Por Andrés Tovar
04/01/2017
Aún hay entidades que, por descuido o deliberadamente, no están tomando en serio lo que dice Donald Trump, literalmente; y entre ellos parecen estar incluidos los miembros de la fauna de Wall Street. No han sido pocas las veces que Trump ha dicho, (muchas veces) que está a favor de una drástica revisión de la política comercial estadounidense destinada a hacer que sea mucho más difícil para las empresas fabricar productos en mercados extranjeros (especialmente China) y luego venderlos a los consumidores estadounidenses. Lo recientemente ocurrido con Ford y GM en México no debería ser una novedad.
Por mucho que siga pensando Wall Street que el presidente electo lo único que ha hecho es hablar, Trump está poniendo en silencio sus palabras en acción. Eso incluye varios nombramientos para una gama de posiciones, de perfil más bajo en la rama ejecutiva, pero que inciden fuertemente en lo que se articula como una política bastante agresiva de proteccionismo comercial.
Y si a esto le sumamos el contexto de un Partido Republicano que permanece en su mayoría invertido en un enfoque pro-empresarial, la «agenda proteccionista Trump» tiene campo, por lo que las «guerras comerciales», en definitiva, es casi seguro que empezarán muy pronto, aunque las consecuencias reales que traerán son aún difíciles de proyectar.
La estructura
El equipo de transición Trump regresó de sus vacaciones de invierno dándole la bienvenida a Robert Lighthizer como el próximo representante comercial de Estados Unidos. Lighthizer es un verdadero pilar del establishment republicano, después de haber servido en la administración Reagan y luego como tesorero de la campaña presidencial de 1996 de Bob Dole, antes de establecerse como abogado en Washington DC, con especialidad jurídica en casos de comercio internacional. En general, es una figura pública de bajo perfil pero un astuto negociador; y es el presagio inicial de cómo se enmarcará la agenda de proteccionismo de Trump en el firmamento ideológico conservador.
Ya en 2008, por ejemplo, Lighthizer escribió un artículo de opinión para el New York Times llamando a John McCain a abandonar su compromiso con el libre comercio, argumentando que «la política comercial debe siempre verse como una herramienta para construir un país fuerte e independiente con una clase media nacional próspera».
También Trump ha instalado a su antiguo amigo y socio de negocios Wilbur Ross en el Departamento de Comercio. Ross es una figura mucho más «Trumpian» que Lighthizer, con fuertes lazos personales con el presidente electo (trabajó en algunas de las quiebras de Trump) y sin experiencia de gobierno, pero con un compromiso compartido con el Partido Republicano, materializado en una pequeña fortuna que logró amasar como inversionista en la producción de acero estadounidense, beneficiado por los aranceles de protección de la era Bush.
Y por último, pero no menos importante, Trump ha convocado a Peter Navarro para hacer seguimiento desde el Gobierno de las áreas del comercio nacional. Navarro es básicamente un ideólogo anti-comercio global que, a pesar de ser un economista bien calificado, tiene una opinión sobre la política comercial en la que básicamente nadie en la economía está de acuerdo con él.
Pero más importante que el equipo es la estructura de políticas que Trump ha venido esbozando, las cuales apuntan a facilitar ese proteccionismo del que venimos hablando.
En virtud de la Ley Arancelaria de 1930 (de la época de Depresión), el Departamento de Comercio conserva aún la autoridad discrecional para golpear a los exportadores con tarifas si consideran que el dumping está perjudicando a las empresas estadounidenses . No obstante, con el paso de los años, este departamento se ha convertido en un remanso burocrático con poca influencia real en la formulación de políticas. Ahora, con un Trump al frente y un equipo animado por una profunda convicción ideológica e histórica que abraza al siglo 20 del GOP, los cambios parecen ser muy posibles, les guste o no a los nuevos republicanos del Congreso.
El efecto (posible)
Durante la campaña de otoño, las buenas noticias para Donald Trump se convirtió en las malas noticias para las reservas estadounidenses. En ese momento, los inversores temían que una administración Trump daría lugar a la formulación de políticas económicas caóticas, guerras comerciales impredecibles, y otras medidas nefastas para los negocios. Y cuando por primera vez se hizo evidente la victoria de Trump, las acciones cayeron.
Pero el mercado se recuperó con rapidez y luego al día siguiente y cerró 2016 con un auge. Los inversores anticiparon que Trump podría recortar las tasas del Impuesto sobre Sociedades, que tiene el efecto casi automático de aumentar los dividendos y, por tanto, los precios de las acciones. También se preveía un régimen de política más amigable para la extracción de combustibles fósiles una reducción de las regulaciones a las principales instituciones financieras.
Así, la preocupación por las guerras comerciales de repente desapareció. No hemos visto, por ejemplo, la preocupación de los inversores de que la capacidad de Boeing para vender aviones en el extranjero se verá profundamente afectada por los las represalias que gobiernos extranjeros tomen contra las empresas estadounidenses. Asimismo, tampoco se ha visto, por ejemplo, qué puede pasar en EEUU con inversiones extranjeras como la de China, que se disparó a $45,6 millones de dólares en 2016, el triple que en 2015, pese a los «importantes riesgos a la baja», que suponen la presidencia de Trump.
Y ahora, más recientemente, tenemos los casos de GM y Ford, pese a que está última ha defendido que su decisión de no continuar con las inversiones en México y trasladar ese capital a Michigan no tiene nada que ver con las posiciones de Trump ni una victoria del «Made in América» sino con una «lógica decisión en beneficio de la empresa».
Lo cierto es que Trump sin duda parece estar preparando el terreno para un serio esfuerzo para reducir las importaciones extranjeras en Estados Unidos, y nada de su personalidad sugiere que es probable que retroceda de esa visión. Las consecuencias exactas de esto son difíciles de predecir, precisamente porque nadie ha intentado realmente nada igual en la era moderna. Pero en base a sus selecciones y su clara convicción de que las controversias comerciales son una buena política, parece mucho más probable que ya estamos a punto de averiguarlo.