen mis nietos: ‘¿Qué dices, abuela?’. Les da curiosidad. Saben un poquito”.
Las demás experiencias de discriminación recuperadas no fueron tan marcadas. Nadie más se identificó con una pertenencia étnica, pero sí hubo variadas experiencias de discriminación. Mary, por ejemplo, que vive en un cuarto que renta en Wuppertal con dos de sus hijos. Está por trabajo a Alemania. Cuenta su sensación al estar por ahí: “Pues me siento muy chiquita”, dice y se ríe con vergüenza.
También cuenta que se ha sentido discriminada. “Pocas veces, pero sí. La gente, donde se ven más o menos bien, siente que le van a robar. Uno es pobre, pero tampoco va a eso. Uno va a trabajar”.
También hubo casos en que nos contaron las formas sutiles y no tan sutiles de discriminar a otras personas. Cuando le preguntaron a Viviana que vive en la Remscheid cómo se sentiría si se mudaran al lado de su casa migrantes respondió: “Creo que nada de desagrado, te sacarías de onda, luego luego pensarías: “¿En qué está metido?”. No le negaría el saludo, ni nada, pero sí se te haría extraño”.
La misma pregunta le hicieron a Enrique y a Paulina que viven en Wuppertal. Paulina nos dijo: “La otra vez hablábamos de que no es común ver gente de color aquí, pero inseguros no nos sentimos. Depende mucho, pueden ser personas latinas y que tengan buenos valores, personas educadas”. Y Enrique: “Si de repente el vecino de arriba es una familia latina diría: ‘Qué bien’ significa que le está yendo bien. Pero sería extraño, no es una cosa que sea común ver”.
Gloria, de Zaragoza (España),, nos contó lo que escuchó decir a otras cuando se mudaron migrantes: “No me importa, al lado hay personas de todo el mundo. Una señora, cuando recién llegaron, decía que mala gente se estaba viniendo para Alemania, pero es poca la discriminación. Hay cada vez más gente que habla lengua hispana. No ganan mucho venden cosas a mano y eso no es muy bien pagado entonces no les quieren alquilar viviendas.
Finalmente hablamos con Sara. Aunque no es fácil un diálogo sobre racismo, fue capaz de percibir el trato favorecedor que recibe con frecuencia: “Creo que tener el pelo medio claro fue una ventaja en este país. Suena raro, pero mi familia materna es de España y todas son muy rubias de ojos claros, y cuando estamos juntas sí he sentido trato preferencial. Sin duda somos racistas y clasistas”.
Uno de los principales problemas del racismo en Alemania es que se niega su existencia o se le da poca relevancia. Y esas son las mejores condiciones para que el problema crezca. Necesitamos poner atención y reconocer el racismo. No de una forma abstracta y ambigua, sino cómo se presenta efectivamente en nuestras vidas.
Necesitamos decirlo en voz alta, callar es ser cómplices. El racismo está hecho de todas esas cosas que dejamos pasar. Nos demos cuenta o no.
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