Recientemente entrevisté en Enfoque Global a la embajadora designada en Brasil por el gobierno legítimo de Venezuela, María Teresa Belandria. Fue la ocasión para conocer su experiencia diplomática y sus inmensos esfuerzos para cumplir responsabilidades consulares, diplomáticas y humanitarias. Experiencias que evidencian elevadísimos sentimientos y virtudes.
Lo primero que destaca la embajadora Belandria es su gratitud con las autoridades y el pueblo de Brasil: “Es una nación muy generosa y amable, acostumbrada a recibir migrantes de todas partes del mundo. Es gente cariñosa, decente y abierta, por lo que en Brasil no registramos casos de xenofobia”.
Atravesando un continente
En los estados de Roraima y Amazonas -fronterizos con Venezuela- existen campos de refugio que albergan hasta 50.000 venezolanos. Viajar desde Brasilia supone más de tres horas de vuelo. Sin recursos para cubrir gastos y logística, el cuerpo diplomático del presidente Guaidó atiende encuentros donde está nuestra diáspora.
La recompensa es extraordinaria. Tanto damos acompañamiento a nuestra gente como nos devuelven abrazos entre lágrimas y sonrisas. Una diplomacia no convencional -de un país expatriado- cuya tarea es ver a los ojos a nuestros necesitados y llevarles esperanza y protección.
En Brasil hay unos 350.000 venezolanos acogidos de forma cálida y ordenada. El Plan ACOGIDA les ha dado a nuestros migrantes identidad que le da derecho a trabajar, asistencia médica, educación e incluso beneficios por paro forzoso, como lo fue el caso del COVID-19.
La misión diplomática en Brasilia ha tramitado más de 5.000 requerimientos consulares; ha reforzado el impulso de la ayuda humanitaria, atendido a nuestros refugiados, coordinado suministros de alimentos y medicinas e incluso participado en programas de donación de plasma por el COVID-19.
Me gusta compartir estas experiencias… Sin sede, despacho ni presupuesto el empeño diplomático no decae. Por el contrario, brota el compromiso y la solidaridad por nuestra gente, ¡haciendo montañas de un abedul!
Embajadores de la luz, un singular cuerpo diplomático
La labor del embajador Carlos Scul en Perú es heroica y valiente. Lidiar con episodios de xenofobia, discriminación y penurias de nuestros migrantes exige mucha tolerancia, comprensión y firmeza. Desde Lima a Cusco, Arequipa o Trujillo, nuestros viajeros y refugiados libran fuertes batallas cruzando la cordillera andina, la selva amazonas y peligros inesperados en el camino a Colombia, Panamá, Ecuador, Chile, Paraguay, Uruguay o Argentina.
Si lo logran, el reto será la adaptación a otras culturas y sobrevivir. Es la realidad que encara nuestra representación diplomática en Latinoamérica. Una situación difícil en la que el mejor gesto contra el desplazamiento es la unidad y la conmiseración tanto de las autoridades como la fraternidad de su pueblo. Pero también de los venezolanos.
También ha sido la labor titánica de Elisa Trotta en Argentina; de Guarequena Gutiérrez y Carlos Millán, en Chile; Fabiola Zabarce, en Panamá; María Farías. en Costa Rica; María Teresa Romero, en Guatemala; Héctor Quintero, en Ecuador; Claudio Sandoval, en Honduras; David Olson, en Paraguay; Reinaldo Díaz, en México; Tomás Guanipa, en Colombia; Eusebio Carlino Linares, en República Dominicana; Rafael Domínguez, en el Caribe, Carlos Vecchio en Estados Unidos; Gustavo Tarre Briceño, ante la OEA; Miguel Pizarro, en la ONU.
Una fiel demostración de la Venezuela preparada, honesta, comprometida, decente, de buen corazón, que, contando con un voluntariado, un teléfono, un ordenador, un escudo y una bandera hemos dado representación, socorro y orientación -que es dignidad- a nuestra gente en el mundo. Capítulo aparte, igualmente meritorio, merecen nuestros representantes en Europa.
Compartir estas honrosas y nobles experiencias no pretenden más que elevar nuestra autoestima grupal y nuestra resiliencia, al rescatar el prístino sentido de nuestro plasma cultural.
Un trozo de suelo azul sobre la cabeza
Venezuela, representada en el cuerpo diplomático designado por el presidente [e] Juan Guaidó y la Asamblea Nacional, palpita libertad, paz, justicia y democracia. Y, además, confianza y amistad. No en un plano idílico, sino sudado con sangre, honor y lágrimas por la Venezuela que viene y anhelamos.
Marcel Proust decía que la esperanza es tratar de mantener un trozo de cielo azul encima de la cabeza. Nuestro querido Jacobo Borges una vez me dijo que la esperanza es el sueño de los que se mantienen bien despiertos. Esa esperanza nos ayuda ver más allá del mal momento, de las tormentas, siendo que el que vive con ella [esperanza], muere de sentimiento. Ese es nuestro bastión: visualizar la Venezuela posible, próspera, sana y justa después de la tempestad…
El ejemplo que ha dado al mundo un cuerpo diplomático con muchas carencias, pero pleno de sentimiento, se ha convertido en un pilar de inspiración y compromiso de los cuerpos diplomáticos de nuestros aliados. En esa misión también reposa el pulmón que hará florecer un árbol llamado libertad.
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