POR ANDRÉS TOVAR
13/09/2017
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En las últimas semanas se ha producido una escalada de violencia contra los rohingya en Rakhine, el estado más pobre de Myanmar. Una marea de personas desplazadas está buscando refugio de las atrocidades y están huyendo tanto a pie como en barco a Bangladesh. Es la última gran ola mundial de desplazados, y se ve exacerbada por la reciente actividad del Ejército de Salvación Rohingya de Arakan (ARSA).
Las diferencias religiosas y étnicas han sido ampliamente consideradas la principal causa de la persecución. Los rohingyas forman un grupo de alrededor de un millón de personas, concentradas como grupo étnico en el norte del estado de Rakhine (antiguamente Arakán), en Myanmar, cerca de la frontera con Bangladesh. A diferencia del 90% de la población de ese país, que profesa el budismo, los rohingyas son musulmanes.
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Myanmar no los considera ciudadanos, no tienen reconocimiento como grupo étnico ni libertad de movimiento. Y lo cierto es que nadie sabe a ciencia cierta de dónde vienen, cuál es su origen. Los líderes de la comunidad defienden que son descendientes de comerciantes árabes, pero el Estado asegura que son en realidad migrantes musulmanes de Bangladesh que cruzaron a Myanmar durante la ocupación británica.
De ahí que se les considere «advenedizos», término usado en ocasiones por las autoridades. Desde 1948, cuando se independizó el país, han sido víctimas de tortura, negligencia y represión, viviendo apartados del resto de la sociedad, hasta el punto de que no pueden casarse o viajar sin permiso de las autoridades del país y no tienen derecho a tener tierras ni otras propiedades, lo cual limita notablemente sus posibilidades de empleo y de una vida estable.
Años de discriminación e intolerancia condujeron a un estallido violento en 2012, cuando 140.000 rohingyas fueron forzados a entrar en campos de refugiados por grupos budistas extremistas y ultra-nacionalistas.
La situación aumentó en octubre pasado, cuando nueve policías fueron asesinados en puestos fronterizos a lo largo de la frontera con Bangladesh. No está claro quién llevó a cabo los ataques, pero la mayoría de las teorías identifican a los asaltantes como «terroristas islámicos». El gobierno respondió con una estricta operación militar de contrainsurgencia.
Desde entonces, los militares han matado a cientos de ellos. Y otros tanto han estado huyendo. Pero la causa de la violación de derechos humanos contra esta comunidad no sólo está en lo religioso…
Tres claves de la crisis de los rohingyas
Myanmar, antigua Birmania, es hogar de 135 grupos étnicos oficialmente reconocidos (los Rohingya fueron quitados de esta lista en 1982). Al analizar la violencia reciente, gran parte de los medios de comunicación se ha centrado en el papel de los militares y la figura del líder de facto Aung San Suu Kyi, galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 1991, pero ha sido ampliamente cuestionada desde que surgieron las últimas pruebas de atrocidades: la mandataria ha evitado condenar la violencia sistemática contra los Rohingya, y ha recibido fuertes condenas de medios internacionales.
Pero hay temas que poco se conocen o no están siendo explorados. También es fundamental mirar más allá de las diferencias religiosas y étnicas hacia otras causas profundas de persecución, vulnerabilidad y desplazamiento. Debemos considerar los intereses políticos y económicos adquiridos como factores que contribuyen al desplazamiento forzado en Myanmar.
1. Recursos apetecibles
En Myanmar existe una amplia explotación de recursos naturales, hecha por países como China y la India. Desde la década de 1990, empresas chinas han explotado madera y minerales en el estado de Shan en el norte.
Esto llevó a conflictos armados violentos entre el régimen militar y los grupos armados, incluyendo la organización de la independencia de Kachin (KIO) y sus aliados étnicos en el estado de Kachin del este y el estado de Shan.
En el estado de Rakhine, los intereses chinos e indios son parte de alianzas de cooperación que giran principalmente en torno a la construcción de infraestructura y ductos en la región. Tales proyectos pretenden garantizar el empleo, los derechos de tránsito y los ingresos por petróleo y gas para todo Myanmar.
Entre los numerosos proyectos de desarrollo , se inició en septiembre de 2013 un oleoducto transnacional construido por China National Petroleum Company (CNPC) que conecta Sittwe, la capital de Rakhine, a Kunming, China. Los esfuerzos más amplios para extraer petróleo y gas de Myanmar del campo de gas Shwe a Guangzhou, China, están bien documentados .
También se espera que un oleoducto paralelo envíe petróleo de Oriente Medio desde el puerto de Kyaukphyu a China. Sin embargo, la Comisión Consultiva neutral sobre el Estado de Rakhine ha instado al gobierno de Myanmar a llevar a cabo una evaluación de impacto exhaustiva.
Mientras tanto, el puerto de aguas profundas de Sittwe fue financiado y construido por la India como parte del proyecto de transporte de tránsito multimodal Kaladan. El objetivo es conectar el estado noreste de Mizoram en la India con la Bahía de Bengala.
Las zonas costeras del Estado de Rakhine tienen claramente una importancia estratégica tanto para la India como para China. El gobierno de Myanmar, por lo tanto, tiene intereses creados en la limpieza de tierras para prepararse para un mayor desarrollo y para impulsar su ya rápido crecimiento económico .
Todo esto tiene lugar dentro del contexto más amplio de las maniobras geopolíticas . El papel de Bangladesh en alimentar las tensiones étnicas también es muy disputado. En tales luchas de poder, el costo humano es terriblemente alto.
2. Una guerra por la tierra
El acaparamiento de tierras y la confiscación en Myanmar están muy extendidos. No es un fenómeno nuevo.
Desde la década de 1990, las juntas militares han estado quitando la tierra de pequeños agricultores todo el país, sin ninguna compensación e independientemente de su origen étnico o estado religioso.
La tierra ha sido adquirida con frecuencia para proyectos de «desarrollo», incluyendo expansiones de bases militares, explotación y extracción de recursos naturales, grandes proyectos agrícolas, infraestructura y turismo. Por ejemplo, en el estado de Kachin, los militares confiscaron más de 500 acres de tierras de los aldeanos para apoyar una extensa minería de oro.
Así, el desarrollo ha desplazado a millones de personas, tanto internamente como a través de fronteras con Bangladesh, India y Tailandia, o obligados a salir por mar a Indonesia, Malasia y Australia.
En 2011, Myanmar instituyó reformas económicas y políticas que la llevaron a ser denominada «la última frontera de Asia» al abrirse a la inversión extranjera. Poco después, en 2012, los ataques violentos escalaron contra los Rohingya. Mientras tanto, el gobierno de Myanmar estableció varias leyes relacionadas con la gestión y distribución de tierras de cultivo.
3. La vulnerabilidad de las minorías
En Myanmar, los grupos que son víctimas de la ocupación de tierras a menudo han comenzado en un estado extremadamente vulnerable y se quedan peor. El tratamiento a los Rohingya es un ejemplo claro de la discriminación que se inflige a las minorías étnicas y religiosas.
Cuando un grupo es marginado y oprimido es difícil reducir su vulnerabilidad y proteger sus derechos, incluyendo sus bienes. En el caso de los rohingya, su capacidad para proteger sus hogares fue diezmada a través de la revocación de su ciudadanía birmana .
Desde finales de los años setenta, alrededor de un millón de rohingya huyeron de Myanmar para escapar de la persecución. Trágicamente, a menudo son marginados en sus países de acogida.
Sin un país dispuesto a asumir la responsabilidad de ellos, se ven forzados o alentados a cruzar continuamente las fronteras. Las técnicas utilizadas para alentar este movimiento han atrapado a los Rohingya en un estado vulnerable.
La tragedia de los Rohingya es parte de un panorama más amplio que ve la opresión y el desplazamiento de las minorías a través de Myanmar y hacia los países vecinos.
La relevancia y la complejidad de las cuestiones religiosas y étnicas en Myanmar son innegables. Pero no podemos ignorar el contexto político y económico y las causas profundas del desplazamiento que a menudo no se detectan.