«Así se han perdido todas las Repúblicas. Embriagadas de borracheras de egos, dinero y poder, donde pedir consenso a mariscales,caudillos y señores feudales, era pedir peras al olmo…»
En estos días de confinamiento pegué un frenazo al análisis presentista y forzado por una amena tertulia con un querido amigo y escritor, viajé al pasado tocando lo que a nuestro juicio ha sido un cabalgar de errores y omisiones preludio lúdico de 20 años de autoritarismo, despojos y profunda debacle.
Entre montoneras y caudillos
El viaje arranca después de la independencia. Entre guerrillas y montoneras. Desde la revolución reformista de Páez a la restauradora de Antonio Matos y Castro, Venezuela vivió un siglo de despojos y malquerencias que nos convirtió en un mar sin fondo de resentimientos. Nace el caudillo, el jefe guerrero político al decir de Domingo Irwing, donde el “nuevo orden republicano” nunca llegó.
La cosiata de Páez, el león de Payara, el Centauro de los llanos, el Rey de Espadas, que desmontó la Constitución de Cúcuta inspiradora de la Gran Colombia; el anarquismo de Bóves; las guerras federales de los hermanos Monagas, Crespo, Bruzual o el pulpero de Villa de Cura, Ezequiel Zamora [llamado así por benevolencia de Herrera Luque, pero reducido a un simple bandolero, incendiario, esclavista y usurero por Guillermo Morón y Manuel Caballero]; el elitismo de Antonio Guzmán Blanco, el Rey de Copas [captor y verdugo de Zamora], afrancesado y amante de sus propios bustos como el que colocó en la Plaza Bolívar hecha por él; la contumacia del “Mocho” Hernández, liberado por un enano tanto político como físico, Cipriano Castro, después del asesinato de Crespo en la batalla de Queipa [hacienda el Carmelero]; la invasión de Caracas por los gochos y la llegada del benemérito Juan Vicente Gómez, comprimen 100 años de soledad de una Venezuela de sables, rota y miserable.
Guerras sangrientas y hegemones, que legaron una sociedad fragmentada, ruralizada y paupérrima, plasma de nuestros complejos culturales y miedos más profundos…Pero de pronto, brota de las tierras de Mene Grande, las primeras gotas de Zumaque 1, nuestro primer pozo petrolero. Y cambia el cuento…
De Zumaque 1 al pacto de Puntofijo
Con sus 20 barriles de petróleo diarios, se convirtió en el ícono de la Venezuela saudita que más tarde lideró el hombre de la pipa, don Rómulo Betancourt.
Betancourt tuvo el inmenso compromiso histórico de redimir un país dividido en clivajes geográficos, castistas [negros, pardos, blancos de orilla, mantuanos, mulatos], gochos y capitalinos; movilizados e inmovilizados; rurales y urbanos, entre derechas e izquierdas, ricos y pobres, civiles y militares. En su obra Venezuela, Política y Petróleo visualizaba al minotauro (dixit Uslar Pietri), como el eje central del desarrollo del país…alertando sobre las apetencias monárquicas que la renta petrolera podía sembrar en la conciencia del Venezolano:
“[…] Los padres de la patria no se propusieron designar en los mapas parcelamientos nacionales, cerrados lotes para el regodeo de caudillos y de castas. Quisieron, ante todo, forjar una conciencia republicana, un sentimiento democrático, fórmulas de convivencia que hicieran posibles las contradicciones que encierra la lucha política” [Discurso de R.B. 1960. Palabras introductorias sobre pensamiento político Venezolano del Siglo XIX].
Así se han perdido todas las repúblicas. Embriagadas de borracheras de egos, dinero y poder, donde pedir consenso a mariscales, caudillos y señores feudales, era pedir peras al olmo…
La tercera república-decíamos-fue el preludio de una IV embriagada de nuevoriquismo y la V, de rencor y vandalismo. Con Zumaque 1 llega la riqueza fácil. Un proceso complejo de desruralización y abandono de la tierra fértil, premiado de masificación educativa y civilista, que dio un giro de una sociedad desdentada a una sociedad con aires abolengos. Surgen con Castro y Gómez los primeros Panchitos Mandefuá-aduladores de oficio diría Pocaterra-pero también los primeros soldados y civiles de la democracia cómo Eleazar López Contreras, Isaías Medina o Rómulo Gallegos.
De 1914 a 1998 pasamos a ser una sociedad moderna, censitaria, industriosa; receptora de una inmigración de primera, que convirtió a Venezuela en el país más desarrollado de Latinoamérica.
Rómulo Betancourt vino a liquidar la era de espadas y botas con el pacto de Punto Fijo, dando lugar al primer gesto socio-político de redención libertaria de la historia de Venezuela. Una sociedad profanada, herida y desplazada que clamaba reconciliación, por ser a fin de cuentas un pueblo llano-a tenor de lo dicho por Ibsen Martínez y Teodoro Petkoff- «donde la amistad es nuestra religión«.
Del pacto de Puntofijo a Chávez
Encaradas dos eras, una de guerra, hambruna, peste y muerte, la del siglo XIX, jineteada por caudillos de bustos y machetes, entre montoneras y hombres de ruanas o harapientos, y la otra, del siglo XX, agraciada de oro negro, democracia, movilización social, educación, vialidad, pero también rentismo generador de exclusión y relegación, llegamos al siglo XXI borrachos de revolución roja dizque bolivariana, donde retrocedemos a los reyes de basto y corazones negros. Personificación sucinta de nuestros reflujos históricos.
Pero ojo: !Tun Tun, la nueva república viene! Abran la puerta porque llega «desprendida del regodeo de caudillos y de castas«.
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