Recientemente se cumplieron 121 años del natalicio del escritor, historiador, político, diplomático y humanista, Mariano Picón Salas. Un venezolano universal. Nacido en Mérida el 26 de enero de 1901, pronto se convirtió en hombre de mundo, de poder, historia, academia y letras. Bien vale la pena recordarlo.
Una de sus obras más destacadas es la biografía novelada del padre Pedro Claver. En ella narra la vida del presbítero catalán que marcha a Cartagena de Indias y dedica su vida a ayudar a los esclavos. El padre Claver contó con almas bondadosas del virreinato neogranadino para aliviar las penas de los cautivos, que tenían en Cartagena de Indias, puerta de entrada a la trata de esclavos más rentable del imperio español.
No importaba la peste, el azote, la guerra o la muerte, el Padre Claver, siempre estaba para aliviar la plaga, la penca, el látigo o la muerte. Fue nombrado el santo de los negros (1950), beatificado por la Iglesia católica hacia finales del siglo XVIII.
Síntesis y no discordia
Mariano Picón Salas lloraba la patria tanto como el padre Claver a los esclavos. Escribió sobre él no para simbolizar un llanto nostálgico o contemplativo, estático, biográfico, sino como representación de la tradición y la historia y vida los pueblos, sus hombres y circunstancias. No una acumulación de remembranzas poéticas, culto a la elida o personalidad de los hombres, sino historia dinámica como tradición que trasciende al legado de sus protagonistas por anteponer la cultura. No es solo la historia de los protagonistas, también de las víctimas.
Nos dice don Mariano: “Hay un legado ancestral, una forma de contacto del hombre con el ambiente que no puede violentarse impunemente. El inmigrante que hoy llega y forma su familia en los llanos o en los andes, tendrá que aprender del paisaje y las gentes entre quienes se fije, una nueva enseñanza terrígena que no le dio ninguna escuela europea. La mejor venezolanización (ya que pronto habrá centenares de miles de ciudadanos de nuestro país que no nacieron en él) será la que armonice adecuadamente como síntesis y no como discordia o simple superposición, este juego de influencias recíprocas”.
Y así sucedió. La historia de la Venezuela –anfitriona y gentil– lideró independencias en América y luego acogió a blancos europeos, zambos, nativos, y mulatos caribeños, sureños o americanos. El mayor mestizaje que haya conocido Latinoamérica.
“América llegó a más temprana e igualitaria solución que la de los países europeos. […] La más atrasada nación suramericana, liberalizaba en el siglo XIX, su Derecho Público y sus instituciones civiles antes que España y otros estados eslavos y balcánicos”.
Todo ese denso proceso histórico-magno y costumbrista-de evangelización de la libertad y la llegada de la democracia, está siendo minado por el culto populista que aparentando llorar al pueblo, lo ideologiza y lo totaliza [Dixit Hannah Arendt, la promesa de la política].
El administrador de los bienes de los muertos
“El mito y la creencia pasan a tener parecido valor histórico que el hecho mismo” destaca Picón Salas. Citando a Michelet comenta: “El historiador es un administrador de los bienes de los muertos”. Administración que se nutre de la tradición. Naciones como Portugal y Francia recurren al recuerdo de la familia y la ciudad común, como valor compartido entre los vivos y los difuntos. Así escoltan “el calor que está abajo, el del campesino, el artesano, en le peuple, el pueblo”.
Las clases aparentemente más estáticas-exorcizadas por el radicalismo y el socialismo romántico-conservan el mejor sentido de la tradición. Pero alerta Picón Salas, que el sentimiento nacional pronto es atrapado por los intereses económicos, el egoísmo y el miedo, que desprenden al hombre de esa calurosa y secular relación con su tierra. “Y el amor de la patria queda supeditado al amor de las cifras”.
Venezuela, embriagada socialismo utópico, debilitada en su esencia cultural, la genealogía moral de su pueblo, invadida de miedos y corsarios, ha perdido la calurosa y secular relación de su gente con su tierra, su identidad. Ahí reposa el desafío histórico.
Desenterrar nuestros muertos, redibujar sus almas y sus rostros, y revivir la identidad extraviada, el sentimiento de pertenencia, que es el sentimiento nacional. La tradición es la “cuenta corriente” del pueblo. La tradición madrepórica escribía don Mariano, que es la “evolución emergente” [urgente] de una nueva clase social, incluyente, sensible, generosa y concitada con los aspectos críticos del pasado.
Esa es la función dinámica de los historiadores. No sólo revivir las improntas del agua en el tinajero, sino su misión incansable de vida y bebida. Es la tradición trascendente: antitotalitaria, republicana, en línea a nuestra noble esencia libertaria.
El ideal bolivariano
Sentenciaba Picón Salas: “A Bolívar se ha usado y abusado haciéndole descender hasta el nivel de nuestras querellas, facciones y vanidades locales […] Tomando su nombre en vano, caudillos de nuestras guerras civiles quisieron legitimar aventuras o rapiñas fratricidas, o políticos aferrados a una palabra suya, imponiéndola como texto inmutable, han detenido el necesario cambio social” [El tratado de la tradición].
El deber ético de la historia es trocar el frenesí de las pasiones y la ideología, apelando a la comprensión y la tolerancia. Ese es el signo de plenitud de las culturas y de la madurez de los pueblos.
Mariano Picón Salas condenó el refractario anticultural y la ruindad del realismo rastrero que desdibuja la tradición a través de la propaganda, los falsos talantes y las apropiaciones históricas. Nos han robado la tradición trascendente, originaria y ancestral [hubiese escrito]… en un día de llanto por la patria.