El Premio Nobel de Literatura 2022 fue otorgado a la autora francesa Annie Ernaux “por el coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos y las restricciones colectivas de la memoria personal”.
En sus escritos, Ernaux, de manera consistente y desde diferentes ángulos, examina una vida marcada por fuertes disparidades en cuanto a género, idioma y clase. Su camino hacia la autoría fue largo y arduo. Ernaux «cree en la fuerza liberadora de la escritura» y su obra «intransigente» está escrita en un lenguaje «sencillo» y «raspado hasta la limpieza», agrega la organización.
En su obra, Ernaux «revela la agonía de la experiencia de clase» y describe emociones como «la vergüenza, la humillación, los celos o la incapacidad de ver quién eres», con lo que ha logrado «algo admirable y duradero», destacada la Academia Sueca.
Hinde Pomeraniec /Infobae
La autora de “El acontecimiento”, “Pura pasión” y “La vergüenza” reflexionó sobre su obra, su relación con la memoria, la “traición” a su clase y el feminismo. También habló sobre la necesidad de legislar el aborto, un tema sobre el que escribió en sus novelas: “Siempre hay grupos e individuos que no aceptan la libertad de las mujeres para disponer de sus cuerpos; en realidad, no aceptan su libertad”, dijo
Annie Ernaux nació el 1 de septiembre de 1940 en Lillebonne, alta Normandía, con el nombre de Annie Duchesne. Pasó su infancia y su adolescencia en Yvetot, un pueblo de unos 7.000 habitantes. Allí sus padres tenían un café con una tienda en una zona rural. Desde muy pequeña, Annie escuchaba los relatos de todos los que pasaban por ahí, además de los de sus padres.
Tenía diez años cuando escuchó a su madre decirle a una vecina que su primera hija había muerto de difteria a los 6 años, dos años antes del nacimiento de Annie. Como muchas otras tantas cosas, nunca les preguntó a sus padres por aquella primera hija. Ellos tampoco tuvieron la iniciativa de contárselo. Los secretos familiares pueden convertirse en una forma de parálisis y obstruir un futuro, también lo oculto y silenciado puede ser el desarrollo de una búsqueda.
Ernaux dejó su casa para estudiar Literatura Moderna en la Universidad de Rouen. En 1967 obtuvo un puesto como profesora. Ya era una mujer casada y madre de su primer hijo (tuvo dos). Su padre murió dos meses después de que ella obtuviera el cargo. La madre, en 1986, enferma de alzheimer y cáncer. Su primer libro, Los armarios vacíos, lo publicó en 1974. Contaba la historia de una estudiante universitaria que se somete a un aborto. Todavía sin el yo biográfico que la haría conocida en la escena literaria internacional. Sus experiencias estaban escondidas en otro personaje.
Autora de estilo, trabaja su obra en clave autobiográfica y en cada uno de sus libros vuelve a diferentes momentos de su vida, algunos durísimos, con una prosa que curiosamente se percibe desapasionada, como si objetivara sus sentimientos hasta disecarlos. En sus relatos hay volcanes dormidos: recorre su infancia, su crianza, su salida del espacio familiar, su “traición” de clase, sus amores, sus pasiones, sus duelos. Relee desde la cotidianeidad más pedestre hasta los sentimientos más desencajados provocados por separaciones, rechazos y violencias de diverso tipo desde lo que llama “escritura desde la distancia”.
El resultado es un shock deslumbrante. Emmanuel Carrère y Virginie Despentes reconocen a Ernaux como una de las grandes influencias en sus literaturas.
“No escribo porque estás muerta. Has muerto para que yo escriba, ahí está la gran diferencia”, le dice enLa otra hija a esa hermana que no conoció y cuya sombra lleva consigo. En 2011, la editorial Gallimard –donde ha publicado todos sus libros– publicó un volumen con una selección de sus mejores obras precedidas de fragmentos de su diario –que comenzó en 1957, aunque lo conserva recién desde 1963– y algunas fotos.
Tiene por título Escribir la vida. En el prólogo, explica: “No mi vida, ni su vida, ni siquiera una vida. La vida, con lo que contiene, que es lo mismo para todos pero que cada uno experimenta de manera individual: el cuerpo, la educación, la pertenencia y la condición sexual, la trayectoria social, la existencia de los otros, la enfermedad, el duelo”.
Siempre, en cada libro, Annie Ernaux reflexiona además sobre la propia escritura. En uno de los fragmentos de su diario dice que escribir no ha sido para un sustituto del amor, sino algo más que el amor o que la vida.
Sus novelas han sido traducidas al español con diversa fortuna. Tusquets reeditó algunas de sus grandes obras como El acontecimiento,Vergüenza o Pura pasión.
La obra de Ernaux es, a su modo, una forma de educación sentimental. La entrevista que sigue es un intercambio con la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2022, dueña de una obra extraordinaria que se destaca por su originalidad, su potencia y su delicada orfebrería.
Escribir sobre hechos del pasado significa recurrir a la memoria y saber que siempre lo que se cuente será un recorte, una parcialidad. ¿Cómo surgió en usted la necesidad de narrar su propia historia o, al menos, determinados sucesos de su vida?
El deseo de escribir me llegó a los 20 años, pero entonces no estaba en absoluto centrado en mi propia historia, aunque el texto que escribí y envié a un editor -que lo rechazó-, tenía la marca de un trauma relacionado con el verano de mis dieciocho años. Algo que, en realidad, pude afrontar en mi libro Memoria de chica. Fue a los 27, justo después de la muerte de mi padre, cuando tomé conciencia de que me había alejado de él, de mi familia, de mi clase social de origen. Me abrumó y decidí escribirlo, pero, esta vez, partiendo de mí, hablando de mí. Fue lo que hice, pero no de inmediato.
Aunque desde 1968 muchas mujeres escribían en primera persona, fue difícil. El paso del mundo popular al mundo intelectual burgués no era un tema que se trataba en la literatura contemporánea. Por otra parte, creo que tenía miedo de escribir en primera persona. Lo hice bajo la máscara de la novelaLos armarios vacíos, inventándome otro nombre. Nunca dije que era mi propia historia.
En su literatura, la presencia fuerte del yo se combina con una suerte de disección, lo que conforma un estilo desapasionado, completamente alejado del melodrama. ¿Recuerda cómo surgió ese estilo? ¿Buscó esa frialdad deliberadamente?
Ya había escrito tres libros con un estilo que no era despojado, sino emocional, a veces teñido de burla, como La mujer helada, sobre mi recorrido como mujer. Y en todos el centro era yo. Cuando quise escribir sobre mi padre y su propio recorrido con este mismo estilo, experimenté una gran malestar. Había profundizado, de alguna manera, el abismo que había entre nosotros en la adolescencia.
Pensé mucho en mi situación, como escritora instalada en el mundo cultural dominante que escribía sobre mi padre, un dominado. Reflexioné sobre mi situación como “tránsfuga”, una palabra raramente utilizada. Me parecía que la única escritura posible para ese libro tenía que ser “fáctica”, es decir que El lugar no podía dar lugar a lecturas compasivas. Luego conservé esta escritura, más que fría, “desde la distancia”.
Usted suele decir que cuenta los hechos como fueron vividos y no como sucedieron en realidad. ¿Podría extenderse sobre la diferencia entre una forma y otra?
Cuando se trata de eventos personales, podemos ver muy bien la diferencia entre contarle a alguien una historia de amor, la pérdida de una persona, etc., incluso con todos los detalles posibles, y recordar lo que se experimentó de manera indescriptible, confusa, algo que no puede entrar en una narración. Además, muchas veces, después de haberle confiado a alguien un hecho, uno experimenta un sentimiento de decepción, de vacío. Cuando escribo intento recuperar la sensación de ese momento, despertarla en la memoria y no dejarme llevar por la historia.
En mis libros, no sé si se percibe, yo intento descomponer los momentos, las imágenes, para revivir ese presente o la experiencia con la que se fusiona. Para evocar los hechos históricos colectivos, me baso en la forma en que los experimenté. Si ocurrieron antes de mi nacimiento, recurro a lo que me contaron mis padres o dijo la gente.
Usted, en su literatura, consigue hacer historia colectiva a partir de un yo protagónico. Ante la falta de pruebas de su propio pasado, más allá de su memoria, acude a otra clase de documentos, incluso a fotos…
En Los años me sumergí en el paso del tiempo, me desplazaba por las imágenes de lugares, escenas, personas, como si mi recuerdo fuera una película, pero no para escribirlos y describirlos, sino para capturar el color, la atmósfera de cada una de las décadas, las modas cambiantes, las palabras y las ideas. También me basé en periódicos, marcas de productos, canciones, en definitiva, la realidad del mundo exterior y fotos personales.
En este libro, como en los otros, me guía la búsqueda de la verdad (de una época, de una pasión, etc.). Más bien de una verdad que no conozco con precisión y necesito que todos los elementos sean “verdaderos”. La creación -y la dificultad- es en todo caso la forma del libro. Es lo que hay que imaginar. Quizás los lectores sean indiferentes a la verdad, pero forma parte de lo que encuentran en mis libros, que no serían lo que son si yo no tuviera la necesidad de la verdad como algo previo a la escritura.
En Pura pasión, en un momento dice que no sabe en qué clave está escribiendo la historia, si como testimonio o como confidencia. También en esa novela explica por qué es un error considerar a quien escribe sobre su vida como un exhibicionista. Esto fue a comienzos de los años noventa. ¿Qué piensa hoy?
En mis libros casi siempre me pregunto qué estoy escribiendo. En Pura pasión cuento la pasión que sentí durante más de un año por un hombre de un país del Este comunista. Era muy consciente de que se trata de un tema trillado, muy presente en la literatura, periódicos, etc. Voy a tratar de definir el modo en que escribo: testimonio, confidencia, correos del corazón, manifiesto, acta, incluso un ejercicio de comentario de un texto (en este caso la vida). De hecho, ¡es un poco de todo eso!
El exhibicionista, en sentido estricto, es alguien que quiere mostrarse y ser visto al mismo tiempo. Es la unión de un cuerpo y una mirada. Por lo tanto, no puede haber un exhibicionismo real en la literatura, solo hay una relación de dos imaginarios, el del autor que cree que se revela en su historia y el del lector que se forma una imagen de lo que lee. Esta pareja varía de vez en cuando. Hoy hay mucha más revelación de la intimidad que cuando publiqué Pura pasión, pero el lector la acepta, incluso la busca.
No puede haber un exhibicionismo real en la literatura, solo hay una relación de dos imaginarios, el del autor que cree que se revela en su historia y el del lector que se forma una imagen de lo que lee.
Sus textos se leen como novelas, ¿hay elementos de ficción en ellos?
La ficción se elimina automáticamente. No forma parte de mi universo mental cuando escribo un libro. Mis personajes son seres reales, hechos que han tenido lugar o están sucediendo. Solía decir que la ficción en mis libros es la forma, de ahí la impresión, tal vez, de que son novelas. Este tipo de ficción es tremendamente exigente.
Escribir El acontecimiento fue parte del deseo de que el recuerdo de lo que se ha infligido a las mujeres durante siglos permanezca y no retrocedamos. No me hago ilusiones: siempre hay grupos e individuos que no aceptan la libertad de las mujeres para disponer de sus cuerpos. En realidad, no aceptan su libertad. Nunca podría enfatizar lo suficiente la especie de gran trueno que fue la publicación, en 1971, en Le Nouvel Observateur, revista de una izquierda no extremista, en la que mujeres reconocidas como Simone de Beauvoir o Delphine Seyrig declararon que habían abortado clandestinamente. Ha habido películas que muestran cómo las mujeres “logran” abortar, libros de testimonios, un manifiesto en 1973 de médicos pidiendo la libertad del aborto
¿Por qué todavía hoy es tan costoso escribir sobre la sexualidad femenina, por qué es tan difícil o genera tanta incomodidad?
Hace más de veinte años yo pensaba eso. Se aceptaba que una mujer escribiera sobre su sexualidad y su goce de una manera que atrajera a los hombres, sin usar términos precisos, más bien vagos, o incluso en un registro erótico tradicional. La masturbación, las menstruaciones, eran tabú. Aún recuerdo el pudor, la vergüenza de los periodistas que me invitaban a la televisión para hablar sobre Pura pasión y El acontecimiento.
Hoy está cambiando, pero sigue habiendo una diferencia en la forma de evocar en los textos de hombres y mujeres. Quizás se debe al peso de la historia y al inconsciente. A los niños siempre se los ha alentado a valorar el pene y nunca se los ha intimidado o reprimido a la hora de expresar su sexualidad, ni siquiera si lo hacían de forma grosera. Las chicas, en cambio, tenían que ser reservadas en sus gestos, en su vestimenta y en sus palabras.
¿Piensa que el feminismo hoy es una ideología mainstream?, ¿existe el riesgo de que la potencia de los reclamos históricos se desvanezca?
El feminismo ha vuelto a ser un conjunto de ideas que cuestionan y sacuden las sociedades. Nunca antes había sucedido con esta fuerza: lo digital, la conexión generalizada de los individuos, obviamente tienen mucho que ver. También hay nuevos campos de demandas, aunque sigue siendo fundamentalmente la igualdad entre hombres y mujeres lo que está en juego: el rechazo al acoso sexual, el rechazo de la hegemonía masculina en todos los ámbitos, incluida la cultura. No creo que ninguno de estos reclamos desaparezca, al contrario. Menos aún creo que las mujeres estén de acuerdo en retroceder.
Ha escrito sobre todos los temas sin tabúes. ¿Hay algo sobre lo que haya querido escribir pero no lo consiguió? ¿Hay temas sobre los que decidió deliberadamente no escribir?
Durante mucho tiempo no pude escribir sobre el acto violento de mi padre que aparece al comienzo de Lavergüenza, ni sobre mi hermana, que murió antes de que yo naciera. Escribir sobre mi primera noche de sexo me tomó cincuenta años. Pude hacerlo en Memoria de chica, no lo dejé de lado deliberadamente, sino que no encontraba la forma de contarlo, aunque hice varios intentos. Es muy difícil desentrañar cuánto tienen estos bloqueos con la vergüenza o a la prohibición, ni por qué desaparecen. La escritura es muy misteriosa. Escribiendo, hay momento desde el cual dejo de preguntarme si continuar es peligroso y lo considero una obligación.
Durante mucho tiempo habló y escribió sobre el sentimiento de traición a su clase. ¿Cómo vive hoy ese salto del seno de una familia proletaria de la Normandía a su lugar como escritora e intelectual?
La situación de desertor o tránsfuga de clase es consustancial a mi vida y a mi escritura. El territorio de mi infancia, con su gente, su lengua, está en las antípodas del mundo al que entré a través de títulos universitarios y por el reconocimiento literario.
La división interior sigue siendo muy fuerte, siempre. No hay que olvidar que la infancia, la adquisición de hábitos para vivir y sentir y pensar –ese “primer hombre”, como dice Camus–, el que permanece con más fuerza que el otro en el que uno se ha convertido social y culturalmente. La niña del café-tienda rural y la adolescente con acento de clase baja siguen viviendo en mí, no con sus modales, sino con sus sentimientos de inferioridad, de vergüenza social, sobre todo permanece el recuerdo de la gente de este mundo dominado.
De ahí que no me sienta “legítima” ni completamente en mi lugar en los círculos literarios y sociales. Pero ya no experimento la sensación de traición porque creo que hice lo que mejor pude hacer con ella, es decir, escribirla, precisamente, y dedicarme a escribir con rigor. Una búsqueda de la verdad, que, en definitiva, saldaría una deuda…
Usted pertenece a una generación de escritores que un culto de la memoria. ¿Cree que haber nacido entre las dos guerras mundiales y haber crecido durante la reconstrucción de posguerra, influyó en esa tendencia?
Hay una diferencia entre los escritores nacidos antes de la Segunda Guerra Mundial, como GeorgesPerec, Christa Wolf, y los que, como yo, nacieron durante o poco después, Patrick Modiano, Pascal Quignard, Sebald. Somos una generación marcada por la guerra. Por presencia de ciudades destruidas y luego reconstruidas, por el clima opresivo de la memoria de la ocupación. El pasado y su violencia estaban allí, ante nuestros ojos, y su recuerdo nos envolvía en las conversaciones de los adultos, en los periódicos. Además del silencio que se mantenía de los campos de concentración y el antisemitismo de preguerra. El pasado nunca es pasado y menos cuando es violento y turbio.
La importancia de la memoria individual en la literatura obedece a otros factores, como la influencia de Prousty el psicoanálisis, el nuevo enfoque sobre el yo y el desarrollo y la valoración de la autobiografía, un género que se basa en la memoria.
Si bien prefiere llamarlos socio-biografías, usted trabaja el registro autobiográfico hace muchos años. ¿Qué siente ahora, cuando la presencia del yo en la literatura ha tomado un lugar tan destacado? ¿Le interesa lo que algunos llaman “literatura del yo” como lectora?
Agrupamos bajo la etiqueta “literatura del yo” una serie de obras que tienen como rasgo común el uso de un “yo” que hace referencia a la persona del autor, de forma auténtica o autoficcional. Pero todo depende de lo que diga el “yo”, de su capacidad de recibir al “yo” del lector. Es, en el fondo, formidable empezar un libro con “yo”, es suponer que mi “yo” le interesará a otro yo.
Esto no siempre ocurre, pero se debe menos a la presencia del yo / mí que a una escritura complaciente y egocéntrica. Es un problema de percepción de la verdad. Esto es lo que espero de la literatura del yo, una especie de intrusión íntima provocada por el libro.