Por Alberto Priego*
*Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE y experto en yihadismo
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El terrorismo internacional siempre ha tenido en el turismo uno de sus objetivos principales. Ahora los fines se mantienen, aunque los métodos de actuación a lo largo de los últimos 20 años han evolucionado.
Más allá del daño físico que se puede causar, este tipo de atentados provoca un efecto económico y sobre todo un cierto aislamiento internacional, ya que está demostrado que después de un ataque terrorista siempre hay un descenso del número de turistas que visitan la zona.
En los últimos años, Túnez, Turquía, Egipto y, más recientemente, Francia y el Reino Unido, han visto afectados sus sectores turísticos por los diferentes golpes asestados por los grupos terroristas.
Por poner algunas cifras, en el caso de Egipto, solo en 2016 se perdieron 2.600 millones de euros y, en Francia, después del atentado de Niza, la llegada de turistas cayó un 8,5%. Así, parece que el sector turístico tiene en el terrorismo su peor enemigo.
Son muchos los atentados que han buscado causar daño en infraestructuras turísticas.
Y en las dos últimas décadas esta tendencia se ha incrementado. Entre los ejemplos, están el perpetrado contra el Paddy’s Pub en Bali (2002), el ataque en Mumbai (2009), o los más recientes en Londres (2017) y París (2016).
Como nota común a todos ellos está el deseo de tener un eco mediático y la voluntad de ahuyentar una influencia internacional que los radicales consideran como diabólica.
Existe una evolución en la metodología que complica la erradicación de estos ataques. Se distinguen al menos tres formas diferentes de actuación. La primera es el atentado con bomba, que era la metodología más común al inicio de la escalada violenta y que se utilizaba tanto en coches como a través de suicidas, como forma de destrucción. Si bien no se ha erradicado –como demuestra el atentado de Manchester–, a día de hoy es menos común.
Quizás el ataque más conocido fue el de Bali, que dejó tras de sí un rastro de 187 muertos –la mayoría australianos–, aunque también hay otros casos, como el atentado contra el hotel Marriot en Islamabad (2008).
El segundo método es el asalto armado. A finales de la década pasada los grupos terroristas comenzaron a atacar las instalaciones turísticas utilizando pequeños comandos con armas semiautomáticas y granadas. El objetivo era causar el mayor daño posible ampliando el tiempo en el que los terroristas actuaban y logrando la máxima repercusión mediática. Ejemplos de este tipo de asaltos los encontramos en Mumbai (2009), en el Museo Bardo en Túnez (2015) o en París (2016).
Al alcance de cualquiera
El tercer tipo de atentado implica atropellos y acuchillamientos. Aunque esta práctica se hizo común en Israel en los últimos meses, parece que ha sido copiada por los yihadistas europeos en atentados como el de Niza, el del Puente de Londres o, más recientemente, en el Borough Market de Londres.
El gran problema es la gran facilidad que existe para alquilar un vehículo de cierto tonelaje y, desde luego, la disponibilidad de armas blancas para cometer atentados.
A corto plazo solo nos queda confiar en las fuerzas de seguridad y en los servicios de inteligencia para que el verano siga siendo una época de descanso para unos y de prosperidad económica para otros.