Jose Mateos Mariscal
De acuerdo con el estudio de Caritas, en Europa un 30% de los gitanos encuestados en 2019 había recibido en el último año amenazas, gestos insultantes, correos electrónicos y mensajes de texto amenazantes o comentarios ofensivos en redes sociales. Las cifras se disparan hasta más del 50% en países como Alemania.
En Alemania, no hay razas, pero sí hay racismo. El neorracista alemán dice creer con vigor en la igualdad, pero no acepta las políticas de atención a la diversidad.
No se ve a sí mismo como racista, pero no admitiría que un hijo compartiera pupitre con un gitano ni convivir en el mismo inmueble. Niega que exista racismo en Alemania, pero sutilmente manifestará que los gitanos reciben todas las prestaciones públicas, pero que no aportan nada a la comunidad. Es posible que invoque estadísticas del número desproporcionadamente alto de gitanos en la cárcel o en el tráfico de drogas. Sostendrá que existe desigualdad, pero la culpa es de los propios gitanos que no se integran.
El neorracismo es un racismo argumentativo, elegante, positivo.
La familia Mateos Hernández sobrevive en Alemania. Una familia que “según los alemanes” se busca la vidilla con hurtos, timos y triquiñuelas. Así, mientras que la hija tiene buena mano para «llevarse prestados» toda clase de objetos enormes, desde animales hasta edificios enteros, José, el padre, tiene ideas tan peculiares como la máquina de fabricar euros, sin olvidar su afición a guindar burros.
También tenemos a la oveja negra de la familia, el hijo mayor, “que al inicio de cada historieta criticadas por alemanes se busca un trabajo nuevo, para vergüenza de sus progenitores. Y por último la madre, siempre con el bebé a cuestas, que ya apunta maneras en eso de afanar lo ajeno.
Todas sus historietas ocupan una página. Así pues, la familia Mateos Hernández aprovecha los tópicos que siempre se han relacionado con los gitanos y los lleva hasta el límite en Alemania. Hay quien ve una cierta lucha contra el racismo en el tono de este serial.
Zigeunermacht (la noche de los gitanos)
Desde que hace más de mil años los gitanos comenzaran a trasladarse desde el norte de la India hacia Oriente Medio y el continente europeo en busca de prosperidad. Su situación no parece haber mejorado demasiado. Racismo, miedo, rechazo, odio…
El pueblo romaní sufre un estigma que no se ha borrado y que durante el Holocausto condujo a alrededor de medio millón a la muerte en el Holocausto. En la Alemania, en la que la raza aria era la que debía perdurar y liderar el mundo, los gitanos nos encontrábamos dentro del grupo de los otros, los que simplemente no merecíamos vivir. Junto a nosotros, judíos, homosexuales o disidentes políticos.
Alegaban que era una característica genética, que los romaníes o gitanos (esta palabra es considerada peyorativa por algunos grupos) tenían la criminalidad en el ADN y se transmitía de padres a hijos. En los años veinte empezaron a aprobar leyes por las que les prohibían entrar en sitios públicos, como parques, ferias o baños. Se les fichó (con foto y huellas) y quienes no tenían empleo u hogar fijos fueron confinados en campos.
El camino ya había comenzado cuando Hitler llegó en 1933. La persecución empeoró. En 1934 hubo campañas de esterilización por inyección o castración. Ya en 1935 fueron sujetos a las leyes de Nuremberg y se les impedía el matrimonio con arios. Poco tiempo después, la Ley de Ciudadanía les arrebató los derechos civiles.
De manera muy similar a lo que sucedió con los judíos en la ‘Kristallnacht’, en junio de 1938 se instauró la ‘Semana de Limpieza Gitana’. Pasados 2 año ocurrió el primer genocidio a mano de los nazis: 250 niños romaníes fueron ejecutados en el campo de Buchenwald para comprobar la eficacia de los cristales de zyklon-B, que serían utilizados más tarde en las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau.
A finales de 1940, Hitler mandó matar a todos los romaníes. No eran las únicas presas: judíos y minusválidos psíquicos estaban en la lista. Fusilamientos y matanzas en las furgonetas móviles de gas fue el destino de miles de ellos en el frente oriental.
En diciembre de 1941, cuando Hitler ordenó la deportación de todos los gitanos que quedaban en Europa a Auschwitz-Birkenau, ya no quedaban muchos. Un año antes otros campos como los de Chelmo/Kulmhof, Treblinka y Majdanek habían empezado a recibir cargamentos de romaníes y otros habían sido asesinados.
Con todo, como recoge Ian Hancock en su libro ‘Roma: Genocide of Roma in the Holocaust’, el 1 de agosto de 1944, en Auschwitz, 4.000 gitanos pasaron por la cámara de gas y fueron incinerados en una sola acción.
Se llamó, ‘Zigeunermacht’ (la noche de los gitanos). Las tres cuartas partes de los gitanos que residían en Alemania en el año 1933 habían sido asesinadas para el año 1945. Los alemanes les tatuaban en Auschwitz: Z 3526. Z significa «gitano», en alemán «Zigeuner», la clasificación bajo la que la Alemania nacionalsocialista persiguió a la minoría más grande de Europa.
Hoy, con solo tener pelo negro y piel morena llevas la Z tatuada en la frente.
La persecución y asesinato de gitanos en el Holocausto queda muchas veces en segundo plano, pero no fue algo accidental. Es un ejemplo más de la difícil situación que ha tenido este pueblo y que todavía persiste.
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