En Nairobi, Kenia, muchas de las adolescentes han tenido que acostarse con una gran cantidad de hombres. Sobre todo desde que sus escuelas cerraron por la pandemia de la COVID-19. Ni siquiera saben si todos usaron protección o no.
Han tenido que sufrir agresiones y todo tipo de maltratos por pedir que les paguen aunque sea un dólar por la relación sexual. Un dinero que usan para contribuir con los gastos de la alimentación familiar. Todo mientras los empleos se hunden en el mar de estragos que ocasiona la pandemia.
El riesgo de contraer la COVID-19 o contagiarse de VIH no les pesa tanto. En el contexto actual, lo primordial es la supervivencia. Obtener cinco dólares por «sus servicios» ya es una ganancia importante.
La pandemia y el riesgo del trabajo infantil
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, los avances en contra del trabajo infantil se han ido disipando con la pandemia. Es muy probable que el mundo vea un aumento importante en la cantidad de niños trabajadores. Muchos de esos millones pueden verse obligados a realizar trabajos peligrosos y de explotación. Un problema que se ha agravado por el cierre de las escuelas.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) registró en su informe COVID-19 y el trabajo infantil: período de crisis, momento de actuar que desde el año 2000 el trabajo infantil ha disminuido en 94 millones. Una mejora que gravemente amenazada en el contexto actual.
La pandemia incidirá en el aumento de pobreza y tendrá un impacto en el incremento del trabajo infantil. Los hogares usan todos los medios disponibles para sobrevivir. Algunos estudios calculan que el aumento de un punto en el nivel de pobreza conlleva el aumento del 0,7% o más del trabajo infantil.
A medida que la pobreza aumenta, las escuelas cierran y la disponibilidad de servicios sociales disminuye, más niños son empujados a trabajar. Unicef espera que cuando pase la pandemia, los niños y sus familias dispongan de las herramientas adecuadas para afrontar situaciones similares en el futuro. Una opción burocrática, no social.
Una campaña para ayudar a las niñas de Kenia
Mary Mugure es una extrabajadora sexual que creó Nigth Nurse. Una campaña para rescatar a las niñas que siguieron el mismo camino que ella y que ahora se han visto más vulneradas e indefensas por la pandemia.
Desde que las escuelas en Kenia cerraron en marzo, al menos 1.000 colegialas se han convertido en trabajadoras sexuales, las más jóvenes apenas tienen 11 años de edad. Es la situación de 3 vecindarios de Nairobi que ella supervisa. La situación de la mayoría es la misma. Todas quieren ayudar a los padres con los gastos del hogar.
Casi todas las niñas fueron criadas por una madre soltera y rodeadas de varios hermanos. Tras las medidas que tomó el Gobierno de Kenia para frenar los contagios de la COVID-19 desaparecieron las fuentes de ingresos familiares y decidieron tomar medidas. Se encargaron de ayudar a la madre a alimentar a la familia.
Una problemática que se extiende
Las niñas de Nairobi no son las únicas que decidieron trabajar para ayudar a sus familias. En otras zonas hay madres solteras que trabajan con sus hijos compiendo rocas en una cantera bajo el calor sofocante. Si la madre trabaja sola el dinero no es suficiente. Los niños trabajan. Es la forma de reunir la cantidad que necesitan para costearse el desayuno, almuerzo y la cena.
En Dandora, donde queda el vertedero más grande de Kenia, niños y adolescentes hurgan en busca de chatarra para vender. La madre de uno de ellos, Dominic Munyoki, de 15 años de edad, asegura que con su sueldo extra podrán costear las tasas escolares de sus siete hermanos cuando reanuden las clases.
Algunas no ven como algo negativo que sus hijos trabajen. Sostienen que con eso ganan dinero y no solo son capaces de cubrir las necesidades del hogar, también pueden satisfacer sus propios gustos y comprarse ropa y zapatos.
Condiciones del trabajo infantil en Kenia
Phillista Onyango, directora de la Red Africana para la Protección y Prevención del Abuso y Negligencia Infantil, con sede en Kenia, explica lo que se vive en la región en medio de la pandemia. Con las escuelas cerradas los padres de barrios de bajos ingresos prefieren que sus hijos trabajen a que caigan en el abuso de drogas y el crimen.
Ante este escenario Onyango explica que la ley africana sobre el trabajo infantil ha sido débil. Un niño en Kenia es alguien menor de 18 años de edad, pero el empleo se permite a niños de 13 a 16 años de forma parcial y llevando a cabo «tareas livianas». Quienes tienen 16 y 18 años pueden estar en la industria de la construcción, pero no en horarios nocturnos.
De acuerdo con un informe del Departamento de Trabajo de Estados Unidos, en 2019 Kenia había logrado un avance «moderado» en la erradicación de las peores formas de trabajo infantil, como explotación sexual. Sin embargo, enfatizaba que quedaba mucho trabajo por hacer. Una situación que quizás se debía a la insuficiente cantidad de inspectores laborales. El informe indicó que Kenia solamente contaba con 85, muy pocos para vigilar una fuerza laboral de más de 19 millones de trabajadores.
En Kenia empiezan a aliviar las restricciones de circulación y reuniones públicas por el descenso del número de casos de la COVID-19. Tienen previsto una reapertura gradual de las escuelas y aunque es una buena noticia, Onyango asegura que muchos de los niños no regresarán porque ya se han acostumbrado al trabajo.
La crisis de escolaridad
El África subsahariana tiene las tasas más altas de niños que no escolarizados. De acuerdo con Unicef, casi una quinta parte de los niños de entre 6 y 11 años de edad y más de un tercio de los jóvenes entre 12 y 14 años no asiste.
Aproximadamente 463 millones de niños que dejaron de asistir a las escuelas por la COVID-19 no han podido tener clases a distancia. Para Unicef, es una emergencia mundial en materia de educación. Un panorama alarmante que podría ser peor. La organización subraya que incluso quienes cuentan con la tecnología y las herramientas adecuadas para la educación a distancia se ven afectados por otros factores. La presión para realizar tareas en el hogar, la obligación de trabajar, precariedad en su entorno de aprendizaje y la falta de ayuda para realizar los planes de estudio solo son algunos de ellos.
Además, hay diferencias muy marcadas entre regiones. Tal y como ocurre con los niños en edad escolar procedentes de África Subsahariana, donde se ven más afectados porque la mitad del total de los estudiantes no dispone de medios para estudiar a distancia.
Unicef insta a los Gobiernos otorgar prioridad a la reapertura de escuelas, tomando las condiciones de seguridad adecuadas. En caso de que no sea posible, la organización también anima a los Estados a incorporar aprendizaje compensatorio por tiempo de instrucción perdido en los planes de continuidad escolar. Los sistemas educativos deben adaptarse y diseñarse de manera que puedan soportar futuras crisis, advierten.
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