Por Chris Anderson, logista de Médicos Sin Fronteras en Yemen
La ofensiva de la coalición árabe liderada por Arabia Saudí contra los rebeldes hutíes en el Yemen cumple un año. Chris Anderson, expatriado de Médicos Sin Fronteras en la zona, relata un bombardeo y el reto de proporcionar ayuda médica en un entorno en guerra.
A las 19:00 horas del 19 de octubre de 2015, Nawaf, un hombre vestido con una túnica blanca que le llegaba hasta los tobillos y una elegante chaqueta llegó a nuestra oficina en Taiz, Yemen, transportando una endeble caja de cartón. Portaba un cinturón grande, finamente trabajado y hecho de cuero de buena calidad donde destacaba el espacio reservado para llevar la daga tradicional. Nawaf había dejado el cuchillo en el asiento de su coche. Conocía las reglas: las instalaciones de Médicos Sin Fronteras (MSF) tienen una estricta política de no permitir el acceso a las mismas con armas.
Me entregó la caja que contenía 62 piezas irregulares de metal, todas sin etiquetar, mientras yo luchaba para contener mi emoción al verlas. Eran las esperadas llaves del edificio que había albergado un hotel y tiendas y que convertiríamos en un hospital materno infantil donde todos los pacientes podrían recibir atención de forma gratuita.
Al día siguiente dimos comienzo a los trabajos para establecer el hospital. Así, empezamos a levantar muros para crear las habitaciones, instalamos un sistema electrógeno, establecimos un almacén con capacidad para más de 40 toneladas de suministros y equipos médicos, alzamos vallas para ordenar el acceso, montamos el mobiliario hospitalario… y mucho más.
Tras tres semanas de intenso trabajo, abrimos las puertas del hospital para aceptar a nuestros primeros pacientes. Sin siquiera haber anunciado siquiera el funcionamiento del centro, muchos llegaron esa primera mañana. Una semana después pusimos en marcha el programa de nutrición y dos semanas más tarde, abrimos el servicio de urgencias y asistimos el primer parto: una preciosa bebé.
La sarna era uno de los motivos más habituales para quienes acudían al hospital. Nuestro equipo médico detectó que una gran comunidad de habitantes en Taiz estaba afectado por un brote de esta enfermedad cutánea. Se trataba de un grupo de personas desplazadas por la guerra que se había visto forzada a vivir en espacios reducidos y en condiciones poco higiénicas. El equipo de MSF decidió que sería mucho mejor localizar el problema en la fuente, en el asentamiento, en lugar de tratarlos en el hospital. Para ello, establecimos una clínica móvil específica, nos reunimos con representantes de la comunidad, organizamos los suministros de benzoato de bencilo (medicamento que se emplea para tratar la sarna), instalamos una gran carpa blanca en las proximidades del lugar donde vivían los desplazados y comenzamos con el tratamiento.
El miércoles 2 de diciembre acudí al hospital materno infantil que estábamos adaptando para comprobar el trabajo de varios contratistas. Unos estaban instalando un sistema para el filtrado de agua del nuevo laboratorio, otros soldaban un quemador de acero para la incineración de residuos, colocaban puertas a los dormitorios del personal ubicados en la azotea y terminaban la fosa séptica del hospital.
Llegamos al centro sobre las 14:00 horas. Ni siquiera había llegado a entrar en el edificio; me encontraba de pie hablando con mi compañero cuando, a las 14:08, escuchamos aproximarse un avión a reacción. Se trata de un estruendo familiar y que, a menudo, va seguido de otros dos sonidos igualmente conocidos. Levanté mi brazo y señalé al avión siguiendo su camino mientras se desplazaba al noroeste de nuestra posición. En un instante, escuchamos el segundo de los sonidos familiares: el de una bomba cayendo del cielo hacia su objetivo.
Con el dedo índice seguí el sonido de la bomba que ya no podía ver hasta que mi brazo estaba en horizontal y mi dedo apuntaba al horizonte; en ese momento escuché el último de los tres sonidos que, a fuerza de oírlos, ya nos resultan cotidianos: el proyectil golpeando su objetivo.
Se produjo entonces un estruendo, seguido por una onda de presión que nos sacudió e hizo vibrar las ventanas del edificio hospitalario de cinco plantas. Una columna de humo marrón subió desde el lugar del impacto.
Después de comentar con mis compañeros lo cerca que había tenido lugar el bombardeo, volví a mi trabajo confiado en la creencia de que los bombardeos aéreos no habían afectado a nuestra clínica de campaña. Después de todo, la Coalición liderada por Arabia Saudí, responsable de estos ataques, conocía las coordenadas GPS exactas de nuestra clínica móvil así como sabía las de nuestro hospital materno-infantil.
Instantes después, recibí una llamada de nuestro coordinador del proyecto. Me pedía que volviésemos a la oficina de inmediato. Me contaba que nuestra clínica de campaña había sido alcanzada y que había muchos heridos, dos en estado crítico. Lamentablemente, un día después, uno de ellos dos falleció a causa de las heridas.
El bombardeo se produjo a pesar de que, como explicó el coordinador general de MSF en Yemen: “las coordenadas GPS de nuestros centros sanitarios son regularmente compartidas con la Coalición. El 29 de Noviembre les informamos sobre la actividad específica que llevábamos a cabo en Al Huban. No hay forma alguna de que la Coalición no fuera consciente de la presencia de actividades de MSF en esa ubicación”.
Varios de los ataques aéreos que se habían producido esa misma mañana habían impactado a solo dos kilómetros de nuestra clínica móvil. Tras las explosiones, MSF se puso en contacto con la Coalición para reiterarles la ubicación de nuestras actividades. Además, habíamos instalado la clínica en una gran tienda blanca coronada por una enorme bandera de MSF. El brillante logo rojo de Médicos Sin Fronteras resultaba fácilmente visible desde el cielo, la Coalición había sido avisada en varias ocasiones de su localización y, aun así, los bombardeos aéreos de la Coalición hirieron a numerosas personas y acabaron con la vida de una de ellas.
En esos momentos fue la segunda instalación de MSF en Yemen bombardeada por la Coalición que recibe el apoyo, entre otros, de Estados Unidos, Reino Unido y Jordania. El anterior había sido un hospital apoyado por MSF en Haydan que resultó reducido a escombros tras una serie de bombardeos aéreos a finales de octubre.
Un efecto del ataque aéreo en Al Houban fue la reducción temporal de nuestro personal en Taiz. Apenas unos días después del ataque regresaba a mi casa en Canadá con la triste sensación de no haber podido terminar algunas de las tareas pendientes en el hospital en las que tanta energía e ideas había puesto. Aun así, en las pocas semanas que tuvimos tras recibir las llaves del edificio, trabajamos a toda velocidad para que el hospital materno infantil de Taiz funcionara. Confío en que el centro ampliará sus servicios y ayudará a la comunidad durante un largo periodo de tiempo.