En 1960, una denuncia por una estafa aparentemente insignificante desencadenó una revelación que dejaría al descubierto un entramado de plagios perfectos de maestros consagrados: Velázquez, Zurbarán, El Greco, Mengs, Ribera, Picasso, entre otros. La investigación de un meticuloso y experto inspector destaparía la trama delictiva. Una red de falsificadores y traficantes de obras de arte engañó a Carmen Polo, la mujer del dictador Francisco Franco y a otros cuantos. El detective Juan-Carlos Arias da los detalles de la rocambolesca historia.
Todo comenzó con un falso bodegón de Velázquez que una condesa afirmaba haber comprado y que resultó ser una completa farsa. Tras la denuncia, la verdad salió a la luz. El cuadro estaba ubicado en el Palacio del Pardo y fue “recomprado” por Carmen Polo, la esposa de Franco, como si fuera una ganga. Detrás se encontraban dos pícaros: Eduardo Olaya, un genio de la copia de pinturas, y Andrés Moro, un anticuario de Sevilla.
Juan-Carlos Arias (Sevilla, 1960) es detective privado (licencia 249) y criminólogo por la Universidad Complutense de Madrid. En 1983, fundó la agencia ADAS Detectives (adaspain.com). Viajero impenitente, orgulloso donante de sangre y barman amateur, fue becario de IJAB en Bonn (Alemania), de la AFS-UE en Utrech (Holanda) y de The Rotary Foundation en Boston (USA) y Rosario (Argentina).
Divulgador de su oficio para alejarlo de tópicos, ha compartido ponencias y monografías en simposios internacionales. Es autor de Conexión Detective (1990), Sevilla Confidencial (1993), Confidencias de un detective privado (2004) y Detectives. RIP (2015), libros en los que se prodiga su alter ego, el detective Reyes. También ha ejercido como profesor en las universidades de Sevilla, Pablo de Olavide, Salamanca, Valencia y el País Vasco. En su faceta periodística, colabora con múltiples medios de comunicación.
El falsificador de Franco, la historia del pintor que engañó al mundo del arte, desvela la existencia de una red internacional de delincuentes que vendía obras de arte falsificadas en la década de los 60. ¿Qué hay de cierto y qué de recreación literaria en su libro?
En el trabajo documento una investigación de años que tuvo obstáculos, presiones y demasiados silencios. También constaté en Madrid (Archivo Central del Ministerio del Interior y Biblioteca Nacional) y hemerotecas que hubo censura, expurgo y ‘desaparición’ de lo más comprometedor para el Generalísimo. La historia parcial es que su esposa, Carmen Polo, fue víctima de un timo al que le condujo su codicia y consabida alergia a pagar por joyas y obras de arte.
Si el comisario de Policía que destapó este rocambolesco caso no hubiera sido su padre, a quien usted homenajea como uno de los primeros funcionarios que apostó por el desarrollo de la policía científica, ¿habría salido alguna vez a la luz?
Literalmente, sería imposible. Trabajar con la verdad y expresarla sobre la víctima que señaló el franquismo, el pintor Eduardo Olaya, delincuente habitual y homosexual perseguido por La Gandula (apodo de Ley de Vagos y Maleantes) le pudo costar su empleo y carrera desde Madrid. Pero lo conservó por el apoyo de sus compañeros y jefes de Sevilla.
El caso, llamado secretamente Operación Sevilla, fue el que más le marcó en su carrera policial a mi fallecido padre, ya que estigmatizó a un inocente. Es como echarle la culpa de un asesinato al operario que fabrica las balas de la pistola homicida.
FAKE ART. Con 342 páginas, más de 50 fotografías, dos apéndices y la bibliografía más completa del arte falso, El Falsificador de Franco (Samarcanda, 2023) relata la historia del pintor que logró engañar al mundo del arte. Escrita por el detective Juan-Carlos Arias y prologada por el escritor sevillano Julio Muñoz Gijón, destapa una trama de falsificadores en pleno franquismo.
¿En qué consistió la denominada Operación Sevilla?
Así fue conocido oficiosamente en Madrid un dispositivo que echó a la calle a parejas de la ‘secreta’ (inspectores del Cuerpo Superior de Policía) de las Brigadas de Investigación Criminal y de Orden Público para un tema de ‘cuadros falsos’. Sabían que un bodegón de Velázquez, comprado años atrás, estaba en la colección de Carmen Polo, expuesto en uno de los salones del Palacio del Pardo.
Inicialmente, se buscó al vendedor del cuadro, que resultó estar en Sevilla, Andrés Moro, anticuario de renombre y confidente policial (membrillo, en el argot). Moro habría dejado en depósito el lienzo en un palacio aristocrático, donde se supone que lo compró Carmen Polo creyendo que adquiría una ganga. Meses después puso una ‘denuncia-vacuna’ una marquesa al parecer íntima de la duquesa vendedora.
En la historia se dan cita personajes de la picaresca: un copista genial conocido como La Baronesa, un anticuario avaro, un capo con conexiones internacionales, marchantes sin escrúpulos y una aristocracia venida a menos. La trama estalla cuando entra en acción Carmen Polo, la esposa de Franco. ¿En el fondo, se trata de una historia de venganzas silenciada por el dictador?
Ahí está la historia oculta de la Operación Sevilla. Ahí aparece el falsificador de Franco, es decir, Eduardo Olaya. A su vez se venga del anticuario que lo explota, Andrés Moro. Pero este avaro infinito se venga asimismo de La Collares (Carmen Polo) por su conocida tacañería a la hora de pagar por sus chifladuras: joyas, antigüedades, cuadros de artistas de renombre y un largo etcétera que llega hasta estatuas de la catedral de Santiago, como conocimos no hace mucho.
¿Es posible establecer ciertas concomitancias entre el capo de la red, el estadounidense Stanley Moss, y Erik el Belga, el mayor traficante de obras de arte del siglo XX, que operó durante la misma época?
No vislumbro nexos. Moss malvive en Barcelona como docente de inglés a finales de los años cuarenta. Entonces conoce a José Milicua, fallecido experto y catedrático de historia del arte. Antes, Milicua ‘autenticaba’ lo que le encargaba Moss para sus prósperos negocios. El art dealer neoyorquino es un judío políglota muy inteligente, que compraba y vendía desde su galería de Manhattan. Pasaba temporadas desde los cincuenta hasta los noventa del pasado siglo en España e Italia. Allí también hizo de las suyas.
El fallecido Erik el Belga, hasta donde llega mi conocimiento, robaba obras por encargo de coleccionistas. Pintó algo cuando fue libre tras pasar temporadas en la cárcel. A Moss solo le constan detenciones, mientras estuvo en suelo español, por contrabandista y exportador ilegal de obras originales y copias. Su cartera clientelar era muy abultada en varios continentes. Tenía museos, millonarios culturetas, inversores, etc. Erik trabajaba otra clientela, más bien europea. Moss tenía su cuartel general en Nueva York, donde aún vive.
STANLEY MOSS. “El prologuista del libro, Julio Muñoz (@ rancio), y el guionista Dani Gamero (productora ADM) –la obra El falsificador de Franco surge de un proyecto audiovisual de documental– hablaron con él. Su español es perfecto. Pero cuando se le pregunta por Andrés Moro, José Antonio Llardent (socio de Moss en Madrid) o Eduardo Olaya exige para contestar un cuestionario previo. Invocó entonces tener mucha edad (97 años) y muy frágil su memoria. El cuestionario, enviado a su correo, tardó semanas en ser respondido y gira en torno a su obra poética. Es surrealista. Se reproduce en el libro. Da a entender que quiere pasar a la historia como autor místico, no como mercader del arte”.
Entre los estafados, figura el magnate petrolero estadounidense Algur Hurtle Meadows, que montó un museo de arte español en el que el 80% era material falso. Todavía se siguen revisando aquellos cuadros. ¿Dónde pueden estar hoy las copias que pintó La Baronesa?
Meadows fue estafado por muchos suministradores, entre ellos Moss, que visitaron su suite del Ritz madrileño. La ‘hoja de ruta’ de los cuadros de Olaya se inicia con alguien que los firme (el copista jamás firmó un lienzo por respeto al artista que imitaba). Después, los lienzos iban casi todos a la tienda de Moro, frente a la Giralda (entre calles Argote de Molina, Placentines y Alemanes).
Moro tenía varios canales de venta: su mayorista en Madrid, Astasio Egea (suicidado tras llamarlo la policía o ver la noticia de las detenciones de sus compinches), aristócratas con palacetes donde se vendían copias sobre originales que sí colgaban de esas paredes y particulares que visitaban sus tiendas.
Moro, igualmente, controlaba una red de intermediarios para comprar y vender antigüedades. Además, el anticuario tenía clientela entre colegas de toda España pues tenía de casi todo. Y, si no, lo buscaba. Si no lo encontraba, lo copiaba.
¿Por qué desde algunas instancias oficiales y, sobre todo, desde la propia Policía se ha boicoteado el acceso a las fuentes y se han desautorizado sus conclusiones?
La policía, en la Jefatura de Sevilla y por orden verbal de un comisario provincial, me negó cualquier colaboración para acceder al archivo cuando invoqué que quería documentos de La Baronesa, es decir de Eduardo Olaya. Posteriormente, bajo la excusa de solicitar el expediente de mi fallecido padre en el Archivo Central en Madrid del Ministerio del Interior, reiteré la petición sobre Olaya, del que ya tenía hasta la negativa por escrito.
La respuesta del órgano madrileño, tras pleitear y ganar un contencioso, pues Olaya no tenía herederos y no le vivían sus progenitores, fue acceder a lo concerniente a mi padre y dar orden a Sevilla interesando colaboración. No obstante, todos los nombres que constan en lo que me facilitaron que no fuera mi fallecido padre y Olaya estaban tachados ex profeso, sobre documentos escaneados desde los originales.
Con el paraguas de normativa de protección de datos personales invisibilizan en la historia a personas hoy fallecidas, carentes del derecho a la intimidad, y hechos de hace más de 50 años. Es un despropósito lo que ofician nuestros responsables de los archivos policiales. Deben ‘desclasificarse’ muchos atropellos durante el franquismo aún impunes e inéditos. Olaya no mató a nadie, ni fue subversivo.
¿Ha podido confirmar si el Museo del Prado o el Thyssen-Bornemisza adquirieron algunas de las obras?
Sí. Una Fábula del Greco fue comprada a Moss en 1994 por casi 600 millones de pesetas (casi 4 millones de euros de hoy). Mediante el portal de la trasparencia, el director del Prado, Miguel Falomir, no aclara si se les hicieron las preceptivas pruebas de originalidad. Varios correos previos al museo no fueron contestados y cuando lo hicieron no dijeron la verdad que tuvo que admitir Falomir. Este añade a su respuesta un informe de ‘idoneidad’ sobre el lienzo interno que suscribe una empleada del Prado.
Este cuadro fue comprado con dinero del Legado Villaescusa en 1993, cuando José Milicua, el ‘autenticador’ de Moss, integraba el Patronato que recomendó la compra. Con este Legado hay muchas interrogantes sobre dónde, con quién y cómo se gastaron los hoy casi 80 millones de euros que legó un generoso mecenas a título póstumo: Manuel Villaescusa.
Un dato: se adquirieron más de 100 obras ‘anónimas’, sin autor conocido, y decenas de ‘escuela de…’, ‘atribuido a…’ ¿No tiene el Prado técnicos que identifiquen obras y autores?
El Thyssen, de su lado, exhibe La Anunciación de El Greco. El fallecido barón lo compró a Moss en 1975 por una millonada. El neoyorquino entonces gestionaba la venta parcial de la colección florentina Contini-Bonacosi. El portavoz del Thyssen se molestó en contestar un correo sobre si se le hizo prueba de originalidad a este greco echando balones fuera. Pero sus palabras no convencen a este humilde lego en pintura.
Sospecho que estos dos grecos pudieran haber salido del pincel de Olaya. Hay muchos más cuadros en mi diana investigadora, mayoritariamente entre coleccionistas, museos europeos, americanos y galerías nacionales de Australia, Canadá, EE UU, Reino Unido y Grecia. De existir copias perfectas en esos museos sobre lienzos originales que cuestan millones de euros o dólares estamos hablando de un fraude a arcas públicas de muchos Estados, no una estafa a millonarios.
Ninguno de los museos a los que me dirigí antes de publicar el libro respondió convincentemente. Un 90% no ha contestado sobre si Stanley Moss les vendió obras, y el norteamericano compró muchísimo a Moro, según mis averiguaciones. En El falsificador de Franco también incluyo el fragmento de un libro de memorias donde se sitúa a la última Duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart, en las dependencias más reservadas de Moro en Sevilla. Al parecer eran íntimos, según otros testimonios que poseo al respecto. Ahí lo dejo.
En su historia describe una España de pícaros y estafadores al calor de la dictadura. ¿Sería posible hoy una trama similar con herramientas como la inteligencia artificial?
Claro. Los pícaros sevillanos no descansan. Manuel Alonso y Clemente Domínguez montaron un Vaticano inconcluso en el Palmar de Troya, adonde llegaban millones de ultracatólicos y clérigos que querían vestirse de obispo o cardenal antes de fallecer previo pago de dinerales. Con los NFT, los timadores venden obras virtuales en la red. Son tan virtuales que no existen. Mientras haya tontos con ordenador y cuentas nutridas habrá pícaros que se las vacíen. Y Sevilla tiene literatura y personajes en el siglo XXI para estos menesteres.
INFORME PERICIAL. “En el plano personal debo decir que he logrado ser considerado por algunos jueces y juezas perito o experto en temas conductuales, patrimoniales o sobre conflictos de toda clase derivados de herencias, divorcios, societarios, etc. El margen de discrecionalidad de cualquier juzgador permite darle más o menos crédito al informe del detective. Tener licencia no equivale a ser más creíble. Lo importante es arropar el contenido textual de evidencias documentales y testificales probatoria (certificados de propiedad, mercantiles, de autos, audios, videos, fotos…) y ser verosímil. Aplicar el sentido común y la lógica nunca están de más. Siempre suman”.
Según el pintor barcelonés Oswald Aulèstia, considerado el mayor falsificador de la historia, el 60% de las obras que hay en los museos son falsas o, como él mismo puntualiza, atribuidas. Cuando hoy existen herramientas infalibles para certificar la autoría, ¿a quién le interesa mantener el engaño?
Aulestia ratifica a Thomas Hoving, arqueólogo reputado y director del Metropolitan neoyorquino en los años sesenta del pasado siglo. Hoving admitió que en sus salas hay más del 50% de obra falsa pagada como original. Aunque los museos tienen sistemas científicos y empíricos para detectar obras no originales (sobre química de la pintura, pigmentos, edad de la madera del marco, estudios de espectografía, etc…), los falsificadores colocan obra entre coleccionistas caprichosos, casas de subastas que miran de reojo demasiados cuadros, millonarios con prisa para rellenar palacetes o magnates que les da igual que les timen.
El engaño se basa en la codicia y que los pintores clásicos ya no pueden pintar más lienzos desde sus tumbas. Pero hay un mercado que exige esta clase de obras. Y muchos museos que contratan a expertos con intereses espurios. Cuando está catalogado e inventariado a los clásicos, en subastas, por ejemplo, aparecen frecuentemente ‘ricordos’, bocetos, o lienzos de escuelas o atribuciones por ‘expertos’ espléndidamente remunerados.
Muchos copistas estiman que reproducir una obra es fácil y que lo realmente difícil es transmitir el alma del autor. ¿Qué es lo que hace confundir al perito?
El tema ‘peritos’ tiene ligas, como el deporte. Los de los ‘subasteros’ dependen del presupuesto y lo que conviene escribir en el dictamen. Los más neutrales no se suelen prestar a los negocios que hay detrás de las compra-ventas más especulativas. Como no hay ya copistas como Olaya, que estudiaba mente y alma de su admirado maestro, ahora es el ‘perito’ y el vendedor de obra quien arrima la codicia al comprador.
Lleva razón Aulestia, alguien que conoce cárceles en varios países por falsificador de cuadros. La codicia y el dinero fácil es lo que explica que haya ‘peritos’ a la carta, según le paguen. Hay otros que siempre aparecen tras ciertos coleccionistas o museos, o los que están ajenos a los tejemanejes sin escrúpulos sobre el arte.
¿Cómo ha evolucionado la profesión de detective desde que usted empezó, hace más de cuatro décadas, hasta hoy? ¿En qué ha cambiado?
En España pasamos de tener que renovar licencia ante el Gobierno Civil cada año (hasta 1979) tras invitar a muchos cafés a policías cuestionables en la época de Franco a tener una orden ministerial reguladora liberal en tiempos de la UCD y el Gobierno de Suárez (1980).
Con Felipe González, tras descubrir algunos detectives escándalos de corruptos (Caso Juan Guerra, Luis Roldán, especulaciones urbanísticas, etc.) se metió al detective en la plantilla de la seguridad privada (Ley 23/92) ‘por razones de urgencia’. En 1994 se publicó un reglamento muy duro y punitivo como si fueran los sabuesos patrios empresas del ramo ’seguridad privada’.
El Gobierno de Rajoy, en 2014, corroboró el carácter censor de la norma en contra de investigadores privados. Estos nada tienen que ver operativamente con vigilantes con porra o el transporte de fondos.
De otro lado, desde que se regularon derechos de menores (Ley 1/96) y en 1999 se comenzaron a proteger los datos personales o irrumpen nuevos delitos, como ‘revelación de secretos’ o el ‘acoso’. Esto entraña un corsé extraoperativo para el detective más el riesgo de banquillo y cárcel por seguir haciendo lo mismo que antaño.
La evolución, desde un perfil novelesco, literario o de simpatía popular que tuvo el detective devino en añadirle un plus de maldad sobre el que intimida, espía y no es de fiar. El Caso Villarejo retrata a un policía corrupto que actuaba como detective sin serlo. Pero usó medios oficiales durante décadas para cobrar como tal extorsionando. Este tema ha sido muy nocivo para la imagen gremial.
Otros ‘garbanzos negros’, el espionaje en La Camarga, la redada de 2012 (Operación Pitiusa) que detuvo a decenas de detectives, mayoritariamente absueltos de traficar con datos, no suman enteros. No obstante, ser detective mola, como escribe Julio Muñoz en el prólogo de El falsificador de Franco. Puede estudiarse la carrera en muchas universidades. Con la licencia se puede ser un freelance, sin jefes ni empleados. Si no hay prisa en ganar dinero fácil (supuestamente) o ser proclive al engaño, es una profesión decente y digna.
Mi experiencia personal es que este trabajo ayuda al cliente a iluminar la verdad en juzgados y otorga una felicidad profesional que no se comparte hoy mucho en otras profesiones. Un caso que hice, hace dos semanas, destapó un ‘chiringuito financiero’ en Madrid y Barcelona. Este carecía de licencia de la CNMV y autoridades. Un cliente foráneo que procesa créditos y líneas financieras evitará indirectamente engaños millonarios a inversores, ahorradores, interesados en cosmos crypto y demás gente de buena fe que ansía ganar lo que jamás le pagarán.
GRANDES DETECTIVES. “Hay mucha literatura, y detectives que escriben sus casos disfrazándolos con palabras. Como toda creación artística, la hay buena, mala y regular. Pero no me resisto a citar a profesionales que divulgan el noble oficio de investigar privadamente con excelencia desde distintas ópticas: David Blanco, Rafael Guerrero, J. Mª Vilamajó, Gema Piñeiro, Salva Gamero, Óscar Rosa, J. L. Ibáñez Ridao, Jorge Colomar, Enrique Hormigos, María Rodríguez, Elena Pradas, Eduardo Navasquillo, Joan Egea Isern, Vicente Corachán”.
¿Existe un prototipo de detective español, un modelo que se diferencie del paradigma norteamericano, del Sam Spade de Dashiell Hammett o el Philip Marlowe de Raymond Chandler y que se acerque al Germán Areta de José Luis Garci?
Hay varios casos en España. Jorge Colomar, un veterano sabueso barcelonés afincado en la Costa Brava, que ayuda a sus clientes aclarando delitos archivados, buscando lo que nadie encuentra o presentando en TVE2 Guardianes del Patrimonio, un programa del que debemos estar orgullosos. Vemos cómo trabajan Policía y Benemérita recuperando activos artísticos o aclarando delitos sobre nuestra cultura.
Otros detectives en activo (Josep María Oliver, Barcelona), jubilados (Juan Galton, Cantabria) o fallecidos (Bernardo Cortijo, también piloto de helicópteros, Coruña y Gonzalo Álvarez, Madrid) son ejemplos que tengo presente. Estos y otros profesionales anónimos, que trabajan callados y firmes ante la verdad más incómoda, superan la ficción anglosajona tan manida sobre el perfil del detective real.
Hay Aretas en toda España dispuestos a que el cliente gane todo por muy poco dinero. Investigación privada y periodismo se dan la mano en su dilatada trayectoria profesional. ¿Qué se deben mutuamente?
Hay dos vasos comunicantes. El primero fue ser reportero de El Caso –el legendario semanario de sucesos–, entre 1983 y 1985 tras abrir la agencia ADAS con más ilusión que clientela. Durante años vivía más de las crónicas y fotos que de hacer informes detectivescos. La experiencia al sur del sur español fue inolvidable. Lo segundo fue cuando mis compañeros detectives me eligieron para ser portavoz de la desaparecida Asociación Andaluza de Detectives Privados (AADP).
Entre 1986 y 1993 lanzamos comunicados mensuales que raramente acababan en la papelera de los periodistas. Los textos y reclamos eran muy agresivos y contundentes (investigar delitos de oficio, luchar contra el intrusismo, crear el detective de oficio, tener estatus o Ley singular, etc.).
El dictador Francisco Franco y su mujer Carmen Polo
FAKE NEWS. “Lo fake lo he visto de cerca analizando fuentes y documentos mientras elaboré El falsificador de Franco. Lo veo a diario, pues muchas fuentes están alicortadas por sus intereses o posturas informativas. Es decir, alguien despedido de una empresa injustamente no cuenta lo mismo de un jefe que quien fue recién contratado. Hoy lo fiable es más relativo. Y si ponemos ojo a la pantalla de internet, conviene usar varias vías informativas. El fake reina en las redes. Lo más friki para mí son los denominados influencers, que manipulan mentes y compras de bien pensantes, que desconocen quiénes les pagan a estos personajes por influir”.
Los últimos años, tras encarnar al speaker detectivesco en medios, me contrataron en El Correo de Andalucía, Canal Sur Radio y TV y Cadena SER. También fui el primer profesor-detective del Instituto Andaluz de Criminología. De igual modo, tuve tiempo para publicar casos reales, pero ficcionados, y reivindicar la realidad del detective sobre lo novelesco.
Uno de mis objetivos es alejar el estándar del detective sobre los estereotipos más conocidos. Fruto de ello fueron dos libros Conexión Detective (1990) y Sevilla Confidencial (1993), que consagró al detective Reyes, que dicen que es mi alter ego. No me considero periodista, profesión seria y que exige un Grado. Soy contador de historias que conozco de primera mano, o un detective que escribe, como se prefiera. No negaré jamás que he usado la cobertura que da la prensa, abre puertas, etc., para culminar casos como detective privado que se atascan.
Su apuesta por el periodismo le ha llevado a sentarse en el banquillo de los acusados por desvelar tramas corruptas que salpican su profesión, la política y la judicatura. ¿Hay secretos que nunca se deben publicar?
En 2014 publiqué Detectives. RIP y me demandaron por vulneración de la honra, un tema civil, la fundadora y el último director de Método 3 SA, empresa cuyo liquidador está en la cárcel y que aún no se ha liquidado. Antes de la demanda, recibí toda clase de presiones y amenazas y me prepararon una encerrona en DETCON 2015, en Barcelona, en una conferencia que daba.
Elisenda Villena exigió en público que me retractara. Un juzgado y la audiencia barcelonesa desestimaron íntegramente una demanda extorsiva y censora que pretendía destruir el libro citado, suspender su distribución, retirarlo del mercado, 80.000 euros y un retracto público. El Supremo, con una ponencia que encarnó un jurista que semanas antes era Registrador de la Propiedad en Fuengirola, me condenó a pagar 10.000 euros por vulnerar la honra de una dama, que no consideraron mancillada nada menos que cuatro juezas barcelonesas profesionales (la de instancia y las tres partícipes de la sala).
Toda esta triste historia es sobre un capítulo de Detectives. RIP llamado «El espionaje de Método 3», centrado en La Camarga, caso sobre el que Método 3 admitió culpas invigilando de audios. El libro cuestionaba al exministro Jorge Fernández Díaz, al que califiqué de ‘antidetective’ por la redada que detuvo a compañeros siendo exculpados el 98% de los acusados inicialmente. Este exministro fue reprobado por el Congreso de los Diputados dos veces, está imputado en varias causas y dio medallas policiales a imágenes religiosas, lo que causó la misma guasa que Mortadelo y Filemón.
Pues bien, pisotear la libertad de expresión tiene casa en la política de la Justicia, pues el ponente de la sentencia del Supremo que vio vulneración de honras fue colega e íntimo de Mariano Rajoy. La verdad es que el tema La Camarga aún colea, se ha cerrado en falso y se ha mercadeado con un sinfín de audios y fotos en tramas de espías que son ilocalizables ante la justicia, invisibles ante la ciudadanía e impunes ante todo. El ‘caso Villarejo’ tapará todo o parte de los secretos que se intentan mantener inéditos.
Considera que el investigador privado es una figura incómoda en España: atado por el franquismo y domesticado en la actualidad por una Ley de Seguridad Privada obsoleta que no responde a los retos del siglo XXI, principalmente en formación. ¿Cuál es el futuro de la profesión?
El detective privado si es independiente es muy incómodo. Durante el franquismo apenas le consideraron más allá que un confidente servil al que no le renovaban licencia si tenía criterio propio. La democracia, y la Constitución de 1978, al liberalizar nuestras relaciones sociales, familiares, personales, políticas, de negocio, etc. generó conflictos antes impensables. Hoy, por ejemplo, se liga por Internet. Se contrata por plataformas. Se compra por el móvil. Y hay peleas por herencias antes de que muera quien firme el testamento. O en divorcios luchas por la mascota, o por el régimen de visitas.
Hoy, el detective está cerca de la irrupción digital, pero algunos son aficionados a trabajar sobre lo que quiere o paga el cliente, o a las deep webs. Ser freelance, independiente, hoy es un mérito que cuesta mucho al detective más cabal si no quiere sufrir reproches por su parcialidad o mendacidad.
El futuro que atisbo al detective sería en pro de la verdad, más que nunca. El cliente que quiere resultados ‘a la carta’ usa al detective para su cuenta de resultados, y ni siquiera le felicita por Navidades. El que está cerca del objetivo del cliente y no de lo conveniente lo tendrá crudo un tiempo, pero el tesón arropa el presente y futuro de ese detective. Viene al pelo relatar que haber regalado algunos trabajos me dio mucha clientela. El afán de ganar mucho por poco al final se vuelve contra quien lo practique. en todas las profesiones y negocios.